jueves, 12 de mayo de 2016

mayo 12, 2016
Carlos Loret de Mola Álvarez / Historias de reportero


Hace unas semanas, después de una visita de su pareja Emma Coronel al penal del Altiplano, un custodio le preguntó a “El Chapo” Guzmán si era su cumpleaños. Lo pensó porque había escuchado como que la señora le cantaba Las Mañanitas. La pregunta le valió el despido.

Los elementos que cuidan y vigilan al capo más famoso del mundo tienen prohibido intercambiar cualquier palabra o gesto con él. Los análisis sicológicos realizados por los especialistas del sistema penitenciario federal revelan que Joaquín Guzmán Loera es un hombre con una inteligencia emocional extraordinaria: le bastan unos segundos con alguien para saber cómo ganárselo: seduciéndolo, sobornándolo o amenazándolo.

Así que las autoridades federales, precavidas de que pudiera desarrollar algún vínculo con quienes han estado con él 24 horas durante cuatro meses, decidieron cambiarlo de penal y relevar a todo el grupo de custodios.

En los meses previos al traslado, la Comisión Nacional de Seguridad (CNS) entrenó de manera especial a 75 de sus elementos para la vigilancia de internos de alto riesgo. No les dijeron específicamente para quién, ni a dónde serían enviados. Los dividieron en tres grupos espejo de 25 personas cada uno, provenientes de las áreas de Policía Federal, Seguridad Penitenciaria y Protección Federal. Y encima de ellos, un coordinador nombrado directamente por el comisionado Renato Sales Heredia. Entraron en acción el viernes en la noche para trasladar y luego quedarse vigilando al capo en su nueva “casa”.

En el área de alta seguridad del penal de Ciudad Juárez, Chihuahua, sólo hay un interno: El Chapo. No puede hablar con nadie, interactuar con nadie. Está solo, sometido a un sistema de vigilancia de vanguardia llamado panóptico, que permite ver todas las celdas simultáneamente. No tiene que ser trasladado ni siquiera dentro de la misma cárcel: en el mismo pasillo está su espacio para hablar con sus abogados, su cuarto para la visita conyugal y hasta si se pone mal de salud o tiene un infarto, ahí mismo está la enfermería que lo atiende.

Además, según los reportes de la CNS, se replicó en Ciudad Juárez lo que tenían en Almoloya: las cámaras detectoras de movimiento, claro y hasta hábitos; las grabaciones de audio y video día y noche; los pases de lista; los custodios con cámaras en los cascos y perros especializados en el olor de “El Chapo” instalados afuera de su celda, observándolo todo el tiempo; los cañones de ruido aturdidor; el piso con barrotes; los sensores en suelo, mallas y periferia; y hasta mandaron desde el Estado de México los aparatos Rapiscan que escanean todos los vehículos que se estacionan, aunque sus pasajeros no vayan a entrar al penal.

Los funcionarios federales involucrados en la custodia de Joaquín Guzmán Loera sostienen que la cárcel de Ciudad Juárez es más moderna que el penal del Altiplano, que en su infraestructura y hasta cableados ya acusa su cuarto de siglo de operación.

Además, en derredor de la prisión de Juárez no hay construcciones que puedan camuflar ruidos de fuga ni viviendas desde donde se puedan planear escapes.