miércoles, 19 de agosto de 2015

agosto 19, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Con Anaya nace una estrella. En la suite nupcial del hotel los recién casados se entregaron con ardimiento a los deliquios de su inaugural amor. Tan urticante era su pasión que la cabecera de la cama golpeaba la pared estrepitosamente; se sacudían los muebles de la habitación y aun se movía el candil del techo. No solo eso: en el fuego del arrebato erótico los amantes proferían gritos wagnerianos que de seguro superaban los decibeles permitidos por la municipalidad. Él clamaba: “¡Mi amor!”, “¡Mi vida!” y “¡Cielo mío!”, y ella profería: “¡Papacito!”, “¡Negro santo!” y “¡Coshototas!”. Todo eso sin contar los jadeos, acezos y resuellos propios de la ocasión. Sucedió que en la habitación de al lado estaba la señorita Peripalda, catequista. Lo que oía en el cuarto de los novios le turbó el sueño y le quitó además la tranquilidad de espíritu, pues intuyó lo que estaban haciendo sus vecinos, y la asaltaron pensamientos impuros, anhelos largamente contenidos y fuertes tentaciones semejantes a las que solían acometer a San Antonio el Grande en su cenobio del mar Rojo. Empezó a golpear ella también la pared a fin de pedirles silencio, pero de nada sirvió eso. Fue entonces y llamó a la puerta de los recién casados. Salió el novio, y la señorita Peripalda le preguntó, furiosa: “¿No oyeron los golpes que di en la pared?”. “Sí los oímos –replicó el muchacho–. Pero no se preocupe. Nosotros estamos haciendo también bastante ruido”. A la prima Celia Rima, versificadora de ocasión, se le ocurrió un epigrama acerca de la reciente elección hecha por los panistas. Dice así esa intencionada letrilla: “Con Ricardo Anaya, espero, / el PAN se renovará. / Sólo le pido que ya / no cargue con el Madero”. Aplastante fue la victoria del joven queretano sobre Javier Corral, cuya estrepitosa derrota lo llevó a asumir una actitud de mal perdedor que confirmó su carencia de cualidades para buscar desde la dirigencia del partido blanquiazul “una patria ordenada y generosa”. Le toca ahora a Anaya demostrar que están equivocados quienes han dicho que su gestión será mero continuismo de Gustavo Madero, cuya deficiente administración, errática y personalista, debilitó al PAN y lo sigue dividiendo. El país está urgido de una oposición que frene los abusos de quienes detentan el poder, pero capaz también de establecer acuerdos para bien de México y de los mexicanos. Pienso que el nuevo dirigente panista, de inteligencia y capacidad probadas, podrá conseguir eso. Y en relación con él me atrevo a emplear una frase inédita, nunca jamás usada: nace una estrella. Con eso quiero decir que Anaya se perfila ya como un posible candidato panista en la próxima elección presidencial. Su juventud, su imagen de político honesto y eficiente, lo ponen desde ahora en aptitud de competir en ese proceso, sobre todo ante figuras que bien pueden ser llamadas “de la vieja guardia”, como Beltrones o López Obrador. El voto joven será muy importante en el 2018, y Anaya podría atraerlo. Harán bien los observadores políticos en seguir su trayectoria. Facilda Lasestas, mujer joven y de muy buen parecer, acudió a la consulta del doctor Duerf, célebre analista. “¡Ayúdeme doctor! –le pidió con acento gemebundo–. ¡Soy de carácter débil y me voy a la cama con cualquier hombre que tenga una! ¡Luego me asaltan unos remordimientos comparados con los cuales los de la Magdalena son tiquismiquis de beata! ¡Ayúdeme, se lo suplico!”. “Tranquilícese –le dijo el doctor Duerf–. Como verá usted no hay aquí una cama, pero tengo un blanco diván de tul que aguardará su exquisito abandono de mujer”. Replicó Facilda: “Por favor no me haga perder la fe en la psiquiatría. La he perdido ya en las ciencias políticas, la economía y la estadística, y no puedo darme el lujo de perder una fe más”. “Perdóneme –se disculpó el facultative–. A veces no puedo reprimir los pasados ímpetus de la juventud. Adler siempre será Jung. Pero volviendo a su asunto le diré que he aplicado con éxito un tratamiento que puede fortalecerle el carácter de modo que no se acueste con el primer hombre que se lo solicite”. “¡Oh no, doctor! –se alarmó ella–. ¡No quiero que me fortalezca el carácter! ¡Lo que quiero es que me quite los remordimientos!”. FIN.