sábado, 16 de abril de 2016

abril 16, 2016
VATICANO, 16 de abril.- Para Juan Carlos y su familia, Benedicto XVI no es el Papa emérito, o al menos no sólo. Para ellos, y sobre todo para su hija Ana de 13 años, el Pontífice alemán es el instrumento que Dios ha utilizado para sanarla de un cáncer terminal gracias a la bendición que le dio siendo una bebé. Doce años después han podido reunirse de nuevo con el Papa alemán para agradecerle su intercesión. «Al principio los doctores no nos dijeron que Ana tenía cáncer, la niña empezó con unos síntomas que todo recién nacido puede tener. Pero a raíz de eso, le hicieron una serie de pruebas y determinaron una pequeña masa cercana a los pulmones. Nos dijeron que teníamos que ir a Madrid e ingresar en el Hospital Niño Jesús, en oncología. Es ahí cuando empezamos a asumir lo que se nos venía encima», dice Juan Carlos, quien junto a su mujer Yolanda y sus dos hijas Ana y Andrea relata en Roma a LA RAZÓN cómo sucedió todo.

El Papa emérito Benedicto XVI, que ayer cumplió 89 años, saluda cariñosamente a la pequeña Ana.

Es precisamente en la Ciudad Eterna donde residen desde hace casi cuatro años y donde se trasladaron para agradecerle al Papa su gesto. «Al conocer la noticia nos derrumbamos. Éramos jóvenes y no cumplíamos ningún tipo de hábito que se relacione con este tipo de enfermedades...», explica el padre de familia. El diagnóstico se lo dieron un 15 de mayo de 2005, cuando Ana apenas contaba con poco más de un año. Al principio «uno se enfada con Dios, con todas sus creencias, con todo», pero «según avanza la enfermedad y uno vuelve a sosegar esos aires rebelados, vuelve a sus orígenes y a la fe que tiene». «En el hospital había una capilla e íbamos a ella a rezar y encontrar consuelo», recuerda.

Sin embargo, el tiempo pasaba y Ana no respondía a los diversos tratamientos a la que era sometida, así que sus padres tomaron una decisión que les cambiaría la vida. «Pensamos en llamar a la puerta del único sitio donde nos faltaba: la del Vaticano con Benedicto XVI». Así fue como Juan Carlos y su mujer se pusieron en camino. Después de solicitar el alta voluntaria de la niña para poder viajar, asistieron a una de las audiencias generales que los Papas celebran los miércoles. «El día del encuentro nos vinimos un poco abajo, porque pensamos que íbamos a estar en una posición privilegiada para poder acercarle al Papa a la niña, pero nos pusieron en una zona reservada en segunda o tercera fila, así que supimos que no íbamos a tener acceso al saludo», dice Juan Carlos. No obstante, la suerte volvió a estar de su lado. Finalmente permitieron que la madre de Ana fuese con ella en brazos a recibir la bendición de Benedicto. «Cogieron a mi hija y la subieron a la altura de Benedicto. Él le hizo la señal de la cruz en la frente y le dio un beso», cuenta la madre de la pequeña, muy emocionada.

De regreso a Madrid y días más tarde, Ana empeoró. Casi no podía respirar, porque el tumor le oprimía un pulmón y parte del segundo. «Un mes después la sometieron a una operación muy complicada. Fue bien, aunque es verdad que los médicos no salieron tan entusiasmados como en otras ocasiones», reconoce su padre. Sin embargo, «durante la tarde fuimos observando como la niña no reaccionaba como otras veces». Ese día, alrededor de las 23:30 horas, Ana entró en fallo multiorgánico. «Entró en quirófano casi sin tensión. La operación duró unas cuatro horas y nosotros esperamos en un pasillo cercano tirados en el suelo. La única imagen que se me pasó por la cabeza fue la niña con Benedicto XVI. No podía creer que todo lo que había ocurrido fuera en vano», explica. Finalmente, la operación terminó y la niña salió despierta.

Juan Carlos detalla que «al día siguiente los médicos nos explicaron algo que había ocurrido y no podíamos creer. En la operación de la mañana una doctora que no tenía que trabajar ese día acudió al hospital para recoger unos resultados. Vio en el tablón de operaciones que iban a operar a una niña y solicitó asistir. Esa doctora es la que por la noche estaba de guardia y operó a Ana. Gracias a que ella estuvo en la operación de la mañana los médicos supieron cuál era el problema exacto que le provocó el fallo multiorgánico y pudieron salvarla. Fue algo providencial y nos dijeron que si no hubiera muerto». «Desde ese momento, todo lo que no funcionaba empezó a funcionar y Ana comenzó a responder a la quimioterapia. Su recuperación fue bastante rápida y al poco tiempo nos fuimos a casa», cuenta a este periódico.

Todo esto llevó a la familia a tomar otra decisión importante en su vida: trasladarse a Roma. Allí todavía les esperaba una sorpresa más. El pasado 13 de marzo recibieron una llamada del Vaticano que les comunicó que Benedicto XVI quería verles. «Cuando llegamos, Benedicto estaba rezando el rosario. Nos dijeron que teníamos que esperar durante un momento hasta encontrarnos con él», expresa Juan Carlos. Después, «en cuanto nos vio dijo en español ‘‘¡la familia!’’, y nosotros nos quedamos de piedra», añade emocionado. «Fue encantador. A Ana le cogió de la mano y no la soltó en ningún momento».

El encuentro duró algo más de diez minutos, tiempo en que el Papa emérito «preguntó a las niñas por el colegio y a nosotros nos preguntó de qué parte de España somos». Ana, siempre con una sonrisa en la boca, explica que «cuando le vi, como es tan pequeñito y tan blanco, me pareció como un angelito al que le faltaban sólo las alas. Luego le di un beso y después él me dio la mano. Al tocarle me sentí protegida», afirma.

Al echar la vista atrás, Ana se siente «privilegiada y protegida». Y este es sin duda el mejor regalo de la pequeña y su familia a Benedicto XVI en su cumpleaños, un homenaje al Papa que les devolvió la vida. (Alvaro de Juana / La Razón)