domingo, 16 de agosto de 2015

agosto 16, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Experiencia parisina. Doña Macalota halló a su esposo don Chinguetas en trance de refocilación con la linda criadita de la casa. “¡Ah, canalla! –le gritó hecha una furia–. ¡Esto no te lo voy a permitir!”. “¡Uh que la! –replicó don Chinguetas con tono de molestia–. Me hiciste dejar el cigarro; me hiciste dejar la copa; me hiciste dejar el póquer. ¿Y ahora quieres que deje también esto?”. A altas horas de la noche iba un sujeto por la calle. Lo detuvo un policía y le preguntó: “¿Puede explicar por qué anda en la calle a estas horas?”. Replicó el tipo: “Si tuviera una explicación ya me habría ido a mi casa”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, viajó a París y regresó encantada. En la fiesta que organizó para compartir con sus amistades las experiencias de su viaje comentó: “Los franceses son muy caballerosos. A las mujeres nos besan la mano”. Afrodisio Pitongo estaba ahí y acotó escéptico: “La intención podrá ser buena, pero la puntería es pésima”. Un norteño fue a la Ciudad de México. En la Zona Rosa lo abordó un sospechoso individuo que le ofreció en voz baja: “¿Películas pornográficas?”. “No” –rechazó el hombre. “¿Teatro de burlesque?”. “No”. “¿Una muchacha?”. “No”. “¿Un  muchacho?”. “No”. “¿Una orgía?”. “No”. El tipo, experto en toda clase de turistas, examinó el atuendo del sujeto: camisa a cuadros; pantalón vaquero; sombrero texano; botas de punta y tacón; cinturón piteado con hebilla de metal que mostraba una herradura y una cabeza de caballo. Se quedó pensando y arriesgó luego: “¿Cabrito?”. “¡Ándale, pelao! –exclamó jubiloso el norteño–. ¡Hasta que le atinates!”. Hubo una tremenda inundación. En el albergue de damnificados relató un señor: “Nuestra afición a la música nos salvó a mi esposa y a mí de morir ahogados. Cuando las aguas empezaron a crecer ella salió de la casa flotando agarrada a su chelo”. Le preguntó alguien: “Y usted ¿cómo se salvó?”. Contestó el señor: “La acompañé en el piano”. El jefe de recursos humanos revisó las solicitudes de empleo. Dijo: “El que llenó ésta o es muy sabio o es muy ignorante. En el renglón correspondiente a estado civil puso: ‘Cazado'”. El amor es ciego, pero el matrimonio te abre los ojos. Don Algón, salaz ejecutivo, le dijo a su socio: “Estoy muy preocupado. Hoy conseguí por fin que Rosibel accediera a pasar un rato agradable conmigo. Llamé por teléfono a mi esposa y le dije que iba a trabajar hasta tarde en la oficina, que no llegaría a la casa antes de las 11 de la noche”. Preguntó el otro: “Y ¿qué te dijo ella?”. Contestó don Algón lleno de inquietud: “Me exigió que le garantizara absolutamente que no llegaré antes de esa hora”. Decía una señora: “Tengo mi propio tratamiento de belleza. Antes de verme en el espejo me tomo dos martinis”. Himena Camafría, madura señorita soltera, invitó a merendar a don Añilio, señor de cierta edad. Le preguntó, coqueta: “Dígame, querido amigo: ¿cómo me califica en una escala del 9 al 10?”. Sigue ahora un chascarrillo que excede los límites de la moralidad. Relatos como éste hacen que se pierda toda esperanza en la posibilidad de dar marcha atrás a la decadencia de Occidente. Las personas que no quieren que Occidente decaiga deben abstenerse no solo de leer este vitando cuento, sino aun de posar en él los ojos. Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, llegó a su casa en horas de la madrugada y en competente estado de ebriedad. Su mujer no le quería abrir la puerta. Desde adentro le gritó a su marido con destemplada voz: “¡Vete de aquí, borracho indecente! ¡Lárgate! ¡Eres un beodo, briago, dipsómano, azumbrado, temulento, ebrio, chispo, alcoholizado, pellejo, mamado y borrachín! ¡No quiero verte más!”. Rogó Capronio: “Ábreme, por favor, viejita”. Y añadió con insinuante voz: “Si me abres te cogeré como a las lagartijas”. La señora, debo decirlo, era curiosa en materia de erotismo, y dada a la experimentación. Sabía del perrito, del tigre, del chivito, etcétera, pero de las lagartijas no tenía antecedente alguno. Pensó en el ofrecimiento de su esposo: “Si me abres te cogeré como a las lagartijas”, y se preguntó cómo sería eso. Ansiosa de documentarse abrió la puerta. Y su marido la cogió a pedradas. FIN.