sábado, 18 de julio de 2015

julio 18, 2015
BERLÍN, Alemania, 18 de julio.- Cuando la justicia alemana decidió iniciar, el 20 de abril pasado, un juicio contra Oskar Gröning, un anciano de 94 años, exmiembro de las temidas SS de Hitler y que trabajó como “contable” durante dos años en el campo de exterminio de Auschwitz, casi todo el país se preguntó si era justo y correcto sentar en el banquillo de los acusados a una persona que no tenía las manos manchadas de sangre, pero que había sido testigo directo del genocidio llevado a cabo por el régimen nazi hacia ya más de 70 años atrás.

La fiscalía, después de años de trabajo, llegó a la conclusión de que Gröning había sido cómplice del asesinato de unos 300 mil judíos que llegaron al campo de exterminio, mientras trabajó como contable en Auschwitz. La descomunal tarea de los fiscales, algo raro en un juicio con tanta carga histórica, contó con la ayuda del propio acusado, quien nunca negó haber estado estacionado en Auschwitz donde se ocupó de requisar el dinero de los presos que llegaban a bordo de los trenes de la muerte.

'Sólo puedo pedir perdón ante Dios': Oskar Gröning. (AP)

“Yo era sólo un pequeño eslabón de la máquina”, admitió el acusado, que fue condenado el miércoles pasado a una pena de cuatro años de cárcel tras ser encontrado culpable de haber cometido el delito de “complicidad en la muerte de los por lo menos 300 mil prisioneros”. Aunque la condena resultó ser más categórica que la solicitada por la fiscalía, que había pedido una pena de 3 años y medio de cárcel, fue recibida por la opinión pública germana con una mezcla de satisfacción, indiferencia y crítica por parte de los familiares de las víctimas y también por varios sobrevivientes del Holocausto que estuvieron presentes en el juicio.

El ministro de Justicia alemán, Heiko Maas, dijo que el proceso había contribuido a aliviar el “gran fracaso” del sistema judicial alemán, que sólo había sido capaz de  llevar ante los tribunales a no más de medio centenar de los 6,500 miembros de las SS que trabajaron en Auschwitz y que sobrevivieron a la guerra. “El mensaje que se está enviando a las víctimas es muy triste. La condena es simbólica, no satisfactoria y es insuficiente”, dijo el abogado, Thomas Walther, que representó los intereses de 14 supervivientes y familiares de las víctimas. Pero el abogado también admitió que sus demandantes se sentían satisfechos ante la certeza de que se podía perseguir penalmente a los responsables de la matanza.

La sentencia no garantiza que el anciano, cuyo precario estado de salud obligó a suspender el juicio varias veces, viva los próximos cuatro años de su vida tras las rejas de una prisión, y un grupo de médicos debe determinar si su salud le permite ingresar a la cárcel. Pero el fallo dictado por el juez Franz Kompisch ha sido valorado como una verdadera revolución jurídica en el país que inventó el Holocausto y que sentará un histórico precedente legal.

La frase más importante que pronunció el juez a leer el veredicto decía: “Auschwitz fue, en su totalidad, una máquina de la muerte”, una frase que encierra una importancia capital para juzgar el mayor crimen cometido por los nazis. “Una maquinaria asesina”, según el juez, sólo podía funcionar si cada uno de los cientos de engranajes funcionaba con la precisión de un reloj. Oskar Gröning había sido, entre los años 1942 y 1944, un engranaje pequeño, pero eficaz de la maquinaria de la muerte.

La certeza de que Auschwitz era una maquinaria creada para asesinar a la gente y que cada persona que ayudó para que la maquinaria funcionara los convierte en cómplices de la matanza y debe ser castigada por ello, es un hito en la historia del derecho”, señaló Gisela Friedrichsen, una famosa y respetada reportera de tribunales de la revista Der Spiegel, al comentar la sentencia.

 “Mientras los asesinos nazis sigan con vida, deben ser llevados ante la justicia”, afirmó Heribert Prantl, un editorialista del periódico Süddeutsche Zeitung, quien también calificó como un hito en la historia del derecho germano la decisión del juez de castigar a todas las personas que participaron en la maquinaria de la muerte que era Auschwitz.

El veredicto del juez Kompisch también aportó otra interesante novedad en las severas reglas de la justicia alemana. El delito de asesinato no prescribe jamás y los que lo cometen deben responder ante la justicia, sin importar la edad que tienen. “Aunque han transcurrido 70 años, aún se puede hacer justicia”, dijo el juez al admitir que las leyes no admiten un límite de edad a la hora de juzgar a un asesino o a un cómplice.

En palabras del juez Kompisch: “la sola presencia reiterada, consuetudinaria y consciente del acusado en un contexto de violación de los derechos humanos, dedicado al exterminio de inocentes, ejecutados sin la mínima contemplación de su humanidad, configura una causal para una condena por participación y  complicidad”.

Durante los casi tres meses que duró el juicio, Oskar Gröning admitió su culpabilidad —“No tengo ninguna duda de que soy moralmente responsable de lo que hice”, dijo—, admitió sentirse arrepentido de su actuación, pero nunca pidió perdón. “El daño cometido durante el Holocausto ha sido tan grande que sólo puedo pedir perdón ante Dios”, dijo el anciano. (Enrique Müller / Excélsior)