martes, 8 de diciembre de 2015

diciembre 08, 2015
CIUDAD DEL VATICANO, 8 de diciembre.-  «Debemos anteponer la misericordia al juicio». Hace frío en la Plaza San Pedro, y se sumó al aire helado una ligera llovizna. Dede las primeras luces del alba, filas de fieles se formaron para pasar por los detectores de metales. Pero hoy no es la plaza blindada lo que llama la atención, ni el miedo de atentados ni las potencias sobre los retrasos de la ciudad de Roma. Tampoco las estadísticas sobre los presentes. Francisco quiso que est Jubileo extraordinario fuera vivido en todo el mundo a nivel local. Entonces, no es la Ciudad eterna el centro de él, sino el mensaje de la misericordia.

Francisco ante la Puerta cerrada. (AFP)

«Debemos anteponer la misericordia al juicio, y de cualquier manera el juicio de Dios siempre será a la luz de su misericordia», dijo  en la breve homilía de la Misa de la Inmaculada Papa Francisco, recordando que el gesto de abrir la Puerta Santa de la Misericordia «pone en primer nivel el primado de la gracia». Ese primado que refleja en varias veces en las lecturas del día en la alegría de María: «La gracia de Dios la envolvió, haciéndola digna de convertirse en madre de Cristo. La plenitud de la gracia es capaz de transformar el corazón, y lo hace capaz de cumplir un acto tan grande como para cambiar la historia de la humanidad».

La fiesta de la Inmaculada Concepción, explicó Papa Bergoglio, «expresa la grandeza del amor de Dios. Él no solo es Aquel que perdona el pecado, sino en María llega hasta a prevenir la culpa original, que cada hombre lleva consigo al entrar a este mundo. Es el amor de Dios lo que previene, anticipa, salva. El inicio de la historia del pecado en el jardín del Edén se resuelve en el proyecto de un amor que salva».

Sin embargo, explica Francisco, «también la historia del pecado es comprensible solo a la luz del amor que perdona. Si todo quedara relegado al pecado, seríamos los más desesperados de entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo encierra todo en la misericordia del Padre».

Este Año Santo extraordinario es definido por el Papa como un «don de gracia». «Entrar por esa Puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre, que acoge a todos y sale al encuentro de cada uno personalmente. Será un Año en el que crecer en la convicción de la misericordia».

«Abandonemos toda forma de temor y de miedo —fue el llamado del Papa—, porque no le queda a quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo».


El Papa recordó el aniversario del final del Concilio: «Hoy, pasando la Puerta Santa, queremos también recordar otra puerta que, hace cincuenta años, los Padres del Concilio Vaticano II abrieron de par en par hacia el mundo». Este aniversario «no puede ser recordado solo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta nuestros días permiten verificar el gran progreso cumplido en la fe. Pero, en primer lugar, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por la fuerza del Espíritu que impulsaba a su Iglesia a salir de los lugares en donde durante muchos años la habían encerrado, para retomar con entusiasmo el camino misionero».

El Papa abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Comienza el Jubileo extraordinario de la Misericordia, que había comenzado anticipadamente el domingo pasado en Bangui, República Centroafricana. Francisco se acercó a la Puerta y dijo: «Esta es la Puerta del Señor… ábranme las puertas de la justicia… por tu gran misericordia entraré a tu casa, Señor». Francisco subió en silencio por los escalones, abrió las puertas y se detuvo a rezar silenciosamente en el umbral. Después de que entrara el Pontífice argentino, entró también por la Puerta Santa el Papa emérito Benedicto XVI, seguido de los concelebrantes y un grupo de religiosos y fieles laicos. (Andrea Tornielli / Vatican Insider / EFE)