lunes, 21 de diciembre de 2015

diciembre 21, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Optimismo.- Florilí, doncella candorosa, contrajo matrimonio. En la noche de bodas se echó a llorar desconsoladamente al terminar el primer trance de amor. Su maridito le preguntó alarmado: “¿Por qué lloras, cielo mío?”. “¡Mira! -respondió ella al tiempo que señalaba la parte varonil del novio, languidecida por la reciente acción-. ¡Apenas lo hicimos una vez y ya nos la acabamos toda!”… Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, iba por la calle, y Pepito pasó a su lado sin saludarla. “¡Niño! -lo reprendió con acritud-. ¿No te han enseñado en la escuela a decir buenos días?”. “No, señora -contestó Pepito-. Estoy en el turno vespertino”. El reverendo Rocko Fages, pastor de la iglesia de la Tercera Venida -no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite el adulterio a sus feligreses a condición de que no lo cometan en la vía pública-, les pidió a los fieles que se pusieran de pie quienes fueran enemigos del demonio. Todos se levantaron, menos Rummy Sot, el borrachín del pueblo. Le preguntó el pastor, severo: “¿No te declaras enemigo del demonio?”. “Perdone, reverendo -tartajeó el beodo-. Prefiero no enemistarme con nadie antes de saber a dónde voy a ir”… Capronio le confió a un amigo: “Es difícil vivir con una mujer como la mía. Todos los días se acuesta a las 3 de la mañana”. Preguntó el amigo: “¿Padece insomnio?”. “No -aclaró el ruin sujeto-. Me espera hasta que llego a la casa”… El productor de cine se refociló en su oficina con la aspirante a actriz. Al final ella se justificó: “No tengo la costumbre de hacer esto”. “Lo sé -replicó el productor-. Veo que te falta práctica”… Declaró Babalucas: “Estoy leyendo una obra de Shakespeare”. Le preguntó alguien: “¿Cuál?”. Precisó él: “William”… El abuelo les contaba a sus nietos sus memorias de la Revolución: “Entró un bandolero con una navaja y le quitó un pecho a la criada. Y a mí me fue peor: me quitó uno chincuenta”… Manilio regresó de su luna de miel. Un amigo le preguntó cómo le había ido en la noche nupcial. “Mi novia tardó mucho en salir del baño -relató-. Tuve que empezar yo solo”... Soy un optimista. Eso quiere decir que veo la realidad con los ojos cerrados. Aun así prefiero equivocarme siendo optimista que acertar siendo pesimista. Los pesimistas traen siempre el gesto avinagrado, y sufren de gastritis o dispepsia. No cambian el foco que se fundió, pues piensan que el nuevo se fundirá también. Los optimistas quizá seamos ingenuos, pero en todo caso somos alegremente ingenuos. Conservamos cierta dosis de razón: no creemos vivir en el mejor de los mundos posibles, pero sí pensamos que el mundo en que vivimos es mejor que aquél que vivieron nuestros padres. Seguramente alguno de mis cuatro lectores no compartirá ese pensamiento, sobre todo si consideramos los infinitos males que hoy padece México: la pobreza, la corrupción, la impunidad, la pobre calidad de la política y de muchos políticos, la voraz partidocracia que sufrimos. (Nota de la redacción: Nuestro estimado colaborador enumera otros 97,865 males que México padece, enumeración que, aunque interesante, nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio). Sin embargo quienes hemos vivido muchos años comparamos el México de hoy con el de ayer, y podemos dar testimonio de que el país ha hecho avances de consideración en campos tan importantes como el de los derechos humanos, la ecología, la participación de la sociedad en los asuntos públicos, la creciente vigilancia de los ciudadanos sobre quienes ejercen el poder. Además ahora tenemos mejores restaurantes. Ciertamente hay muchas razones para fundamentar el pesimismo, pero hay muchas más para justificar una visión optimista de las cosas. Yo tengo la fortuna de ser juglar itinerante Por cada cosa mala que veo en el camino encuentro mil muy buenas. Los mexicanos seguimos trabajando -en estos días quizás un poco menos-, y nos esforzamos por hacer las cosas bien. Tengamos fe en nuestro país y en nosotros mismos, y mandemos el pesimismo y la desesperanza a esa lejana región que se llama la chingada. FIN.