martes, 27 de octubre de 2015

octubre 27, 2015
PORTO VELHO, Brasil, 27 de octubre.- La Asociación para el Desarrollo Cultural en la ciudad de Porto Velho rehabilita a los reclusos con prácticas de sanación.

Terapeutas ocupacionales realizan masajes ayurvédicos a los prisioneros como parte del programa Acuda, que se aplica en un complejo de diez cárceles en Porto Velho, Estado de Rondônia. Entre los tratamientos están estiramientos de yoga y ejercicios de respiración.

También se propicia que los prisioneros jueguen con sus hijos durante las visitas.

Los prisioneros se cubren el cuerpo con arcilla antes de las sesiones de terapia. Luego de la "sesión de barro" se lavan.

El año pasado, Felicitas Martinez Vivot tradujo para buendiario.com el siguiente reportaje de The New York Times sobre la cárcel de Ji-Paraná, otra cárcel de Rondônia.

Presos meditando. Todas las fotos, de Reuters.

Años de encarcelamiento han demostrado que el encierro solo castiga, no mejora al humano. La cárcel degrada y separa de la sociedad, no cura el mal latente en la persona que incurrió en la criminalidad. ¿Qué tal probar otra cosa, un método experimental? Eso pensaron los responsables del penal de Ji-Paraná, Amazonas, donde se está probando el ayahuasca como camino para que los presos recapaciten y aprendan. Los resultados son asombrosos.

Todo tiene el aspecto de un ritual, de una ceremonia. Los presidiarios se visten en ropa blanca y holgada, al aire libre. Cada uno de ellos recibe un vasito con ayahuasca en estado líquido, lo beben, esperan. Algunos vomitan, parte natural del proceso, pero todo ocurre con cantos e himnos, y no es extraño que los participantes incurran en el baile. El ayahuasca es consumido hace siglos en la selva amazónica, pero nunca en el contexto de una cárcel, donde habitan personas juzgadas por asesinato, secuestros e incluso violaciones.

Vale la pena el intento, y los resultados lo demuestran. “Finalmente me doy cuenta de que estaba en la senda equivocada en la vida”, dice Celmiro de Almeida, 36, sentenciado por homicidio. “Cada experiencia me ayuda a comunicarme con mi víctima, y le ruego que me perdone, explica el hombre que ya ha atravesado el ritual veinte veces en el santuario. El suministro de la sustancia responde a nuevas búsquedas del gobierno brasileño de lidiar con la inmensa población carcelaria, y como modo de poner fin a la violación de derechos humanos.


Acuda, un grupo de defensa de los derechos de los presos, cumplió una parte clave en el cambio. A través del yoga, la meditación y el reiki demostraron que era posible frenar las actitudes violentas de los presidiarios. Los buenos resultados permitieron llevar la experimentación más lejos. El ayahuasca, resultado de hervir una vida llamada Banisteriopsis caapi con una hoja (Psychotria viridis), es polémica por sus efectos narcóticos pero tremendamente efectiva a la hora de indagar en la psiquis y el inconsciente humano. Amparados en las creencias de Santo Daime, una religión que mezcla catolicismo, tradiciones africanas y trances, encontraron donde llevar esto a la práctica: en pleno Amazonas.

“Los presos regresan a la sociedad más violentos que cuando llegaron a la prisión”, cree Euza Beloti, una psicóloga de Acuda. “Nosotros vemos a los presos como seres humanos, que tienen la capacidad de cambiar”. De este modo, el equipo de terapeutas, médicos y psiquiatras de Acuda guía el proceso en la cárcel ubicada en Porto Velho. Los jueces y los policías habilitan y permiten el ritual dentro de la cárcel de máxima seguridad, a la que además han empezado a llegar para este fin presos de penitenciarías cercanas.

El ritual incluye la práctica de masajes ayurvédicos, de meditación y de entrenamiento en oficios. Aprenden trabajo en cerámica, jardinería y cultivo. Todo bajo los efectos de la ayahuasca, que, según el doctor Charles S. Grob, profesor de psiquiatría de la U.C.L.A. School of Medicine, “tiene gran potencial porque puede producir una experiencia transformadora en una persona”. No es raro que también participen los guardias del ritual, como explica Virgílio Siqueira, 55: “Es gratificante saber que podemos sentarnos en la selva, cantar himnos y existir en paz”.

El objetivo del programa es reducir la reincidencia, al “expandir la conciencia” de los presos sobre lo que está bien y lo que está mal, según explica Luiz Marques, fundador de Acuda. En las ceremonias se ven rostros de honda reflexión y contemplación, lágrimas por doquier, cantos catárticos. “Yo sé que las cosas que hice fueron crueles, pero ahora aprendí a reflexionar sobre la posibilidad de que algún día pueda redimirme de lo que hice”, dice Darci Altair Santos da Silva, uno de los presos. Y esa es la palabra clave: redención. Aprendizaje. Realmente reeducarse para no lastimar a nadie y vivir sanamente en libertad. (Reuters)