lunes, 3 de agosto de 2015

agosto 03, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Fe, vida y muerte. Un tipo le recomendó a su amiga: "Jamás mires a tu novio a los ojos cuando te estés comiendo un plátano. Los hombres tenemos mente cochambrosa"... Un musculoso joven se asoleaba en la playa. A fin de dorarse parejo se tapó todo con arena, y dejó expuesta sólo su parte de varón. Pasó por ahí doña Pasita, vio aquello y exclamó con pesadumbre: "¡Caramba! ¡Ahora que estas cosas se dan silvestres ya no puedo agacharme a recogerlas!"... La duración de un minuto depende de qué lado estés de la puerta del baño... Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo, subió a un autobús. Iba en estado incróspido, sabroso vocablo mexicano que desde luego no registra la Academia, pero que es mejor que cualquier otro para describir la beodez. Acertó a sentarse junto a la señorita Peripalda, catequista, que percibió el tufo que trasudaba el ebrio, a chínguere del peor. Le dijo con disgusto: "Va usted directo al infierno". "¡Ah, jijo! -se alarmó Empédocles-. ¡Entonces me bajo! ¡Éste no es mi camión!"... El hombre es por esencia un peregrino. Homo viator, decían los de la Edad Media: Hombre caminante. Jorge Manrique, poseído al mismo tiempo por el dolor y por la fe, escribió en versos como dobles de campana funeral: "... Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar, / que es el morir...". Todo camino lleva al mismo fin: El de la muerte. (El apellido de la muerte es Segura, dice la frase popular). Sin embargo, para quien tiene fe ese final es el principio de un camino nuevo. El creyente no cree en la muerte. Soy hombre de poca fe, y la escasa que tengo es débil llama que tiembla ante los vientos de la duda. Pero gracias a esa pequeña fe -inmerecido don- no voy totalmente a oscuras, y a través de ella recibo los grandes dones de la esperanza y el amor.

Escribo esto pensando en la tragedia de Mazapil, la de los peregrinos a quienes la muerte les llegó en el momento en que le iban a rezar a su Señor Jesús. Para un pobre sujeto como yo, de tan tirano cuerpo y tan poca alma, ese acontecimiento es incitación a dejar de creer. Me hago la eterna pregunta: "¿Por qué?", y siento la rebeldía de Job ante lo inexplicable: el sufrimiento que cae sobre los buenos; el dolor de los inocentes; la muerte de los niños; el misterio de un Dios que deja morir a quienes iban a rezarle. Para el hombre de fe el misterio es algo tan familiar que acaba por no ser misterio. Quien verdaderamente cree tiene siempre a flor de labios la mejor oración de todas: "Hágase, Señor, tu voluntad". Se inclina entonces ante la voluntad de Dios. Y la espiga que se inclina no se quiebra; la salva la entrega total a un designio que sabe amoroso. El cumplimiento de las leyes de la naturaleza, es inevitable, pero quien tiene fe sabe que incluso el sufrimiento y el dolor son parte de una providencia que finalmente lo llevará hacia el bien. En eso consiste la esperanza. ¿Acabar con las peregrinaciones? No es posible. Son cosas de la fe, son cosas del pueblo creyente, y nadie puede ir contra las cosas de un pueblo que cree y tiene fe. Seguirá habiendo tragedias. Otras como la de Mazapil ha habido antes. Pero la gente -nuestra gente- seguirá peregrinando. Todos lo hacemos, en una u otra forma. En todas las vidas hay tragedias, y, sin embargo, seguimos peregrinando. Todos somos "Homo viator". Y a lo mejor todos somos, aun sin saberlo, hombres de fe. De otro modo no podríamos vivir... Babalucas fue a una granja a comprar una gallina y algunos huevos. "Gallinas no tengo -le informó el granjero-, pero tengo una polla". "Está bien -aceptó aquél-. Y quiero dos docenas de huevos". El granjero le dio lo que pedía, y le dijo luego: "Va a batallar para llevar cargando eso. Le voy a prestar mi burro, el Culifáis, aunque debo advertirle que a veces se detiene y ya no quiere caminar. Si hace esto rásquele la oreja derecha. Con eso seguirá caminando". Babalucas subió al pollino con lo que había comprado y se encaminó a su casa. En efecto, poco después el jumento se detuvo. El badulaque, con los dos manos ocupadas por la mercancía, se vio imposibilitado de hacer lo que el granjero le había recomendado. En eso, por buena suerte, pasó una señora. Le dijo Babalucas. "Señora: ¿sería usted tan amable de agarrarme la polla y los huevos mientras le doy una rascadita al Culifáis?"... FIN.