viernes, 29 de enero de 2016

enero 29, 2016
Pedro Echeverría V.

1. Recuerdo que alguna profesora inteligente me reclamaba hace más de 20 años: “Tú quieres que toda la gente piense como tú, haga lo que pregonas y no dejas que las personas quieran ser como son. Hablas de libertad pero quieres una dictadura”. De ella recuerdo más sus críticas, pero en ese mismo sentido he recibido muchas y seguro miles se han abstenido de hacérmelas. ¿A esa actitud de exigir, querer convencer a la gente de que tiré por la borda las ideas impuestas por el poder, de liberarse de la pesada carga que le ha impuesto la clase dominante, de que no sea víctima de la ideología y la propaganda difundida por los medios de información, a eso se llama intolerancia?

2. Por lo contrario, ¿una persona debe recibir el título de tolerante cuando aplaude y aprueba todo, cuando no se enoja contra el saqueo que hacen empresarios y gobierno a un país, cuando le importa un bledo que el 90 por ciento de la población mundial viva en la pobreza y miseria o cuando a pesar de ver que al débil los están masacrando por el fuerte no asume con dignidad su protesta y defensa? ¿Es la tolerancia una ideología y una actitud de los viejos que ya nada les importa, de los que temen perder privilegios, de los egoístas y, al contrario la intolerancia es de los jóvenes, los oprimidos, los desesperados, los descontentos?

3. Pienso que es muy cómoda la tolerancia porque le importa que el mundo de vueltas aunque siempre aplaste a los más pobres; sobre todo si puede expresar: “si yo estoy bien todos están bien y si no que trabajen”; por el contrario la intolerancia puede ser sufrimiento (también la enfermedad de estar jodiendo) consciente de la realidad; puede ser la permanente búsqueda de la utopía y la esperanza.  Se puede ser tolerante (y mucho) ante todo lo que no interesa, pero ante problemas esenciales que tienen que ver con la vida de los seres humanos, los pueblos y países, no podremos dejar de ser nunca intolerantes. (29/I/16)