domingo, 18 de octubre de 2015

octubre 18, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Milagro. A don Calito, anciano señor, se le olvidaba siempre subirse el zipper. Su esposa, doña Pasita, se apenaba mucho por eso, y continuamente le andaba diciendo que traía abierta la bragueta o portañuela, lo cual molestaba al viejecito. Un buen día le dijo él: “Ya no me avergüences delante de la gente. En el futuro, si notas que traigo abierto el zipper, haz como que buscas en tu bolso y di: ‘¡Ah, se me abrió la polvera!’. Yo entenderé, y me subiré el zipper sin que nadie se dé cuenta”. Pocos días después los esposos fueron a una fiesta. De pronto doña Pasita hizo como que veía dentro de su bolso y exclamó: ”¡Ah, se me abrió la polvera! ¡Y para colmo se me salió el lapicillo labial!”... Tres amigos fueron de vacaciones a Cancún. En la playa conocieron a tres chicas que viajaban juntas: una recepcionista, una enfermera y una maestra. Al día siguiente los tres comentaron en el desayuno sus respectivas experiencias. Dijo el primero: “A mí no me fue bien con la telefonista. Cuando trataba yo de hacer algo ella me detenía y me decía: ‘Un momentito por favor. Un momentito’. Dijo el segundo igualmente mohíno: “A mí también me fue muy mal con la enfermera. Trataba yo de tocarla y me decía: ‘No se mueva. No se mueva’. Dijo el tercero con voz débil: “A mí me fue peor con la maestra”. Le preguntaron sus amigos: “¿Tampoco te dejó hacer nada?”. “Sí me dejó -respondió el muchacho desfallecido, exánime, agotado-. Pero cuando terminé la primera vez me dijo: ‘Puedes hacerlo mejor. Me vas a repetir lo mismo cinco veces para que lo aprendas bien’”... Iba en su automóvil Bustolina Grandchichier, vedette de moda cuyos muníficos atributos pectorales hacían recordar la basílica de Santa Sofía, conocida por sus monumentales cúpulas. Inadvertidamente no frenó ante una señal de alto, y un agente de tránsito la hizo detener. “Sus documentos, por favor” -le pidió. Bustolina no traía ninguno. Con tono de reprensión le dijo el agente: “Se pasó un alto y maneja sin licencia. Mire, señorita: cuando algo así sucede la gente acostumbra darme una mordida. Aquí no será igual. En esta ocasión la mordida se la voy a dar yo a usted”... Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, les contó a sus amigos: “Mi esposa y yo fuimos a San Juan de los Lagos y en medio de la ingente multitud que iba a su santuario, la Virgen me hizo un milagro muy grande”. “¿De veras? -preguntó uno de los amigos, emocionado-. ¿Qué milagro te hizo?”. Respondió Capronio: “Se perdió mi mujer”... Dos tipos conversaban en el bar acerca de sus experiencias matrimoniales. Contó uno: “Yo conocí a mi mujer un mes antes de casarme con ella”. Dijo el otro con acento de infinita tristeza: “Yo conocí a la mía un mes después”... A una casa desafinada, es decir, de mala nota, llega un jactancioso individuo. Jactancio Elátez, sujeto presuntuoso, se plantó en medio del local, se desposó de su camisa y su camiseta y procedió a mostrar su musculatura a las damas que ahí prestaban sus servicios y todo lo demás. “¡Miren! -les dijo con orgullo-. ¡Puro fierro! ¡Puños de fierro! ¡Brazos de fierro! ¡Hombros de fierro! ¡Cuello de fierro! ¡Espaldas de fierro! ¡Cintura de fierro! ¡Estómago de fierro! ¡Y todo lo demás de fierro también! ¡Por eso me dicen El Hombre de Fierro!”. Todas las mujeres se impresionaron, menos una veterana experta en toda suerte de lides. Se levantó y le dijo al faceto individuo: “Ven conmigo. Si a ti te dicen el Hombre de Fierro, a mí me llaman Pandora la Fundidora”... En la agencia de automóviles el vendedor estrella se quejó con una de las secretarias. “Me ha ido muy mal -le dijo-. Este mes tendré que vender algunos coches, o perderé mi buena fama”. Replicó la chica: “Pues yo este mes tendré que vender algo de mi buena fama, o perderé mi coche”... Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, llevó a Rosibel a un romántico paraje en su coche compacto. Ella descendió del minúsculo vehículo y se tendió voluptuosamente sobre el césped. Pero el galán no descendía del auto. “¡Afrodisio! -lo llamó Rosibel-. Si no bajas del coche se me quitarán las ganas”. Respondió él, apurado: “Y si a mí no se me quitan las ganas no podré bajar del coche”. (No le entendí)... FIN.