jueves, 21 de abril de 2016

abril 21, 2016
Por Carlos Loret de Mola A. (la A es de Álvarez)


Hay algo mágico en las Redacciones. Hay una especie de atmósfera, de aura, entre los cubículos, los papeles siempre apilados, las pantallas de computadora y los teléfonos fijos y celulares. Uno se para ahí y se admira un poco. Imagino que les pasa a todos. O por lo menos a los periodistas. O por lo menos me pasa a mí.

Hace 25 años yo tenía 14 de edad. Recuerdo que entré a la casa en la zona fundacional cancunense que albergaba las oficinas del naciente Cancuníssimo. Se agradecía el aire acondicionado. No sé por qué cuando entro a una oficina y hace frío, tengo la sensación de que ahí suceden cosas importantes. No había nadie trabajando. Era de noche y claramente no era noche de cierre de edición.

¿Qué hacía yo ahí? Algo había olvidado mi tío favorito, Vicente Álvarez Cantarell, mi Machestro, y tuvo que pasar a recogerlo. Se veía que él era el jefe porque su despacho tenía puerta.
Siempre tuve bastante claro que quería dedicarme al periodismo y la comunicación, así que ver una Redacción donde se fraguaba una revista era como el niño que aspira a convertirse en futbolista y lo llevan al estadio.

Así que puedo decir que atestigüé el alumbramiento de Cancuníssimo.

Hija de Vicente y Margarita Álvarez Cantarell, Cancuníssimo me toca de prima. Los he visto desvivirse por ella. Y entregarle todo en los momentos más duros, más ásperos, más injustos. Los he visto pelear por su destino –qué padres no discuten sobre la formación de una hija– y mejor aún, los he visto compartir y separarse tareas, volverse equipo que desafía los retos inesperados y debatir con la entereza de los rivales que se respetan. El resultado es que han sabido educarla:

De una princesa de rosa –niña al fin– evolucionó en esta fascinante Mujer enterada y preocupada por su realidad; responsable de su lugar en su ciudad, su estado, su país y su mundo; de pronto locamente enamorada; con esa fascinante seguridad de quien puede a la vez tener conciencia social y consentir a la socialité; de quien ha experimentado que, por una grave denuncia o tras una noche de fiesta sensacional, abrir los ojos duele pero hay que abrirlos y mantenerlos así.

Hace un par de años me invitaron a colaborar periódicamente en Cancuníssimo. Ni dudarlo. Más allá de lo familiar, por la revista han desfilado personajes que quiero y que admiro. Leyéndola me he enterado de noticias que se han vuelto de dimensión nacional, hojeándola he suspirado también por ese paraíso que está mucho más cerca de mi corazón de los mil trescientos kilómetros de distancia.

Y si alguna noche Vicente, mi Machestro, me pide otra vez que lo acompañe a su oficina porque se le olvidó algo, y vuelvo a sentir el frío y la emoción de recorrer una Redacción, espero que no sea porque se le olvidó lo orgulloso que me siento de estar en estas páginas.

Ha de ser temporada alta en Cancún. Porque es muy difícil conseguir un cuarto. Sobre todo un cuarto de siglo. Felicidades.