lunes, 17 de agosto de 2015

agosto 17, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Desprestigio y vergüenza. Don Gerontino era tan viejo que recordaba el tiempo en que a los adultos mayores o personas de la tercera edad se les llamaba "ancianos". En una reunión con personas de su edad habló de las perdidas galas de sus días vernales, y las comparó con los arrechuchos, dolamas y alifafes que suelen ser cortejo de la ancianidad. "Cuando yo era joven -suspiró-, todas las partes de mi cuerpo eran suaves y blandas". Aclaró doña Pasita, su mujer: "Todas, menos una". "En cambio ahora -siguió diciendo el viejecito- todas las partes de mi cuerpo son rígidas y duras". Volvió a aclarar doña Pasita: "Todas, menos una". Cada día crece más el desprestigio del Instituto Federal Electoral. Ese costosísimo aparato burocrático es un instrumento de los partidos políticos, y ha perdido por completo el carácter de organismo de la ciudadanía. La función electoral, antes detentada por el Estado, y que alguna vez fue ejercida brevemente por los ciudadanos, está ahora en manos de los partidos. Es una vergüenza que el Verde haya sido cobijado por la mayoría de los consejeros del IFE, quienes tendieron sobre esa inmoral empresa mercantil el manto oscuro de la impunidad. (Permítanme un momentito, por favor. Voy a anotar eso de "el manto oscuro de la impunidad" para que no se me olvide y poder usarlo luego. Cuando alguien me pregunta: "¿Qué toma usted para la memoria?" respondo siempre: "Notas"). No sólo el IFE y la legislación bajo la cual opera son un atentado contra el federalismo: son también burla para un país que aspira a ser verdaderamente democrático, y cuyo empeño es estorbado por los abusos de los partidos y de ese instituto que los prohíja, protege, promueve, propicia, propugna. (Nota: Nuestro estimado colaborador se extiende otras dos fojas útiles y vuelta en vocablos con el prefijo pro-, que por falta de espacio nos vemos en la penosa necesidad de suprimir). Se quejaba don Martiriano: "Mi mujer siempre me da de comer recalentado, pero nunca he probado la comida original". Pirulina, joven mujer con mucha ciencia de la vida, se iba a casar con Simpliciano, candoroso doncel que nada sabía acerca de cosas de la cintura abajo. Temerosa de que su desposado advirtiera que su noche de bodas no había sido función de estreno, sino reprise, como antes se decía, o rerun, como se dice ahora, Pirulina consultó el caso con su amiga Facilda Lasestas, quien poseía mayor sapiencia que la suya: Había tenido cinco maridos, uno de ellos suyo. Facilda le recomendó: "Cómprate un cuete (modo vernáculo de decir "cohete"), y al comenzar las acciones póntelo en la correspondiente parte. Espera a que él tenga los ojos en blanco, pues en ese momento -el del culmen del espasmo corporal- los hombres pierden el poco discernimiento que de por sí tienen. Entonces enciende la mecha. Cuando el petardo estalle, sea cámara, triquitraque o buscapiés, tu novio preguntará asustado qué fue ese trueno súbito. Tú le dirás con simulada pena que tu virginidad voló al cielo, y de ese modo te salvarás de reproche o de reclamación". Pirulina se alegró: Esa artimaña era digna de una Dalila, una Jezabel o cualquier otra engañadora de hombres. La víspera de sus nupcias fue a la tlapalería "Las quince letras" (cuéntense y se verá que son precisamente 15) y se compró un morterete o volador que, le aseguró el dueño del establecimiento, era de gran efecto sonoro, tanto que él se valía de esos cohetes para ahuyentar a su señora suegra cuando se acercaba a su casa. La noche de las bodas la desposada se colocó el artilugio entre las piernas, y en el buró puso un encendedor. "Las tres mejores cosas de la vida -le explicó a su desaprensivo maridito- son una copita antes y un cigarrito después". En el momento oportuno, cuando vio que Simpliciano tenía los ojos in albis, la ardidosa mujer encendió la mecha del petardo, que estalló con fragor de cañón de acorazado. Al escuchar aquel tremendo ruido preguntó con espanto Simpliciano: "¿Qué fue eso?". Respondió Pirulina, ruborosa: "Es mi virginidad, que voló al cielo". "¡Pues alcánzala! -gimió con desolación el joven-. ¡Se llevó mis uebos!". (Quien busque en el lexicón de la Academia este último vocablo, "uebos", encontrará que quiere decir "cosa necesaria"). FIN.