miércoles, 28 de octubre de 2015

octubre 28, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Sin entender. Don Cornamuso llegó inesperadamente a su casa y al abrir el clóset de la recámara para colgar su saco vio ahí a un individuo. Hecho una furia le preguntó a su esposa: “¿Qué significa esto, Mesalina?”. “¡Ah! -se enojó ella a su vez-. ¡Tú tienes en el clóset tus palos de golf, tus cañas de pescar, tus raquetas y tu bola de boliche! ¿Y yo no puedo tener nada?”. Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, ofreció sus servicios de voluntaria en la cárcel para varones. Le preguntó el alcaide: “¿Qué clase de servicio desea usted prestar?”. Respondió Celiberia: “Me gustaría sustituir a las señoras que por cualquier motivo no pueden llegar a la visita conyugal”. Una mujer se presentó ante la Comisión de Derechos Humanos y le dijo a la comisionada: “Solicité un empleo, y la dueña del negocio empezó a hacerme todo tipo de preguntas sobre mi vida sexual. Me preguntó qué sé hacer para satisfacer a un hombre; cuáles posiciones conozco para hacer el amor; cuántas veces lo puedo hacer en una noche...”. “¡Eso es intolerable! -prorrumpió la encargada con indignación feminista, que es la indignación más indignada que se puede hallar-. ¡Esas preguntas son ilegales! ¡Nadie tiene derecho a hacerle a usted un interrogatorio semejante! Dígame: ¿qué clase de empleo es el que usted solicitaba?”. Respondió la quejosa con rubor: “De prostituta en una casa de mala nota”. Ya no entiendo lo que está sucediendo en el País. Y otras muchas cosas no entiendo. A veces tengo la impresión de que la vida es un concurso de enhebrar agujas al cual yo entré con las dos manos metidas en sendos guantes de box. Me siento inútil para captar algunas situaciones. Soy incapaz de resolver problemas. Se me hace nudo el hilo de las cosas; los aposentos de la existencia diaria se me vuelven un laberinto inextricable. Como dijo el poeta de Jerez: “A medida que vivo ignoro más las cosas; / no sé ni por qué encantan las hembras y las rosas”. Sin embargo, no me preocupo demasiado. Después de todo, ¿quién entiende la vida cabalmente? Si no la entendieron Sócrates, Platón y Aristóteles; si no la entendió San Agustín; si no la entendieron Bacon ni Pascal, Kant ni Descartes, Kierkegaard ni Husserl, Heidegger ni Sartre, menos aún la voy a entender yo. He llegado a una felicísima conclusión: La vida no es para entenderla, sino para vivirla. Y lo mismo mi País, maravilloso e inquietante: Aun ininteligible es muy vivible. Espero que me entiendan. Susiflor asistió a una fiesta nudista. Le preguntó una amiga: “¿Cómo estuvo la reunión?”. Respondió Susiflor: “Al principio muy bien, pero luego empezó el baile y las cosas se pusieron muy agitadas”. Don Mininio le contó a un amigo: “Estoy muy ofendido con mi mujer. Puso en la recámara un espejo”. El otro le indicó: “No me parece que debas estar tan enojado. Es muy normal tener un espejo en la recámara”. “Sí, -admitió don Mininio-. Pero ella lo puso de mi lado, y el espejo es de ésos que tienen un letrero que dice: ‘Los objetos aparecen aquí más grandes de lo que son en realidad’”. Un día antes de su boda el novio tuvo un accidente de automóvil y recibió un fuerte golpe en cierta parte de su anatomía que tenía relación con la nueva vida que iba a comenzar. Acudió a un médico, y éste le improvisó un dispositivo protector con varias tablitas y un poco de tela adhesiva para evitar que se fuera a lastimar la ya de por sí tan lacerada parte. Llegó la noche de bodas, y apareció la novia luciendo un sugestivo atuendo. Con grácil movimiento se despojó de la prenda superior y le dijo al muchacho: “Mira esto: Jamás ha sido tocado por manos de hombre”. Seguidamente la chica dejó caer la parte inferior de su íntimo atavío. “Mira esto otro -volvió a decirle a su flamante maridito-. Jamás ha sido contemplado por ojos de hombre”. Entonces el muchacho dejó caer a su vez su bata y le dijo a su dulcinea: “Y tú mira esto. Ni siquiera lo he sacado todavía de su empaque original”. Doña Pasita le pidió al carpintero que le arreglara el asiento del inodoro. El hombre revisó la pieza y declaró: “No encuentro nada malo en la tabla”. Le dijo la ancianita: “Véala más de cerca”. El carpintero acercó la cara al asiento para verlo mejor, y el bigote se le atoró en él. “¡Ouch!” -exclamó dolorido al tiempo que procuraba desasirse de la tabla. Le dijo doña Pasita: “Me pasa todos los días”. (No le entendí). FIN.