sábado, 12 de septiembre de 2015

septiembre 12, 2015
ROSZKE, Hungría, 12 de septiembre.- El Gobierno húngaro está usando a presos para levantar la alambrada fronteriza entre Hungría y Serbia. Laszlo es un guardia de prisiones que vigila a un grupo de ellos. Camina por el barro controlando todos sus movimientos para no quedarse frío. Ayer estuvo lloviendo todo el día y hoy el cielo amaneció completamente nublado.

"Son presos de la cárcel de Szeged" asegura Laszlo que afirma que tienen condenas por robos y asesinatos. Mientras ellos trabajan colocando la concertina en lo alto de la valla. En unos días han avanzado mucho "pero no lo suficiente" aclara el guardia de prisiones que pronostica que no finalizarán hasta el mes que viene. Según este funcionario son cientos de presos trabajando desde las 7 de la mañana hasta las 8 de la tarde, cuando ya no hay luz para continuar.


Los transportan en camiones desde donde colocan la alambrada. Hay varios, cada uno con un pequeño grupo enfundado en chalecos amarillos. A través de la malla metálica se ven refugiados continuamente cruzar la frontera y entrar en Hungría. Hoy aún permanece abierta, pero el ministro del interior húngaro, Janos Lazar, ha propuesto declarar el estado de emergencia en el país, cerrar los pasos fronterizos y desplegar al ejército a partir del día 15 de septiembre.

Ayer entraron más de 3.000 personas caminando bajo la lluvia. Cargaban con pesadas mochilas en sus espaldas y muchos llevaban bebes entre sus brazos. Las últimas declaraciones de los diferentes políticos implicados en esta crisis humanitaria han sembrado la incertidumbre entre los refugiados. Cada vez intentan ir más rápido y cruzar las diferentes fronteras que les separan de sus ansiados destinos.
Refugiados de mirada asustada

Laszlo observa cómo pasan mientras mira el reloj. Son las 12 del mediodía y termina su jornada a las dos de la tarde. A lo lejos se observan varios soldados. Son sólo una avanzadilla pero ya patrullan y custodian el punto de entrada al país con ametralladoras colgadas en bandolera. Los refugiados les miran asustados al pasar.

El camión avanza y los presos se giran para mirarnos. Les pregunto si alguno habla inglés. Muchos de ellos niegan con la cabeza y señalan a un compañero. Este da un paso adelante y me dice que el habla un poco. "Trabajamos durante todo el día" le da tiempo a decir antes de que Laszlo me diga que no puedo hablar con ellos. De cerca se puede ver como llevan uniformes carcelarios debajo de los petos.

Son 175 kilómetros de valla en la frontera de un país de la Unión Europea que se ha convertido en paso obligado de decenas de miles de personas que buscan refugio en los países del norte de Europa. Grecia, Macedonia, Serbia o Hungría son sólo países de paso, donde nadie quiere quedarse.

Pero Víktor Orban ,el primer ministro húngaro, ya a anunciado que detendrá a quienes entren de manera ilegal en el país, independientemente de que sean refugiados o no. En una reciente intervención pública declaró: "Nosotros, los húngaros, tenemos miedo, la población de Europa tiene miedo, ya que vemos que los líderes europeos, incluidos los primeros ministros, no son capaces de controlar la situación", y ha asegurado que aplicará las nuevas leyes migratorias que aprobó su Parlamento.
Uniformes llenos de barro

Este lunes 14 tendrá lugar la reunión de ministros del Interior de la Unión Europea para tratar la actual crisis humanitaria de refugiados, y todos esperan que termine con alguna solución.

Pasan más camiones con presos cargando rollos de alambrada que van distribuyendo a lo largo de la frontera. Sus botas y uniformes carcelarios están llenos de barro. En unas carpas cercanas algunos comen el rancho mientras varios guardias de prisiones les custodian.

Laszlo me mira y se despide. Se aleja para organizar el material recién descargado, bobinas de metal y cuchillas que servirán para elevar vallas cada más altas. Mientras, las guerras y las hambrunas en los países de procedencia de los refugiados continúan. Laszlo no lo sabe, pero la alambrada que ayuda a construir no servirá de nada. Las familias seguirán huyendo de la muerte y buscando refugio en algún lugar seguro. (Olmo Calvo / El Mundo / ABC)