jueves, 30 de junio de 2016

junio 30, 2016
Maurizio Di Fazio / l'Espresso

En Japón, la policía detuvo a tres hombres después de que una joven reveló que había sido amenazada con represalias económicas graves si no actuaba en una película porno. Varias mujeres denunciaron haber sido obligadas a trabajar como pornostars en contra de su voluntad; algunas incluso han sufrido violencia sexual repetida en el set de una película prohibida para menores. La confederación más importante de prostitutas japonesas, la IPPA, ha realizado por primera vez un tímido mea culpa, con la promesa de auto-reformarse para evitar nuevos abusos. Un buen veinte por ciento del hardcore de la industria nacional escapa, sin embargo, a los radares y no se ha unido a ninguna forma de asociación: por lo tanto, su trabajo puede continuar sin perturbaciones, en los límites de la legalidad. Mientras tanto, el gobierno calla.

Hay miles de chicas del País del Sol Naciente que son abusadas, explotadas y engañadas en la industria del entretenimiento para adultos; y si no hubiera sido por los activistas y los defensores de los Derechos Humanos, este fenómeno se habría quedado enterrado bajo una campana de cristal.

Acabando de cumplir la mayoría de edad, de clase baja y orígenes rurales o periféricos, con pocos o nulos recursos económicos, estas mujeres son atraídas por sedicentes caza-talentos con la promesa de hacerlas modelos o celebridades, pero la ilusión dura poco. Muy pronto comienzan para ellas las presiones y chantajes, inmediatamente después de firmar un contrato salpicado de cláusulas de difícil comprensión: "Es una mera formalidad: si quieres ser famosa, firma." Pero ese documento las enjaula en una carrera pornográfica que nunca habrían deseado, porque cuando se dan cuenta de que han firmado una especie de pacto con el diablo y tratan de salir de la situación, los "empresarios" las amenazan con grandes y tortuosas sanciones financieras: "si te echas para atrás y no apareces desnuda en videos de sexo, tendrás que pagar una multa considerable."

La estratagema blandida es siempre la misma: "incumplimiento de contrato". Muchas de ellas se rinden: no pueden pagar por su propio "rescate" y no confían en el sistema judicial. Entran, sin querer, en un túnel de esclavitud en ultra alta definición. Se vuelven actrices porno tristes. Algunas se suicidan. El olor del miedo y la desesperación, el regusto rancio de la violencia no llega nunca a la nariz y el corazón de los consumidores empedernidos de películas de sexo oriental.

Diseminado por los cuatro rincones del mundo, el porno japonés es un mercado próspero, de exportación, abierto a todas las fantasías de la perversión humana. Una verdadera cornucopia de prácticas sexuales bizarras para voyeuristas de todos los niveles: el fetichismo más colorido al sadomasoquismo extremo, de gang-bang al bondage, pasando por el manga animado (con personajes adolescentes) y las "fantasías" de violaciones y sexo no consensuado.

En Japón se nace menos, se tiene menos sexo natural y muchos optan por el camino de la abstinencia por tiempo indefinido; sin embargo, en el país todos los años la industria del porno duro genera un volumen de negocio de casi 4 mil millones y medio de dólares y se producen 20,000 películas (el doble que en Estados Unidos). Los hombres actores porno (solo unas pocas docenas: el más famoso es Ken Shimizu,  conocido como Shimiken y como el Cristiano Ronaldode la pornografía) son superados en número por mucho más numerosas (en miles) actrices porno, algunas de las cuales se convierten en iconos pop, ricas y populares. Pero bajo el agua rutilante del show-system bulle un mundo envenenado por la explotación, la opresión y la negación de cualquier derecho humano.

Al igual que en la nueva novela (que saldrá en Italia por la editorial Neri Pozza) de Natsuo Kirino, reina de la novela negra japonesa. Se titula "La noche olvidada por los ángeles" y es un viaje al final de la noche porno japonesa dominada, en la ficción del libro, por la productora "Create Pictures". Personajes astutos y despreciables que actúan en el umbral móvil entre la pornografía, la prostitución y el secuestro. Una chica es brutalmente violada por tres hombres en su apartamento de Tokio. Es la escena "madre" de Ultraviolence, película hard de gran éxito entre los aficionados. La protagonista (Rina) es una debutante, una actriz porno ocasional como muchas en Japón. Un inicio de no retorno. "De repente hay un golpe en la puerta. Kaneko va a abrir y tres hombres irrumpen en la habitación ... La cámara enfoca  la cara de Rina, distorsionada por una mezcla de terror y estupefacción... "¿Qué quieren de mí? ¿Qué es lo que quieren?", se lamenta con la voz quebrada por el llanto, mientras que los tres hombres se le acercan de manera amenazante. "No, no, no quiero!", grita desesperadamente, con la mirada desencajada y el rostro cadavérico. Luego salta de la cama y trata de huir, pero el tipo con la cabeza afeitada le cierra el paso y le asesta un terrible golpe, tirándola hacia atrás. "¿A dónde crees que vas? Puta!", le grita con todas sus fuerzas. La chica se acuesta boca arriba en la cama, muda y con la mirada inmóvil, incapaz de conectar. En el instante en que intenta abrir los labios, el hombre la agarra por el pelo y tire de ella hacia él. Ella lanza un grito ahogado, temblando como una hoja, pero él sostiene su cabeza presionando con firmeza y sin piedad la cara contra sus genitales, mientras que su mano libre tira hacia abajo la cremallera de su pantalón de un solo golpe. Al mismo tiempo, otro de los jóvenes se abalanza como una furia por detrás y la obliga a separar los muslos". De lo contrario, incumplimiento del contrato.