martes, 20 de octubre de 2015

octubre 20, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


La historia que contaré este día es única. Eso quiere decir que es como todas las historias; como la historia de cualquier hombre y de cualquier mujer, pues todas las mujeres y todos los hombres son únicos. La historia trata de don Nabor, un señor del Potrero que hace algunos meses se fue de este mundo a otro que no conocemos. Don Nabor vivía solo. Era viudo.Aun sin mujer se las arreglaba muy bien. Andaba siempre limpio; era una gota de agua. Él mismo se lavaba y se planchaba su ropa; él mismo se hacía de comer. Las señoras decían con admiración que a nadie le salía la sopa de arroz como a don Nabor. Solamente las tortillas no se las hacía él: afirmaba que eso era cosa de mujeres. Buen administrador era también este señor que digo. Cuidaba con esmero de lo suyo; se murmuraba que tenía sus buenos ahorritos. Conservaba viejos usos: en el rancho ya nada más él fumaba cigarros de hoja. Decía que los otros -los Faros, los Carmencitas, los Delicados, los Elegantes, los Rialtos- no le sabían a nada. Cierto día, un 20 de mayo, hubo fiesta en el Potrero. Se celebraba la fiesta de la Virgen de la Luz, y llegó gente de todo el mundo.Al decir “todo el mundo” hablo de Saltillo, de Arteaga y de la Villa. Esta Villa era la de Santiago, Nuevo León, que ahora es ya ciudad. Y es que el rancho tenía salida por dos lados: por uno se llegaba a Saltillo; por el otro se salía a la Villa. En esos dos extremos terminaba el mundo: más allá no había nada ya. Hubo fiesta en el rancho, como dije, y como dije llegó gente de todas partes.Vino una muchacha. La traía Chon, el de la troca. A don Nabor le gustó la muchacha luego que la vio. No era bonita, pero sí de buenas carnes. “La mujer debe tener di’onde se agarre el hombre”, decía don Nabor cuando no había señoras presentes. Una vez, con dos o tres copas de mezcal adentro, dijo ese dicho en presencia de señoras. Ellas se pusieron serias, pero al mismo tiempo levantaron lo de adelante, para que se les viera. Aquella joven tenía mucho de dónde se agarrara un hombre. Don Nabor esperó a que Chon se ocupara y le llevó un refresco a la muchacha. Un refresco en el rancho consiste en un vaso de agua con un terrón de azúcar. La muchacha aceptó el convite y trabó conversación con él. Don Nabor le preguntó si era casada, y ella le respondió que no. En seguida le preguntó si tenía compromiso, y ella le dijo que tampoco: Chon era su amigo, nada más. La había invitado a pasearse, pero hasta ahí. Entonces don Nabor le preguntó que si podía vesitarla en el Saltío. El Saltío era Saltillo. Ella le dijo que sí, que cómo no. A don Nabor le inquietó un poco eso de que primero le dijo que sí, que cómo no, y hasta después le preguntó si él no tenía compromiso. En la segunda visita que le hizo, don Nabor le propuso matrimonio. Ella aceptó. Los hijos de don Nabor, y más las hijas, pusieron el grito en el cielo. Hablaron del recuerdo de la madre muerta, pero la verdad es que pensaban en el futuro de la herencia viva. Don Nabor no les hizo caso. Los hijos se pusieron a averiguar y descubrieron que la muchacha había tenido dimes y diretes con Pedro, Juan y varios. Se lo dijeron a su padre con frase muy dramática, sacada de una radionovela de la XEFB: “Esa mujer tiene un pasado”. Don Nabor les respondió con un refrán aprendido de su padre: “Nunca mires para atrás y contento vivirás”. Se casaron y vivieron felices. Ése podría ser el fin del cuento, que no es cuento, sino veraz historia. Veinte años de plácida vida conyugal disfrutó don Nabor al lado de su segunda esposa. Aquí no se cumplió el refrán que dice: “Casamiento a edad madura, cornamenta o sepultura”. Cornamenta no hubo nunca, y la sepultura llegó cuando debía llegar. A los 86 años de edad pagó don Nabor el obligado censo a la Naturaleza. Quiero decir que se murió. Al día siguiente del entierro su viuda tomó el autobús y se fue a Saltillo con lo puesto. Los hijos y las hijas del difunto se juntaron a la orilla del camino para verla, pues no podían creer que se iba y les dejaba todo. Al pasar frente a ellos la mujer sacó la mano por la ventanilla y con el dedo de en medio les hizo una seña pelada que había dejado de hacer desde el día en que conoció a su esposo. FIN.