domingo, 13 de diciembre de 2015

diciembre 13, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Quejas. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le pidió a Dulciflor, joven ingenua, que le hiciera dación -y para colmo a título gratuito- del íntimo tesoro de su doncellez, que ella guardaba celosamente para entregarlo a aquél a quien daría el dulcísimo título de esposo. A la salaz demanda del lúbrico galán respondió la cándida muchacha: "No puedo darte lo que me pides, Afrodisio. Soy virgen". "No importa -contestó él-. Te prometo que después te rezaré". (Nota de la redacción. El tal Pitongo es verdaderamente un sátiro, un erotómano, un individuo mórbido, sensual, libidinoso, lascivo, voluptuoso, sicalíptico y lujurioso, un maniático sexual. Cierto día el farmacéutico de su colonia le preguntó, curioso: "La semana antepasada adquirió usted 21 condones. La semana pasada se llevó 14. Y esta semana compró solamente siete. ¿Por qué?". Explicó el verriondo tipo: "Es que me estoy quitando el vicio poco a poco"). Babalucas llegó a la playa cargando una pesada puerta de automóvil. Le preguntó un amigo, estupefacto: "¿Para qué traes esa puerta?". Respondió el badulaque: "Si el calor aumenta bajaré la ventanilla". El odontólogo le pidió a la rubia: "Abra lo más que pueda". Ella abrió lo más que pudo. Le aclaró el dentista: "La boca, señorita". En el bar "La nube pasajera" uno de los asiduos clientes, Astatrasio Garrajarra, le dijo a Empédocles Etílez, su eterno compañero de parrandas: "Mañana saldré de vacaciones". "¿Ah sí? -se interesó el otro-. ¿A dónde vas a ir?". Contestó Garrajarra: "A otro bar". Sor Bette, joven monjita del convento de la Reverberación, estaba en el diván del doctor Duerf, célebre psiquiatra. Se sorprenderán mis cuatro lectores si les digo que la bella sor se había despojado por completo de sus hábitos y demás ropas, y estaba tendida en el diván, desnuda, en actitud voluptuosa de Cleopatra. Le preguntó la monjita al analista: "Muy bien, doctor: ahora que por fin logró usted quitarme mis inhibiciones ¿qué vamos a hacer?". Un caballo entró en una cantina. El tabernero le preguntó: "¿Por qué esa cara larga?". Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. Un día fue a ver la película "Infierno en la torre", y su sola presencia en la sala cinematográfica motivó que el fuego que en el film consumía el rascacielos se apagara. Aquella noche su esposo, don Frustracio, le pidió el cumplimiento del débito conyugal. Ella se negó: le dijo que en esa fecha se celebraba un aniversario más de la muerte de Tutankamón, faraón egipcio, y debía guardarle el correspondiente luto. Insistió en tal manera, sin embargo, el anheloso marido que después de cuatro horas de rogativas la gélida mujer accedió por fin, y eso a regañadientes, a prestarse al acto conyugal, aunque con una condición: mientras don Frustracio cumplía su deseo ella seguiría jugando al Candy Crush. Aceptó él la mencionada cláusula con tal de poder sedar sus rijos de varón. Cuando sedándolos estaba le pidió a su indiferente cónyuge: "¿Por qué no te quejas un poco? A falta de movimientos de tu parte esos quejos me servirán de excitación". "Está bien" -cedió ella. Y empezó a quejarse: "¿Por qué no has arreglado el grifo de la cocina? ¿Por qué no le has cambiado el aceite al coche? ¿Por qué no has podado el césped del jardín?". La esposa de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, asistió a una despedida de soltera. Al regresar le contó a su marido: "En la reunión se dijeron adivinanzas sexuales, pero no me aprendí ninguna. Dime tú una adivinanza sexual". "Claro que sí -ofreció Capronio-. Adivina a cuál de tus amigas me estoy tirando". En la madrugada del 15 de septiembre don Miguel Hidalgo y Costilla hizo sonar la campana de su iglesia, y reunida la gente en el atrio pronunció con vibrante voz su arenga: "¡Pueblo de San Miguel! ¡Viva Fernando Sexto y muera el buen gobierno!". Una mujer de severa traza y alto chongo se le acercó y le dijo: "Señor cura: no estamos en San Miguel; estamos en Dolores. Y no es Fernando Sexto: es Fernando Séptimo. Y no se dice: 'Muera el buen gobierno'. Se dice: 'Muera el mal gobierno'". El padre Hidalgo respondió: "Gracias, doña Josefa". Fue así como empezó la fama de la Corregidora. FIN.