miércoles, 9 de diciembre de 2015

diciembre 09, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


No estaba muerto. Don Cornulio llegó a su casa antes de tiempo y encontró a su esposa en la recámara presa de inexplicable agitación. Le preguntó: “¿Estuvo por aquí mi compadre Forniciano? Me parece que huelo su loción”. “Vino a buscarte –respondió llena de nerviosismo la señora–. Pero como no estabas, se fue”. “¡Pos ah qué mi compadre tan tarugo! –se burló don Cornilio–. ¡Mira! ¡Dejó los pies atrás de esa cortina!”. El papá de Pepito le dijo: “Realmente eres todo un hombre, hijo mío. De veras, se necesita ser muy macho para tener el valor de enseñar unas calificaciones como éstas”. El agente de la compañía de seguros le informó al ejecutivo: “Créame que lo siento, don Algón, pero, de veras, su seguro contra accidentes no cubre los gastos de embarazo y parto de su secretaria”. El vendedor hizo una llamada telefónica. Le preguntó al niño que contestó la llamada: “¿Está tu papá?”. Respondió el pequeño: “No”. Pidió el otro: “¿Podrías pasarle un recado de mi parte?”. “Sí” –dijo el niñito. Inquirió el vendedor: “¿Tienes papel y lápiz?”. “Voy a traerlos” –contestó el muchachillo. Cuando se puso de nuevo en el teléfono le indicó el que llamaba: “Dile a tu papá que le llamó el señor Arazterrigoitia”. “¿Cómo se escribe?” –preguntó el niño. Deletreó pacientemente, y con lentitud, el vendedor: “A–ere–a–zeta–te–e–doble ere–i–ge–o–i–te–i–a”. Se hizo un silencio y luego volvió a preguntar el pequeñín: “¿Cómo se escribe la A?”. El señor y la señora cumplieron 30 años de casados, y los celebraron con un viaje. A su regreso las amigas de la señora le preguntaron cómo le había ido en su segunda luna de miel. “Muy bien –respondió ella–. Pero hubo una pequeña diferencia en relación con la primera”. “¿Cuál?” –preguntaron las amigas llenas de curiosidad. Explicó la señora: “La primera vez no sabía yo cómo contener a Leovigildo. Ahora no sabía cómo consolarlo”. Don Ramón Gómez de la Serna, escritor de España, inventó una galanura literaria que ahora lleva su nombre: la greguería. Es una ingeniosidad ya profunda, ya superficial, que muestra en modo inédito una forma de la realidad, o la transforma para verla desde un punto de vista diferente. Yo supe de una greguería involuntaria creada, entiendo que en Monterrey, por una dama extranjera que no hablaba muy bien el español. En aquellos tiempos se acostumbraba enviar a las casas, por medio de un criado o un empleado de la agencia fúnebre, un pliego llamado “esquela” para dar a conocer el fallecimiento de alguna persona. Pues bien: aquella señora dijo una vez que había recibido “una esqueleta”. Ésa es una linda greguería. Muchos pensamos que el llamado Partido del Trabajo –dos mentiras en un solo nombre– había muerto ya, y hasta creímos haber recibido la “esqueleta” por parte del Instituto Nacional Electoral. Nos equivocamos: el muerto no estaba muerto; andaba de parranda. Resulta ahora que el PT revive milagrosamente, y se dispone, jubiloso, a seguir recibiendo las jugosas prerrogativas que percibe en virtud de la viciosa y viciada ley electoral que los partidos políticos, vía sus legisladores, se hicieron a sí mismos para su medro y conveniencia. Tierra Santa ocupa un modesto segundo lugar en materia de resurrecciones. El primero corresponde a México, donde a cada rato vemos resurrecciones políticas inesperadas. Pidió el encuestador: “Describa su vida sexual en dos palabras”. Respondió el encuestado: “Soy casado”. El padre Arsilio estaba confesando a la madura señorita soltera que con sus escrúpulos de conciencia lo agobiaba de continuo. Le preguntó: “¿Y has logrado acabar con las tentaciones de la carne que te acometían, Celiberia?”. “Sí, señor cura –responde la señorita–. Ya no sufro aquellas tentaciones”. “¡Qué bueno! –se alegró el buen sacerdote–. Y ¿cómo lograste vencerlas?”. “Cediendo a ellas, padre” –contestó Celiberia bajando púdicamente la cabeza. Una chica le preguntó a otra: “¿Conoces a Ligeria, mi compañera de cuarto?”. “Sí –respondió la otra–. La conozco”. “Pues fíjate –dijo la primera en tono de confidencia–: ayer descubrí que practica el nudismo con su novio”. “¿De veras? –exclamó la amiga, interesada–. ¿Pertenecen a un club de nudistas?”. “No –explicó la muchacha–. Pero ayer entré de repente en el cuarto y los hallé hechos nudo”. FIN