viernes, 16 de octubre de 2015

octubre 16, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Inacción oficial. Unos novios subieron al autobús. Sólo había un asiento disponible, de modo que el muchacho se sentó e invitó a su novia a que se sentara en sus rodillas. Poco después la linda muchacha le preguntó, inquieta, a su galán: "Algo me va calando. ¿Qué es lo que tienes ahí?". Confuso, aturrullado, el muchacho acertó a contestar: "Es una pipa". El viejecito que iba al lado le dijo a la muchacha: "Mejor siéntese en mi regazo, señorita. Yo ya hace muchos años que no fumo". Pepito estaba jugando con su estuche de química. Desde su mecedora lo observaba su abuelo. El niño produjo un cierto líquido, mojó en él a una lombricita, y el pequeño gusano quedó tan rígido que Pepito pudo clavarlo en la pared con un martillo. Al ver eso el añoso señor fue apresuradamente hacia su nieto y le dijo: "Te ofrezco 50 pesos por el líquido que quedó en la probeta". Pepito aceptó el trato y el abuelo le entregó el dinero. Al día siguiente llegó de nuevo y le dijo al niño: "Ahora te ofrezco 50 mil pesos por la fórmula". Hay algo que los gobernantes deben hacer: gobernar. Esto que digo no es perogrullada ni risible obviedad, pues sucede que muchos gobernantes no gobiernan. Abdican de su autoridad por temor de ser llamados represivos, y dejan que en sus comunidades se instauren el caos, la anarquía y el desorden. Ninguna forma de progreso puede darse ahí donde priva la ilegalidad. El orden jurídico debe establecerse no sólo como cimiento de la vida en sociedad, sino aun por razones de índole económica. Me pregunto cuánto ha perdido México en inversiones nacionales y extranjeras por el ambiente de inseguridad que priva en el país por causa de la constante acción no sólo de la delincuencia organizada, sino también de organizaciones civiles violentas ante las cuales los gobernantes reculan (aunque se escuche mal el término) y las dejan hacer, o mejor dicho, deshacer. Tal se diría que esas bandas recibieron del gobierno una patente de corso que les permite atentar continuamente e impunementecontra los intereses de los ciudadanos. La inacción oficial ante esos actos ilegales hace que los facciosos se engallen y vayan aumentando la intensidad de su violencia. En cambio la aplicación recta de la ley pone freno a los abusos y reduce a los provocadores a una acobardada inactividad, como sucedió en Oaxaca con la CNTE. Aquí no estamos en presencia de acciones represivas, sino del uso de una autoridad legítima, y de la fuerza que al Estado corresponde en monopolio a fin de proteger a la población contra los actos que la ponen en riesgo o la lesionan. Gobiernen, pues, los gobernantes. Es lo menos que se les puede pedir. Famulina, joven criadita, acudió desesperada con el padre Arsilio. Le dijo entre sollozos: "¡Estoy desesperada, padrecito! ¡La señora de la casa donde trabajaba me despidió, y no puedo encontrar un nuevo empleo!". "No te angusties, hija, trató de consolarla el bondadoso sacerdote. Entrégate al Señor, y verás cómo todo se arregla". "¡Ya me entregué al señor, padre! respondió gemebunda la muchacha. ¡Precisamente por eso me despidió la señora!". Un pobre hombre llamado don Martirino estaba casado con una fiera mujer, doña Gorgona. Un día los compañeros de trabajo del infeliz señor le fueron a avisar a la señora que su esposo había fallecido: "No me sorprende", fue el frío comentario de doña Gorgona. Siempre le estaba diciendo: 'No fumes, Martirino. Ya no fumes'. No me hizo caso, y he ahí las consecuencias". Le aclaró uno de los compañeros del finado: "Su marido no murió por causa del cigarro, señora. Al atravesar la calle lo atropelló un camión". "Les digo", insistió doña Gorgona. Seguramente iba a comprar cigarros". Simpliciano, joven ingenuo, cándido e inocente, llevó a pasear en su coche a Pirulina, joven mujer con muchos kilómetros de vida recorridos, casi todos de terracería. El boquirrubio estacionó el coche en el romántico sitio llamado El Ensalivadero, donde las parejitas se reunían en las noches de luna y cuando no había luna más, y procedió a darle a Pirulina un casto beso en la mejilla. Le dijo: "Eso es una cucharadita de amor". Respondió Pirulina: "Para empezar no está mal. Pero ahora vamos al asiento de atrás y saca la pala". FIN.