viernes, 23 de octubre de 2015

octubre 23, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

"Papi -preguntó el niño-. ¿Qué diferencia hay entre cortesía y tacto?". "Te lo diré -respondió el señor-. En el club de tenis entré por equivocación en el baño de vapor de las señoras. Una de ellas estaba ahí sin ropa, y quedó espantada al verme. Yo me quité los lentes, hice como que los limpiaba y dije: 'Disculpe  usted, caballero'. Y salí. Pues bien: haberle dicho: 'Disculpe usted', es cortesía, y haberle dicho 'caballero' es tacto". Por orden del cantinero el mesero del bar se negó a servirle una copa más al intoxicado parroquiano. El temulento se indignó. Le dijo airado: "¿No sabes quién soy?". "Lo ignoro, señor -respondió el mesero cortésmente-. Pero ya se acordará usted cuando se le pase la peda". Aquel día Pepito se portó más mal que de costumbre. La maestra le envió un recado a su papá pidiéndole que lo reprendiera por su conducta. El señor llamó a su travieso hijo y le manifestó, severo: "Recibí un recadito de tu maestra". "¡Fantástico, papi! -se alegró Pepito-. ¡Te prometo que no le diré nada a mi mamá!". Otro de Pepito. Su padre le dijo: "Desde que naciste no me has dado ningún placer, ninguna satisfacción". Replicó el precoz chiquillo: "¿Pero qué tal nueve meses antes de nacer?". El pueblo norteamericano es muy extraño. Tan extraño como los demás pueblos del mundo. Los pueblos se forman con hombres, y los hombres son extrañas criaturas. Unos asumen esa extraña conducta que es el bien; otros adoptan esa costumbre aún más extraña que es el mal. Algunos norteamericanos buenos -científicos; ecologistas; biólogos- salvaron al halcón peregrino de la extinción definitiva. Quedaban veinte parejas de esa ave. Después de varios años de intensos cuidados hay un número de halcones suficiente para asegurar la supervivencia de la especie. Algunos norteamericanos malos -policías brutales; fanáticos de la raza blanca; torpes rednecks - persiguen a otros peregrinos, y bien quisieran acabar con ellos. Muchos de esos peregrinos son migrantes mexicanos, objeto de discriminación y malos tratos cuya injusticia clama al cielo. ¿No podrían los norteamericanos buenos proteger a esos peregrinos, aunque no sean halcones?


Y va de cuento. Donald Trump coincidió en una cena con sir Frozennuts, famoso explorador polar. Relató el audaz aventurero: "Mis hombres y yo estuvimos dos años en el Polo Norte. En todo ese tiempo no vimos nunca una mujer". "¿De veras? -se interesó Trump-. Y, si no es indiscreción: ¿qué hicieron en cuestión de sexo?". Frozennuts bajó la voz y respondió: "Me da pena decírselo, pero tuvimos que recurrir a las osas polares". "¿Y por qué le da pena? -se extrañó Trump-. Son blancas, ¿no?". He aquí una ecuación que no falla: a mayor ignorancia y mayor estupidez, mayor racismo. Después de discutir un buen rato el agente de tránsito le dijo a la guapa conductora: "Mire, señorita: para serle franco, lo que quiero es una mordida". "Muy bien -aceptó ella-. No llevo conmigo dinero en efectivo, pero se me ocurre una idea: vamos a mi departamento". Al agente se le iluminó el rostro. Con la seguridad de disfrutar un rato agradable subió al coche de la joven y con ella llegó al departamento. Abre ella la puerta y apareció un terrible perro doberman. "Fierabrás -le dijo la muchacha-. Aquí el señor quiere una mordida". El empleado Ovonio le dijo a don Algón, su jefe: "Le pido que me aumente el sueldo. Sepa usted que tres compañías andan tras de mí". "¿Es cierto eso? -preguntó escéptico el ejecutivo-. ¿Cuáles compañías?". Respondió el tal Ovonio: "La de la luz, la del teléfono y la del gas"... Y para concluir, he aquí el relato del desastrado suceso que le aconteció a Babalucas. Era fabricante de muebles, e hizo un viaje a Europa. De regreso le contó a un amigo: "Vengo asombrado de lo inteligentes que son las francesas. Vi a una en un bar, y me gustó. Como no hablo nada de francés le dibujé una copa para darle a entender que la invitaba a tomar una. Ella movió la cabeza indicando que sí. Bebimos algunas copas, y luego dibujé un plato con comida para invitarla a cenar. Ella aceptó también. Al terminar la cena ella tomó el papel y la pluma y me mostró que ya había adivinado que soy fabricante de muebles". "¿Cómo te lo mostró? -preguntó el amigo-. Respondió Babalucas: "Me dibujó una cama". FIN.