domingo, 2 de agosto de 2015

agosto 02, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Terrible dictador. El pastor Amaz Ingrace se enteró de que un chico y una chica de su congregación estaban teniendo tratos de fornicio. Los llamó y les dijo con severidad: “El sexo prematrimonial constituye un pecado muy grave”. Respondió la muchacha: “El sexo que hacemos nosotros no es prematrimonial, pastor. No nos vamos a casar”. He aquí la pregunta más temible que puede hacerte una mujer: “¿Qué me notas de diferente?”. Pepito, de 7 años: “Encontré un condón en la alcoba de mis papás”. Juanilito, de 6: “¿Qué es ‘alcoba’?”. La señora, preocupada, le dijo a su marido: “Algo está pasando en nuestra relación, Ausencio. Necesitamos comunicarnos más”. “Tienes razón -concedió el hombre-. Dame tu correo electrónico y yo te daré el mío”. Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, les contó a sus amigos en el bar: “Mi esposa me pidió que para su cumpleaños comprara algo que la hiciera ver sexy y atractiva. Compré una botella de whisky”. San Agustín escribió en su juventud aquello de: “Hazme casto, Dios mío, ¡pero todavía no!”. Pues bien: Un cierto sujeto que conocí decía: “Le voy a prometer a mi esposa que le seré fiel el resto del año. Pero para decirle eso esperaré a que llegue el 30 de diciembre”. Don Cornulio llegó a su casa y encontró a su mujer refocilándose con un sujeto. Le preguntó airadamente al individuo: “¿Quién le dijo a usted que podía acostarse con mi esposa?”. Respondió con laconismo el tipo: “Todos”. Aquel terrible dictador fue arrojado del poder por una rebelión popular y llevado a la cárcel. En la prisión lo entrevistó un periodista: “¿Qué lo llevó a ser el gobernante cruel y déspota que fue?”. Respondió el hombre: “A eso me condujo la frigidez de mi mujer”. “¿Qué tiene qué ver la frigidez de su mujer con la dictadura que usted instauró?”. Explicó el tirano: “Todas las noches le pedía sexo, y ella me lo negaba siempre. Entonces me decía a mí mismo: ‘Está bien: Ya que no puedo jod... a mi mujer jod... a todo el país’”. La esposa de don Mercuriano había fallecido recientemente. El buen padre Arsilio decidió ir a visitarlo a fin de ver cómo se encontraba y acompañarlo unos momentos en su pena. Al llegar al departamento donde vivía el hombre creyó oír en el interior una risita femenina. Pensó que se había engañado, pero sus sospechas empezaron a tomar forma cuando llamó a la puerta y no sólo don Mercuriano tardó en abrir, sino que además se escucharon leves pasos de alguien que se dirigía apresuradamente al interior. Abrió por fin el viudo, y el olfato del padre Arsilio, virgen de aromas femeninos, percibió de inmediato un perfume de mujer. No sólo eso: De adentro llegó otra risita como la que escuchó al principio. “Hijo mío -le dijo el bondadoso sacerdote a su feligrés-: Para un hombre que acaba de perder a su esposa tu comportamiento me parece sumamente reprochable”. “Señor cura -replicó don Mercuriano con acento congojoso-: En el estado de dolor en que me encuentro ¿quiere usted que me dé cuenta de lo que hago?”. Babalucas llegó al partido de futbol a la mitad del segundo tiempo. Le preguntó a su vecino de asiento: “¿Cuál es el marcador?”. Respondió el otro: “Cero a cero”. Volvió a preguntar el tonto roque: “¿Y cómo terminó el primer tiempo?”. El angustiado señor le dijo al doctor Ken Hosanna: “Doctor, tengo un grave problema de eyaculación prematura. ¿Puede usted hacer algo por mí?”. “Claro que sí -respondió el facultativo-. Le voy a presentar a una paciente mía que siempre se duerme en cuestión de segundos”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, contrató a un pianista clásico para que tocara algunas piezas en la fiesta que iba a ofrecer a sus amigos. Le preguntó: “¿Cuáles son sus honorarios?”. Respondió el artista: “25 mil pesos”. “Está bien -aceptó la empingorotada mujer-. Pero debe usted saber que no podrá mezclarse con mis invitados”. Dijo el artista: “En ese caso, señora, le cobraré solamente 20 mil”. Un chico adolescente se tomó cuatro pastillas de Viagra que su papá había dejado en el cajón de su buró. Tuvo suerte el muchacho: No sólo no sufrió un accidente cardíaco: Tampoco se sacó un ojo”. (No le entendí). FIN.