viernes, 2 de octubre de 2015

octubre 02, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Pobres y millonarios. La parejita de recién casados ocupó en el hotel la suite nupcial donde pasarían su noche de bodas. Tan pronto se vieron en la habitación el anheloso novio le dijo a su mujercita: “¡Al fin solos, Dulciflor!'”. La novia replicó, molesta: “Leovigildo: estuvimos tres años de novios. Ayer la boda duró todo el día. Hoy el vuelo se retrasó dos horas. Tardamos una hora más para que nos tuvieran listo el cuarto. Y ahora que ya estamos aquí ¿te pones a decir discursos?”. En el pueblo había una sola casa de mala nota. Para colmo en ella había solamente una muchacha, Nalgarina. Uno de los asiduos parroquianos de aquel útil establecimiento unipersonal se topó en la calle con otro que igualmente acostumbraba frecuentar el sitio. Le preguntó: “¿Qué te has hecho? Ya no te hemos visto en la casa de Nalgarina”. “Es que me casé” -explicó el otro. “¿De veras? -se interesó el primero-. Dime, aquí entre nos: ¿quién es mejor en la cama? ¿Nalgarina o tu esposa?”. “Es mucho mejor Nalgarina -reconoció el sujeto-. Mi señora apenas está aprendiendo. Pero con ella no tengo que hacer fila”. Leovigildo y Gudelana trabajaban en la empresa de don Algón. Ahí se conocieron y se enamoraron. Una vez casados fueron de luna de miel a una hermosa playa. Los días pasaron prontamente, de modo que decidieron enviarle un correo a su jefe: “Esto es maravilloso. Le pedimos una semana más de vacaciones”. Respondió al punto el empresario: “Regresen inmediatamente. Eso en cualquier parte es maravilloso”. El joven marido se veía flaco, extenuado, feble, tilico y escuchimizado. Acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna y le dijo con voz que apenas se escuchaba: “Vengo a verlo, doctor, porque me siento laso, abatido y agotado”. Un breve interrogatorio clínico le bastó al célebre facultativo para dar con la explicación de la fatiga crónica de su paciente. Le dijo: “Llévese estas píldoras para dormir. Le ayudarán bastante”. El muchacho se atrevió a opinar: “Con respeto para usted, doctor, y para la ciencia médica, no creo que lo que yo necesito sean píldoras para dormir”. Replicó el sabio galeno: “Las píldoras no son para usted. Son para su esposa”. En ninguna parte del mundo pienso, se pagan los salarios que en México perciben los diputados y senadores, algunos miembros de la judicatura federal y los funcionarios electorales. En país de pobres, sueldos millonarios. Si a eso se añaden prestaciones, aguinaldos y gajes de todo orden y desorden, las ganancias de esos señores -y señoras- llegan a alcanzar el rango de insultantes. He aquí uno de los muchos abusos que se deben corregir en este México del que tantos abusan. Afrodisio fue a la tienda de departamentos, y lo atendió una linda chica. Dijo el salaz sujeto: “Busco un regalo para mi esposa”. Preguntó la muchacha: “¿Le gustaría ver un lindo juego de ropa íntima con brassiére strapless y tanguita crotchless?”. “Claro que me gustaría -contestó Afrodisio-. Pero primero vamos a ver lo del regalo de mi esposa”. Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, sintió nacer en él la luz de la verdad, y eso lo hizo experimentar tremendos remordimientos de conciencia. Esa noche llegó a su casa y le dijo a su esposa, emocionado: “Sufricia: estuve meditando acerca de lo que ha sido nuestra vida, y llegué a la conclusión de que no tengo con qué pagarte lo que has hecho por mí. Tu cariño y apoyo han hecho de mí lo que soy. Y sin embargo siempre me he portado contigo como un canalla. Pero te juro por lo más sagrado que desde hoy seré otro hombre. Arréglate, por favor: te llevaré ahora mismo a cenar en el mejor restorán de la ciudad”. Al oír eso la abnegada mujer estalló en llanto. “¡Qué malo eres, Capronio! -sollozó-. Se descompuso la lavadora; me quemé con la plancha; nos cortaron el teléfono; los niños estuvieron peleando toda la tarde; ¡y ahora tú vienes borracho!”. El inexperto pero rijoso jovenzuelo trataba en vano de obtener los favores de la voluptuosa rubia experta en artes amatorias. “¡Marivina! -clamó desesperado. ¡Dame al menos la luz de una esperanza!”. “Perdóname -respondió ella-. Por esta noche tendrás que recurrir a una lámpara de mano”…FIN.