domingo, 22 de noviembre de 2015

noviembre 22, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Pesca de truchas. Doña Macalota, esposa de don Chinguetas, llegó de un viaje anticipadamente y al entrar en la recámara vio algo que la dejó sin habla: su casquivano marido estaba en el lecho conyugal refocilándose con una guapa rubia. “¡Canallas! -profirió la ofendida señora-. ¡Infames! ¡Desvergonzados! ¡Cínicos!”. “Ay, mujer -le dijo don Chinguetas-. Tus arranques de celos van a acabar por destruir nuestro matrimonio”... Babalucas y su novia acudieron a la consulta de un ginecólogo. Después del examen correspondiente el facultativo les informó que la muchacha estaba ligeramente embarazada. “¡No es posible! -exclamó consternado Babalucas-. ¡Lo hicimos como en la canción de Agustín Lara!”. “¿Cómo?” -preguntó con extrañeza el médico. “Solamente una vez” -respondió Babalucas. Añadió la chica: “Y en el asiento de atrás del automóvil”. Acotó el doctor: “Eso no pertenece a la canción de Lara. Pero, díganme: ¿tomaron alguna precaución?”. “¡Claro que sí! -respondió con vehemencia Babalucas-. ¡Les pusimos el seguro a las puertas del coche!”... Simpliciano, joven candoroso, no sabía nada de sexo. Creía que “fornicar” era una tarjeta de crédito... La suegra de Capronio llegó muy contenta a la casa de su yerno. Llevaba consigo su perro, un finísimo ejemplar chihuahueño. Anunció jubilosa: “¡Gané el concurso canino!”. “¡Felicidades, suegrita! -exclamó el ruin sujeto con alegría simulada-. ¿Y en qué lugar quedó el perrito?”... Rosibel, linda secretaria, está pensando ya en las próximas fiestas. Comentó: “Espero tener una Nochebuena que no pueda olvidar, y una noche de Fin de Año que no pueda recordar”... Un agente viajero iba por un camino rural, y el automóvil se le descompuso. La noche era oscura; llovía torrencialmente. Vio a lo lejos una lucecita que resultó ser la de una granja. Llamó a la puerta, y le abrió el granjero. El visitante le explicó su predicamento, y le preguntó si podía pasar la noche en su casa. “Sí -respondió el hombre-. Pero tendrá que compartir la cama con mi hijo”. “¿Hijo? -se consternó el viajero-. ¡Joder, me metí en el chiste equivocado!”... Cerca de aquel pequeño pueblo había un riachuelo en cuyas cristalinas aguas abundaban las truchas. El boticario del lugar gustaba de ir los fines de semana a pescar. Las más de las veces no pescaba otra cosa que un resfriado o una insolación. A falta de pesca, para consolarse, tenía que escuchar el quinteto “La Trucha”, del celebrado compositor Franz Schubert (1797-1828). Su frustración y enojo eran mayores cuando veía que el cartero del pueblo, el único empleado de Correos que había en el lugar, hombre soltero y despreocupado, llegaba al río sin caña ni anzuelos, y metía las manos en el agua. Al punto acudían las truchas. Con la mayor facilidad el hombre cogía tres o cuatro y luego se marchaba feliz, silbando la alegre tonadilla de la pieza llamada “Nola”, por Nueva Orleáns. El boticario, harto de su mala fortuna y envidioso de la muy buena que tenía el cartero, hizo de tripas corazón y un día le preguntó cómo hacía para atraer las truchas y pescarlas con las manos. El hombre, generoso, le dio a conocer el secreto de su eficaz técnica de pescador. Le dijo: “Tengo varias amiguitas. Cuando quiero ir a pescar truchas paso mi mano por los encantos de alguna de ellas. Al parecer su aroma gusta a las truchas, especialmente a las de la variedad que nombran rainbow trout (Salmo irideus), cuya carne, sobre todo en caldo, es de sabor más delicado. La trucha es pez teleóstomo, del orden clupeiformes”. “¡Basta! -lo interrumpió el boticario-. Con la receta tengo; lo demás ya lo buscaré en Wikipedia. No dispongo yo de amigas, como tú, pero no creo sobrestimar a mi esposa si pienso que su perfume de mujer -así debo decirlo, aunque suene a nombre de película- atraerá también a los peces en la misma forma que hace el aroma de tus amiguitas”. Fue pues el boticario a su casa a fin de llevar a cabo en su señora el tocamiento que el cartero le había indicado. En el momento en que el farmacéutico llegó la doña estaba en la lavandería, planchando. El marido se llegó a ella por atrás y empezó a hacerle el dicho toqueteo. Sin volverse dijo la señora: “Qué bien se ve que hoy no tienes mucha correspondencia que entregar”... FIN.