sábado, 12 de marzo de 2016

marzo 12, 2016
Anna Fels* / The New York Times

Había algo extraño en mi nueva paciente. Vestía con elegancia y se veía segura de sí misma pero mascaba chicle con un ritmo lento y constante, algo que casi nunca veo en mis sesiones de psiquiatría. Me pregunté si trataba de ocultar su ansiedad o tal vez quería proyectar un estilo relajado e indiferente.

Hablamos largo sobre el motivo de su visita. Después, como suelo hacer con los pacientes nuevos, le pregunté qué medicamentos psiquiátricos, de venta libre y sustancias psicoactivas, legales o ilegales, había consumido. Su respuesta fue nueva para mí. Contestó que mascaba unas 40 pastillas de chicle de nicotina al día y que lo había hecho durante más de una década.

Muchas veces las respuestas a esta pregunta son reveladoras. Si un paciente me dice que se queda dormido cuando consume cocaína, me pregunto si podría tener un trastorno de déficit de atención. Alguien que fuma marihuana para relajarse antes de importantes reuniones de negocios me hace pensar que tiene una fobia social o sufre de ansiedad.

Mi nueva paciente me explicó que había comenzado a fumar en su segundo año de universidad. Dijo que el efecto era como “una llave que encajaba de manera perfecta en una cerradura”. Su cerebro se sentía más alerta, sus pensamientos eran más coherentes, su humor y energía mejoraban.

Como no quería dañar sus pulmones, al poco tiempo se cambió al chicle de nicotina y llevaba tomando la misma cantidad durante más de una década, un patrón estable de “dosificación” que luego descubrí que es común en los pacientes que consumen nicotina a largo plazo.

Me pidió mi opinión de su consumo de esa sustancia. La respuesta resumida era que no sabía cómo interpretarlo.

Pero cuando más medité sobre la conversación que tuvimos, descubrí que la metáfora de la llave en la cerradura era particularmente sorprendente; era exactamente la misma que los psiquiatras y neurofísiólogos usan para describir las interacciones en el cerebro entre los neurotransmisores y sus receptores.

Y, de hecho, las neuronas tienen receptores en los que la nicotina encaja a la perfección, con lo que imita las acciones de las moléculas propias del cerebro.

¿La paciente carecía del neurotransmisor que normalmente estimula esos receptores? De ser así, tal vez la nicotina sí era un tratamiento efectivo. Algunas investigaciones ha confirmado la experiencia de mis pacientes sobre los efectos positivos de la nicotina: han comprobado que mejora el aprendizaje, la memoria, la atención y el estado de ánimo, y además reduce la ansiedad.

Mi paciente sentía la necesidad de consumir nicotina y hacía todo lo necesario para asegurarse de tener el suministro exacto que necesitaba en todo momento. Es muy probable que si trataba de dejarla, experimentaría algún tipo de síndrome de abstinencia.

La última edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, el DSM-5, dice que una adicción (o, para usar el término oficial, un “trastorno por consumo de substancias”) puede ocasionar “una activación del sistema de recompensas tan intensa que pueden descuidarse las actividades normales”. Pero esta mujer casada, madre de un hijo y con una carrera exitosa no estaba descuidando las “actividades normales”.

La verdadera pregunta no era si mi paciente debería comenzar a tomar nicotina y arriesgarse a desarrollar una adicción, sino qué hacer ahora que ya la tenía. ¿Estaba poniendo en riesgo su salud?

Las investigaciones publicadas, como suele pasar, no eran claras. La nicotina puede aumentar la frecuencia cardiaca y la presión sanguínea, en parte debido a la liberación de adrenalina. Aunque los estudios con animales han sugerido que estos cambios pueden afectar los vasos sanguíneos, lo que puede ocasionar enfermedades cardiovasculares, los escasos datos en humanos no han confirmado este riesgo (los cigarrillos, por otra parte, incluyen otras sustancias que actúan con la nicotina y generan daños en los vasos sanguíneos y no hay duda sobre el riesgo que fumar presenta para la salud cardiovascular).

Llamé a varios expertos y todos concordaron en que no hay efectos nocivos bien documentados de los productos de nicotina que no contienen tabaco, además de la adicción.

En otras palabras, la nicotina es como la mayoría de los medicamentos que receto. Casi todos presentan riesgos y algunos como el Ritalin, Adderall y otros estimulantes, tienen muchos de los efectos secundarios de la nicotina, incluyendo la posible adicción. Para algunos pacientes, un medicamento puede acarrear mejoras que rayan en lo milagroso. Para otros, los beneficios son modestos. Y los efectos secundarios pueden implicar graves problemas de salud.

Y bien, ¿cómo contesté la pregunta de mi paciente? Hablamos sobre mis hallazgos. Las consecuencias a largo plazo, incluyendo los posibles problemas cardiacos, no podían descartarse. En última instancia, la decisión era suya. Yo no creía firmemente que debía parar y, como es natural, ella tampoco.

*Psiquiatra y miembro de la facultad del Weill Cornell Medical College.