miércoles, 19 de agosto de 2015

agosto 19, 2015
pentagrama

Como en las aguas de un mar quieto, disfruté durante tres noches y un día soleado un jazz que nunca se ha presentado en mi tierra, Yucatán. Campeche se ha distinguido por dieciséis festivales de jazz en los cuales ha presentado a grandes figuras internacionales de ese bello género musical. Un ritmo que por mucho está por encima de lo presentado en nuestros escenarios.

En esta ocasión, me referiré al gran pianista jazzista dominicano Michel Camilo, un individuo que ha tocado en los mejores escenarios del mundo, que ha sido galardonado con el Grammy, con el Emmy, y en diversas Universidades ha sido doctorado honoris causa. Se ha presentado en Japón, en Francia, en México, en diversos escenarios de la Unión Americana, como Nueva York y la Casa Blanca. Ha sido el compositor de dos temas musicales para películas y una ha sido ganadora del Oscar.

Con este breve currículum, porque es poco respecto a todo lo que hay que decir de él, se presentó en el Festival de Jazz de Campeche cuando yo esperaba ver una seguridad en torno a él y no fue así. Conocí a un hombre sencillo y afable, abajo y arriba, en el escenario. Un individuo a quien tan solo yo y los presentes pudimos aplaudir y disfrutar de su arte tan solo por una hora. Y digo tan solo por una hora porque él se debió presentar el sábado 15 por la noche, pero el dios Chaac, con una tormenta, impidió su presentación aunque él quería salir al escenario.

El público no se movía de las sillas, la Concha Acústica estaba llena. Sólo algunos se resguardaron en los edificios aledañoshasta que la lluvia se volvió torrencial, pero ésta no quiso irse, pues parecía desear deleitarse con el concierto de Michel Camilo. No fue posible. De haber cesado la lluvia, estoy plenamente segura de haber podido escuchar cuando menos dos horas de su piano y de sus acompañantes, que fueron dos: el joven Ricky Rodríguez excelente con el contrabajo acústico, y el excepcional baterista Jorge Amín, un personaje ya mayor pero con una energía y un feeling en su instrumento, plenamente acoplado con el gran maestro Michel, a quien le hago un reconocimiento especial.  
 
No obstante el incidente de la naturaleza, Michel ofreció presentarse por la mañana en el mismo lugar a las nueve del día siguiente, lo cual cumplió ante tres cuartas partes del público de la noche anterior con un sol sobre el escenario que cualquier maratonista no hubiera resistido, sobre todo por el alto índice de humedad. Un sol que como burla a la lluvia disfrutó de este homenaje al buen gusto musical. El maestro nos deleitó por una hora, pero fue una hora que hasta el día de hoy sigo disfrutando de su magistral ejecución, dominando tanto la mano derecha como la izquierda, con un sentido del ritmo y de la música que muy pocos artistas logran compenetrar en el público. Fue una hora de ensueño, puesto que por cuestiones de compromisos ya adquiridos, no pudo complacer con más de su música al público, pues sus maletas ya estaban en el vehículo que lo llevaría al aeropuerto para abordar su avión a las 11 de la mañana con destino a Nueva York, en donde tendría cinco presentaciones.

Desafortunadamente no pude tener una foto con él, porque me dio la de malas que tanto mi cámara como mi teléfono se quedaron sin pila, pero el hombre, nacido el 4 de abril de 1954 en Santo Domingo y que a los 6 años compuso su primera canción y a los 13 estaba ya en el conservatorio, convirtiéndose a los 16 años en miembro de la Orquesta Sinfónica Nacional Dominicana, continuando su formación musical en 1979 en Mannes y Juilliard School of Music; como dije anteriormente, un currículum impresionante; no esperaba el trato cortés de una verdadera estrella. Un hombre sencillo, muy lejos de ser un divo.

Sería muy saludable que los supuestos organizadores y jazzistas de Mérida dieran su vuelta a ese festival, para probar el almíbar de este género con lo más granado de sus exponentes.

Sin embargo, hago la observación de que entre los asistentes vi a tres de los mejores exponentes de este género en Yucatán,  me refiero a los señores Miguel Salomón, Manolo Conde y Héctor Rodríguez, a quienes no pude saludar por la noche por obvias razones. Músicos que por algún motivo, desconocido de mi parte, nunca los he visto en un evento jazzístico en Mérida. No sé, y sí los vi platicando muy animadamente con Michel Camilo. No sé si el Sr. Roger Metri o Mario Esquivel sepan de ellos, pero lo cierto es que nunca los he visto en los últimos años en un escenario de este género musical. Lo que sí me queda claro es que quizá en el próximo festival de jazz de Campeche, ellos se presenten como unos de los grandes exponentes musicales que tenemos en nuestra tierra.