viernes, 27 de noviembre de 2015

noviembre 27, 2015
José Repetto

Este jueves por la tarde fui al café La Flor de Santiago. Habían pasado ya más de 4 años desde que pisé su interior por última vez y supuse algunas cosas serían diferentes. Sin embargo, jamás me cruzó por la mente que un lugar con tanta historia pudiera ser arrebatado por completo de su encanto.


La única mesa en el casi centenario local era la nuestra. Fuimos, como la gente que va a un café, para hablar tranquilamente. Sin embargo esto nos fue imposible debido a que dos músicos, en el interior del local, estaban tocando ritmos cubanos en vivo a todo volumen. Era literalmente imposible comunicarnos sin gritar.

Uno de mis acompañantes preguntó al mesero si era posible que le bajaran un poco el volumen y éste simple y categóricamente se negó. Esto, cabe remarcar, a pesar de que la nuestra era la única mesa ocupada. Sólo nosotros representábamos un ingreso para el excafé. No nos quedó más remedio que retirarnos.

Fue evidente la burla del mesero, quien al llegar a la caja registradora hizo como que bailaba al ruido de los músicos.

Me causó cierta tristeza ver a La Flor de Santiago degradarse al nivel de cantinas de mala muerte como La Negrita o Mala Vida, a un predio de distancia, con música a todo volumen.

Se acabaron los días de tomar un café y platicar en paz con los amigos, en una reunión de trabajo o en una cita. Han llegado a su fin los tiempos cuando los meseros vestían formalmente y mostraban un mínimo de educación. Los cuadros más antiguos, que muestran cómo era el barrio de Santiago en otras épocas, están rodeados de basura postmoderna. Los muros han sido garabateados porque "es la moda".

Quedan sólo el edificio y los muebles. La Flor de Santiago ha muerto y usurpa su otrora buen nombre una estruendosa taberna.