lunes, 14 de septiembre de 2015

septiembre 14, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Duda metódica. Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, iba por una oscura calle cuando le salió al paso un individuo que se lanzó sobre ella con evidentes intenciones de libídine. Gritó Celiberia: “¡Auxilio! ¡Auxilio!”. Llegó prontamente un policía (recuerden mis cuatro lectores que esto es sólo un cuento) y vio al abusivo sujeto en plena faena de erotismo. Iba a detenerlo, pero la señorita Sinvarón le pidió respirando agitadamente: “¡Retírese por favor! ¡Retírese!”. El gendarme, desconcertado, preguntó: “¿No fue usted la que gritó pidiendo auxilio?”. “Sí —confirmó Celiberia—. Pero puede una cambiar de opinión ¿no?”… Lord Feebledick se vio en apuros económicos, pues se desplomaron las acciones que tenía en las minas de cobre del Transvaal. Muy preocupado le dijo a su mujer: “Voy a tomar un curso de artes culinarias. Así podremos prescindir del cocinero”. “Magnífica idea —replicó lady Loosebloomers—. Y si tomas un curso de técnica sexual podremos prescindir también del chofer”… ¿Qué le dijo el audaz policía, pistola en mano, a su compañero cuando se disponía a tumbar de una patada la puerta del cuarto donde estaba el bandido? Le dijo: “Cúbreme. Voy a entrar”. Y ¿qué le dijo el atributo varonil al condón? Exactamente lo mismo… A la mayoría de los mexicanos no se nos da muy bien eso de los inventos. La culpa la tienen nuestras madrecitas: cuando somos niños nos dicen siempre: “No inventes ¿eh?; no inventes”. De ahí los constantes fracasos de Babalucas en su empeño por inventar productos tales como el agua en polvo, un clavo sin punta ni cabeza o bolsas de té a prueba de agua. Los únicos que en México tienen capacidad de inventar cosas son los encargados de redactar informes, dictámenes o reportes oficiales. Su problema es que nadie les cree. Si hoy por hoy el gobierno dijera: “Dos más dos son cuatro”, el 99 por ciento de los mexicanos emplearían la expresión nacional dubitativa paran decir: “¡Voy voy!”. Existe en la República un ambiente de suspicacia, de escepticismo general. Tomen ustedes por ejemplo las investigaciones sobre Ayotzinapa. La mitad de la población no acepta la “verdad histórica” a la que llegó la Procuraduría General de la República, y la otra mitad pone en tela de juicio las conclusiones de la comisión de científicos independientes. Total, ya nadie le cree a nadie. Habitantes del país de la duda metódica, estamos condenados a vivir eternamente en el reino de la incredulidad, que no sé si sea infierno, limbo o purgatorio. Y mejor aquí le paro, porque seguramente nadie está creyendo esto que digo… Bustolina Grandchichier, vedette de moda, mujer de ubérrimo tetamen, fue a la compañía de seguros “La Letra Pequeña” a que le aseguraran las bubis. “Lo sentimos —le dijo el encargado—. Solamente aseguramos bienes privados, no propiedades públicas”… Donald Trump usa nada más ropa interior de la marca Calvin Klan… El chiste final que ahora sigue es de color subido. Las personas que en cuestión de humor gusten únicamente de los tonos róseos deben suspender en este mismo punto la lectura… Picio es un hombre muy feo. Tan feo es que a su lado el panorama nacional se ve bonito. A consecuencia de eso no tiene éxito con las mujeres. (Cuestión de esperar, Picio. Por ahí anda alguna feíta que al verte se enamorará de ti. Recuerda aquel sapiente dicho: “Nunca falta un roto para un descosido”). El pasado sábado en la noche el poco agraciado personaje entró en el bar Tleby y le pidió al cantinero que le pusiera sobre la mesa seis copas de tequila. Eso le llamó la atención al de la taberna, pero más se sorprendió al ver que su cliente bebía la mitad de cada copa y luego derramaba en su mano derecha la otra mitad. Le preguntó, intrigado: “¿Qué hace usted?”. Respondió Picio: “Estoy bebiendo con mi pareja sexual de esta noche”… (No le entendí)… FIN.