lunes, 19 de octubre de 2015

octubre 19, 2015
GIANLUCA DI FEO / L'Espresso

¿De veras Hitler murió en el búnker? Un túnel en que sólo una persona puede caminar apoyándose, el segmento final para completar un rompecabezas de pasajes subterráneos. Y tratar de encontrar una llave oculta para reabrir el misterio del siglo XX, que ha resistido intacto setenta años. Porque ni la tecnología de punta ha podido ofrecer una sola prueba objetiva de la muerte de Adolfo Hitler.

Los historiadores tienen pocas dudas. Para ellos, el Führer se suicidó el 30 de abril de 1945 en el búnker de la Cancillería, de un balazo en la cabeza y tal vez una dosis de veneno. Cualquier testimonio directo del epílogo, si es que es verdadero, ha desaparecido en el apocalipsis del Tercer Reich: restan sólo relatos de segunda mano o de personas de dudosa credibilidad. Nada que permita a un juez actual certificar la defuncuón.

Thomas J. Dodd, jefe de la delegación estadounidense en los juicios de Nuremberg, utilizó palabras claras: "Nadie puede decir con certeza que Hitler está muerto." Hay un vacío de pruebas, científicas y fotográficas: los presuntos restos del dictador y de la mujer con la que se había casado la víspera del final fueron incinerados y dispersados por la KGB en 1970. Veintitrés años después, en los archivos de Estado de Moscú aparecieron dos fragmentos de cráneo que, según las pruebas de ADN realizadas en laboratorios estadounidenses, en 2009, son de una joven de edad compatible con Eva Braun.

Los restos de cráneo están perforados por una bala, mientras que las historias sobre el bunker siempre han hablado de envenenamiento. Los documentos desclasificados no arrojan luz, sino oscurecen más el enigma. Los archivos estadounidenses desclasificados hace un año están llenos de informes del FBI, entregados personalmente a Edgar Hoover, que señalan la presencia del Führer en diferentes países. Como si los detectives federales, monopolistas de la  inteligencia de Estados Unidos después de la guerra, hubiesen creído la respuesta de Stalin, un rotundo "no" durante la Conferencia de Potsdam a la pregunta directa del presidente Truman: "¿Está muerto Hitler?".

Desde entonces decenas de ensayistas y novelistas de valor diverso han escrito sobre la hipótesis de una odisea nazi hacia un escondite remoto donde esperarían el resurgimiento de la locura aria. Para abordar el tema con un enfoque diferente, está el proyecto encargado por History Channel. En lugar de confiar la investigación a un grupo de académicos, el canal de documentales envió un equipo de investigadores de última generación, dirigidos por una leyenda de la CIA: Robert Baer, ​​quien es la inspiración del agente interpretado por George Clooney en "Syriana". 

Un veterano todavía activo: su última misión fue en Beirut, investigando el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri, por encargo del Tribunal Especial del Líbano. John Cencich, en cambio, es un experto en investigaciones científicas y dirigió la investigación internacional que llevó al proceso del presidente serbio Slobodan Milosevic en La Haya. Junto a ello, Tim Kennedy, un sargento estadounidense que participó en las misiones de las fuerzas especiales en Afganistán para encontrar el refugio de Osama Bin Laden  y en Irak para capturar a Zarqawi. Un equipo pragmático que contó con especialistas para hacer frente a cada tarea: los periodistas de investigación británicos, israelíes cazadores de criminales, académicos argentinos especializados en las comunidades alemanas en su país e investigadores españoles para esclarecer la relación entre Franco y el Reich.


El trabajo de este equipo duró un año, con un presupuesto de varios millones de dólares y empleo de instrumentos de alta tecnología, desde aviones no tripulados a geo-radaesr: equipos y recursos que los investigadores académicos difícilmente pueden obtener. El resultado es un larguísimo documental, "Hunting Hitler", ocho episodios de una hora que emitirá History channel desde el lunes 26 de octubre. La trama  televisiva es altamente dinámica, con el ritmo de las grandes películas de acción. Ciertamente demasiado "movida" para producir un consenso entre los historiadores, pero ciertamente no es un producto dedicado a un nicho de mercado; es una inversión para captar un público amplio.

Hitler, el acto final

El punto es si hay sustancia detrás del espectáculo, es decir, si este enfoque innovador puede ofrecer una contribución real a la investigación. Los resultados parecen interesantes, aunque ni la más avanzada tecnología ni el software desarrollado para el desafío global de Al Qaeda fueron capaces de dar una conclusión sobre el destino de Hitler. Es sorprendente observar cómo todavía en los estudios de campo hay fuertes reticencias en varios países, así como el deseo de no volver a abrir un capítulo que se prefiere olvidar: por ejemplo, el caso de familiares de Eva Braun, quienes no aceptan que se les haga la prueba de ADN para comparar su código genético con el de los restos óseos hallados en Moscú. "Nacimos después de la guerra, para nosotros esa historia está cerrada", explican.

Arquitrabe de la investigación son los archivos que el FBI ha desclasificado en 2014: varias docenas de informes más o menos precisos sobre la eventual fuga de Hitler que datan de 1945 a 1950. Baer los ha analizado con los programas informáticos que la CIA utiliza para localizar a los terroristas islámicos, cruzándolas con la información recogida por los historiadores y con la base de datos de interrogatorios para crear un mapa de posibles escondites. Para luego ir a verificar sobre el terreno toda la información.

Se parte de las vías para salir del búnker de la Cancillería sin ser visto (N. de la R. políglota, este reportaje de seguro lo va a ver encantado "El Chapo" Guzmán, dondequiera se encuentre). En el Berlín bajo bombardeos continuos existían cientos de kilómetros de túneles subterráneos, las únicas rutas seguras durante el asedio del Ejército Rojo. Son catacumbas que ha estado explorando sistemáticamente desde 1999 un grupo de espeleólogos. Pero hasta ahora le faltaba el eslabón final de la ruta entre la residencia blindada del Führer y el aeropuerto de Tempelhof: la única instalación nazi a salvo de los raids de los aliados y de los bombardeos soviéticos, con hangar a prueba de explosivos que protegía a los Cóndor cuatrimotores, capaces de llegar en vuelo sin escalas a España. El 21 de abril de 1945 despegaron varios, transportando a un puñado de oficiales de alto rango a la fortaleza del Reich en Baviera: en algunos de estos aviones iban a bordo "las propiedades personales de Hitler." La última salida conocida de los vuelos fue el 23 de abril, mientras otros Cóndor fueron capturados intactos por los rusos cinco días después.

Bajo el aeropuerto hay un panal de locales blindados con implantes hídricos y eléctricos autónomos, una especie de monasterio de hormigón y acero, con decenas de céldas cúbicas en tres niveles. En parte guardaban negativos y películas: kilómetros de filme reducidos a ceniza por el incendio provocado por los explosivos soviéticos en el último asalto, una incineración que duró días.
"Sin rutas de escape, un búnker se convierte en una trampa", subraya Baer. Desde el comando de la Cancillería, de hecho, se entraba a los túneles del Metro. Sin embargo, todos los sobrevivientes del séquito de Hitler han megado que hubiera una ruta directa a los hangares de Tempelhof. Pero el uso de un geo-radar táctico, idéntico al utilizado para inspeccionar las cuevas de Tora Bora donde se pensaba que había muerto Bin Laden, permitió que el equipo de History Channel descubriera un cunículo (túnel vertical largo) que conecta el aeropuerto con la estación del Metro. Está cerrado desde los días de la batalla y ahora se esperan los permisos de demolición para abrirlo y explorarlo. En cualquier caso, había otras maneras de evadir el ataque soviético. Robert Ritter von Greim y Hanna Reitsch aterrizaron en una pista improvisada a pocos metros de la Puerta de Brandeburgo y se se volvieron a ir el 30 de abril después de reunirse con Hitler en los meandros de la Cancillería.

Sí, pero ¿adónde podría ir un hombre tan famoso y tan odiado? El examen de los archivos del FBI lleva a excluir la ruta tirolesa, aprovechada por muchos nazis para llegar a América del Sur a través de los puertos italianos y bajo la protección de la jerarquía católica. En el caso del Führer, los riesgos tenían que ser reducidos al mínimo, contándose con los refugios preparados hacía tiempo en los países amigos. Como España, con Francisco Franco. Allí, los informes recopilados por los detectives de Hoover dirigieron al equipo de Robert Baer a un monasterio muy especial, ya que se une por un largo túnel subterráneo al comando de la policía militar.
Luego las Canarias, último puerto de los submarinos que no quisieron rendirse a los aliados: tres zarparon de Alemania tras el anuncio de la derrota, llegando a la Argentina casi tres meses después. Es en el país sudamericano que los avistamientos de Hitler se multiplican. El análisis de los archivos ha llevado a una pequeña ciudad aisladísima, Charata, y a otro búnker: una estructura construida bajo una granja, a cientos de kilómetros de distancia de todo. Allí, en los años 40, una gran colonia alemana matriculaba a centenares de niños en la sede local de las Juventudes Hitlerianas. Sin embargo, el expediente del FBI indica otra guarida más al norte, en Misiones, tierra de predicadores jesuitas en la frontera de tres países: un lugar que hasta donde se sabe siempre ha sido explotado para la trata y el contrabando.

En Misiones, desde el pasado mes de marzo una expedición arqueológica está explorando los restos de tres edificios construidos en los años 40 en el corazón de la selva. Se trata de una casa de calidad, con bañera y decoraciones. El otro, probablemente una planta hidroeléctrica con algunos talleres. En resumen, una residencia autónoma: las excavaciones hasta ahora han descubierto reservas de alimentos enlatados y medicamentos, todos de esa época. En una pared había escondida una caja de galletas con monedas del Tercer Reich y algunas fotos. Una de ellas muestra a una jovencísima recluta de las SS, quizás no alemana, quizás una de los voluntarios europeos que acudieron a luchar por la esvástica. Otra muestra la primera reunión entre Benito Mussolini y Hitler, en Venecia, en 1934: la única en la que el canciller viste de civil. Indicios, pequeños y grandes, de una red de protección de fugitivos nazis. Pero no resuelven el misterio del siglo.