lunes, 10 de agosto de 2015

agosto 10, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Desprestigiados. Nalgarina Granderriére, joven mujer dotada de prominentes atributos posteriores, iba por la calle meneando provocativamente sus exuberantes hemisferios. Un borrachito observó aquel despliegue y dirigiéndose a ella le preguntó sin más: “¿Vende usted las nachas?”. Nalgarina se indignó: “¡Por supuesto que no, pelado majadero!”. Le dijo el temulento: “Entonces no las anuncie tanto”. Don Poseidón, granjero acomodado, viajó a la ciudad, y ahí se topó con un amigo. Le preguntó éste: “¿Qué andas haciendo por acá?”: Respondió el vejancón: “Vine a ver al ojista”. “Querrás decir al oculista” –lo corrigió el amigo. “No –replicó don Poseidón–. Al ojista. De lo otro ando bien”. Facilda Lasestas le contó a una amiga: “Estoy tomando clases de natación. Mi marido me dijo que si alguna vez se entera de que lo engaño me arrojará al río”. Babalucas pidió en la tlapalería algo para combatir a los ratones. Le dijo el encargado: “Estos polvos son muy buenos. Póngaselos en el agujero”. Preguntó Babalucas, receloso: “Si hago lo que me dice ¿en qué forma impactará eso a los ratones?”. Camelino le dijo a su esposa, mujer nada agraciada y bastante entrada en años: “Uglicia: con lo que gano ya no podemos sostener la casa. Es necesario que salgas tú también a conseguir dinero”. “Pero, viejo –replicó ella–, yo lo único que sé hacer es follar”. Respondió Camelino: “Pues ve a explotar esa habilidad”. Salió Uglicia, en efecto, y regresó en la madrugada exhausta y agotada. Le entregó un dinero a su marido. “¿2 mil 100 pesos? –se asombró él después de contar–. ¿Quién te dio los 100 pesos?”. Respondió con voz feble la mujer: “Todos”. La guapa morena iba por la calle y la abordó un sujeto. “Señorita –le dijo con meliflua voz–, ¿me permite acompañarla?”. “No –respondió ella–. Jamás dejo que me acompañen hombres casados”. “Yo no soy casado –replicó el tipejo–. Nada más los pendejos se casan”. “Ah, perdone –se disculpó la chica–. Es que como tiene usted cara de casado…”. No me sorprendió saber que los partidos políticos –todos por igual– tienen la peor calificación en la escala de confianza de los ciudadanos, por abajo incluso de la Policía. Los partidos están desprestigiados por los abusos que cometen contra la ciudadanía a causa de los enormes recursos que reciben, salidos del bolsillo de los contribuyentes, y porque, carentes ya de ideología, de principios y valores, no son otra cosa que agencias de colocaciones que miran por su propio interés, y no por el de la comunidad. Menos partidos necesitamos, y mejores. Doña Eglogia, mujer del campo, le pidió a su esposo Bucolino que la llevara a Chalma, pues debía cumplir una manda que había hecho. Llegaron al famoso santuario, bajaron del autobús y echaron a caminar por el centro de la calle en dirección al templo. Doña Eglogia notaba que toda la gente la miraba y se reía, pero no hizo caso. Al salir de la iglesia le preguntó a su esposo: “Oiga: ¿por qué la gente se me queda viendo y se ríe?”. “¿Cómo por qué? –respondió él–. Trai usté las naguas atoradas en los calzones, y se le ve todo el nalgatorio”. “¡Qué barbaridad! –exclamó llena de azoro doña Eglogia apresurándose a cubrirse–. ¿Por qué no me lo había dicho?”. Explicó don Bucolino: “Pensé que en eso consistía la manda”. El cuento que cierra el telón de esta columnejilla es de poca moralidad y de dudoso gusto. Lo habrían reprobado de consuno doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral, y la señora Amy Vanderbilt, árbitra de las buenas maneras. Las personas que no gusten de leer relatos de poca moralidad y de dudoso gusto deben suspender en este punto la lectura. Babalucas fue con el doctor Ken Hosanna. Se quejaba de fuertes y continuos dolores en su atributo varonil. Lo revisó el facultativo y le dijo: “Trae usted su parte muy amoratada, llena de escoriaciones, lastimada. Tómese estas pastillas y regrese en una semana”. Babalucas ya no acudió a la cita. El médico lo llamó por teléfono, y el badulaque le dijo: “No volví porque yo mismo encontré la causa del problema. En el baño de un restorán observé que al terminar de hacer pipí todos le dan sacudiditas. Yo me la exprimía”. FIN.