lunes, 24 de agosto de 2015

agosto 24, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Crece el escepticismo. Simpliciano conoció a una linda chica, y al punto se prendó de ella. Después de cortejarla brevemente le propuso matrimonio. Ella aceptó la solicitación, y ya comprometidos hicieron el amor. Al terminar el trance el cándido joven le preguntó a su dulcinea: “¿Cuántos hombres, Pirulina, has tenido antes que yo?”. Respondió ella: “Cuatro”. “Son pocos” -se tranquilizó el enceguecido enamorado. “Sí -confirmó ella-. La semana ha estado tranquilona”. (¡Caón, y apenas era miércoles! Si la semana empieza el domingo eso significa que llevaba uno cada día. ¡Y se le hacían pocos a la descocada fémina!). El padre Arsilio, bondadoso sacerdote, le dijo a Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo: “Hijo: El alcohol te está matando lentamente”. “No se preocupe, padrecito -respondió el temulento-. No tengo ninguna prisa”. Increíble: Un político se fue con un circo. Pero a los pocos días lo obligaron a devolverlo. Babalucas fue acusado de haberse robado una gallina, y se le sometió a un juicio oral. El juez les pidió a los presentes que se identificaran. Dijo uno: “Yo soy el fiscal acusador”. Dijo otro: “Yo soy el defensor del acusado”. Y dijo Babalucas: “Yo soy el que se robó la gallina”. Cebilia realmente era muy gorda. Tuvo un ménage à trois con dos sujetos, y ninguno de los dos vio nunca al otro. El doctor Ken Hosanna, director del hospital, le preguntó a la guapa enfermera Florencilia: “¿Por qué dice usted que el joven paciente Pitorraudo ha tenido una considerable mejoría que se observa principalmente por las noches? Nada de eso está en el reporte médico”. “No, doctor -admitió ella-. Pero está en mi diario”. Dos amigos se encontraron después de mucho tiempo de no verse. Le dijo uno al otro: “¡Qué mal te ves! Deberías casarte”. Replicó el otro: “Estoy casado”. Replicó el amigo: “Entonces deberías divorciarte”. La bella excursionista iba en su bicicleta de montaña, y en una vereda del bosque se topó con Bucolino, gallardo y fortachón ranchero, si bien algo escaso de mollera. Entabló conversación con él, una cosa condujo a otra, y a poco la muchacha y el mancebo estaban trenzados en besos ígneos y caricias urticantes. Le dijo ella acezando fuertemente: “¡Pídeme lo que quieras!”. Respondió con timidez el silvestre galán: “¿Me regalas la bicicleta?”. 

(Foto Cuartoscuro)

Extraño país es éste que en cuestión de días pasa de la tragedia a la farsa. Sin que haya sido aclarado cabalmente el sombrío drama de Ayotzinapa se nos asesta ahora la patética astracanada de la exoneración que el obsecuente señor Virgilio Andrade, encargado de investigar a quien lo designó y le paga, hizo del presidente Peña y de Videgaray sobre el oscuro caso de sus casas. Naturalmente nadie comulgó con esa rueda de molino. ¿Quién puede creer las aseveraciones de un investigador sujeto al arbitrio del investigado? Ni el resultado de la supuesta indagación ni las vacuas disculpas pedidas por los indiciados fueron bien recibidas por la ciudadanía. Crece entre los mexicanos el escepticismo, y la imagen presidencial sufre otro golpe. Entre tumbas y tumbos nos vamos acercando al 2018. Doña Macalota amaneció con un hipo tremendo. Puso en práctica todos los remedios caseros que hay para quitar el hipo: Bebió un vaso de agua con la cabeza echada hacia atrás; se puso una moneda en la frente. Inútiles fueron sus empeños: El hipo le aumentó. Fue luego con un farmacopola y le pidió que le preparara alguna poción, mixtura o específico que la librara de aquella incómoda molestia. Tampoco los potingues que le administró el droguero tuvieron buen efecto. Regresó pues a su casa doña Macalota hipando cada vez más fuerte. Al entrar en la alcoba conyugal ¿qué vio? ¡A su esposo, don Chinguetas, haciendo el amor desaforadamente con Camelina, la bella y joven criadita de la casa! Al contemplar aquel ilícito connubio la esposa prorrumpió en maldiciones y reniegos: “¡Desvergonzados calentorros! ¡Canalla infame! ¡Impúdicos abarrajados! ¡Escoria de humanidad sin restos de moral y honor!”. Todo eso lo dijo en un solo golpe de voz y sin tomar respiro. Oyó aquello don Chinguetas y le dijo jubiloso a la criadita: “¿Lo ves, Camelina? ¡Te dije que con esto se le iba a quitar el hipo!”. FIN.