martes, 7 de julio de 2015

julio 07, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Jamás he conocido a alguien como él. Y a estas alturas -o bajuras- de la vida creo que nunca lo conoceré. Se llamaba Pedro. Pedro Rodríguez Valderrama. Nadie, sin embargo, lo conocía por su nombre. Todos le decían el Ofrecido. Se ganó ese mote porque era, como dice la gente, muy acomedido. Eso quiere decir que era muy servicial, con la añadidura de que hacía servicios aunque no se los pidieran. Cuando en la calle se topaba con algún amigo su pregunta no era: “¿Cómo estás?”, sino: “¿Se te ofrece algo?”. Que este debía llevar una carta al correo, él se la llevaba. Que aquél tenía que ir a pagar el recibo de la luz, él se lo pagaba. Que este otro iba recoger su traje en la tintorería, él se lo recogía y se lo dejaba en su casa. Se contaba, seguramente en broma, que en cierta ocasión un amigo le dijo: “Voy a la iglesia a confesarme”. El Ofrecido le ofreció: “Ahorita no tengo nada qué hacer. Yo me confesaré por ti”. También se decía que a uno que iba a la peluquería a cortarse el pelo le preguntó si no quería que fuera él en su lugar, para que no perdiera tiempo. Quizá por eso nadie le decía: “Voy a ver a mi novia”. Sus vecinos, que lo conocían bien, le pedían toda clase de servicios que él cumplía gozoso, como si le hicieran un señalado favor al requerirlo. La señora de al lado: “Necesito un kilo de tomates, Ofrecido”. Y allá va él al mercado. La vecina de enfrente: “Ofrecido: se me tapó el caño”. Sin pedir precisiones él iba y se lo destapaba. El hombre de la esquina: “Ofrecido: préstame un martillo”. “No tengo, pero te lo consigo”. Todo eso lo hacía desinteresadamente, sin percibir ganancia alguna. Si un nuevo amigo, o alguien recién llegado al barrio, le hubiesen dado una propina o pago por su servicio, se habría ofendido mortalmente. Él no era un criado o mandadero: era un vecino ayudador, un amigo servicial. Además no necesitaba nada: hombre sin vicios, y soltero, con las rentas de las casitas que le dejaron sus papás tenía lo indispensable para vivir, y aun a veces le quedaba algún dinero para prestarlo -sin interés, sin intereses- a alguien en estado de necesidad. A él lo que le gustaba era ayudar, decía una y otra vez. Lo demostró sobradamente el día aquel en que sus amigos lo invitaron a ir de cacería. Uno de ellos conocía a un norteamericano dueño de un rancho en el cual abundaban los venados. De seguro, dijo, les daría permiso de cazar en su propiedad. Muy tempranito, pues, salieron a la carretera. Sin novedad hicieron los 100 kilómetros que mediaban entre la ciudad y el rancho. Ocurrió sólo que en el trayecto a uno de los cazadores se le ofreció hacer una necesidad menor, y el Ofrecido le preguntó muy serio si podía ayudarlo en algo. Llegaron. El que conocía al americano fue a hablar con él mientras los otros esperaban en la camioneta. El propietario recibió con amabilidad al visitante. Él y sus amigos podían cazar en su rancho todos los venados que quisieran, cómo no. Le pidió disculpas por haberlo hecho esperar un poco, pero es que estaba en el corral revisando un finísimo toro semental que le acababa de llegar de Estados Unidos. Luego le dijo que su llegada era oportuna. Uno de sus caballos se había roto una pata delantera y había que sacrificarlo. A él le faltaba corazón para matarlo. ¿Podía hacerle ese favor? Claro que sí, mister. El cazador fue a la camioneta a traer el rifle. En el trayecto se le ocurrió una broma. Fingiendo gran enojo dijo a sus compañeros: “Gringo cabrón. No sólo me negó la entrada a su rancho: además habló mal de México y de los mexicanos. Me mandó a la chingada y me mentó la madre. Pero me voy a vengar. Ahora va a ver el desgraciado quién soy yo”. Así diciendo tomó el arma, fue a donde estaba el caballo y ante el asombro de sus amigos alzó el rifle y le dio al animal un balazo en la cabeza. Ya regresaba a la camioneta, riendo para sí por su ocurrencia, cuando de pronto se oyó otro disparo. Apareció el Ofrecido, rifle en mano, y le dijo al de la broma: “No podía dejarte solo en tu venganza, amigo. Fui y le maté también un toro al pinche gringo”. El Ofrecido. Jamás he conocido a alguien como él. Ni me gustaría conocerlo. FIN.