miércoles, 8 de julio de 2015

julio 08, 2015
QUITO, Ecuador, 8 de julio.- El Papa puso dos condiciones para viajar a Ecuador: Rezar ante el cuadro de la famosa Virgen Dolorosa y depositar una ofrenda floral ante las reliquias de Marianita de Jesús, la primera santa del país. Ambos íconos están indisolublemente unidos a la historia de la Iglesia ecuatoriana, pero también a su congregación de origen, la Compañía de Jesús. Estas peticiones manifiestan el sello personal que Francisco le puso a su visita apostólica por Sudamérica, el cual también “condimentó” la receta con simbólicos fueras de discurso, improvisaciones que manifestaron sus preocupaciones más profundas.

Su deseo, Bergoglio, lo pudo cumplir la tarde de este martes 7 por la tarde cuando visitó la Iglesia de la Compañía. Allí se encuentra la imagen de la Dolorosa, que el 20 de abril de 1906 movió los ojos ante un grupo de estudiantes del Colegio de Jesuitas de San Gabriel de Quito. Ante ella oró unos instantes y después colocó unas flores en la tumba de la santa, que vivió entre 1618 y 1645.

Así, como dispuso de estos detalles, el pontífice también se ha ocupado de numerosas situaciones relativas al viaje, interviniendo personalmente en cuestiones que parecieran secundarios. Pero para él tienen un gran valor.

Por ejemplo, al inicio de su viaje pidió cambiar el telegrama enviado al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, por el sobrevuelo del avión papal a su país. Solicitó introducir apenas una palabra, pero el gesto fue sugestivo. El texto original mostraba su cercanía con el pueblo colombiano, deseándole prosperidad y convivencia pacífica. Francisco decidió agregar el término “reconciliación”.

En un país que todavía duda sobre las negociaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla, esa palabra puede marcar la diferencia. Como también han marcado una diferencia las numerosas improvisaciones en sus discursos de estos días en territorio ecuatoriano. Para los fieles en general esos agregados pasan totalmente desapercibidos. No ocurre así con los periodistas, que tienen previamente los discursos aprobados.

En todos sus mensajes públicos, en lo que va de la gira por Sudamérica, Francisco ha improvisado. En la ceremonia de bienvenida, el domingo en el aeropuerto internacional de Quito, rompió lanza a favor del presidente Rafael Correa, cuestionado por la oposición y cuya autoridad está desgastada.

“Le agradezco, señor presidente, sus palabras -le agradezco su consonancia con mi pensamiento: me ha citado demasiado, ¡gracias!-, a las que correspondo con mis mejores deseos para el ejercicio de su misión: que pueda lograr lo que quiere para el bien de su pueblo”. Esas frases no pasaron desapercibidas, sobre todo en un contexto político turbulento.

Pero lejos estuvieron de ser un cheque en blanco. En otros discursos el Papa se ocupó de reconocer la necesidad del diálogo, de valorar las diferencias e instó a dejar “en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertades”. Y este martes, durante la misa en el Parque Bicentenario, aseguró –también improvisando- que “la propuesta de Jesús es concreta” y “nos aleja de la tentación de dictaduras, ideologías o sectarismos”.

“Les voy a dar la bendición para cada uno de ustedes, para sus familias, para todos los seres queridos y para este enorme pueblo ecuatoriano. Que no haya diferencias, que no haya exclusivo, que no haya gente que se descarta, que todos sean hermanos, que se incluyan a todos y que no haya nadie fuera de esta gran nación ecuatoriana”. Esa también fue una improvisación. Al terminar una visita a la catedral de Quito, el lunes por la tarde, el Papa saludó a la multitud dejando de lado su discursos original y hablando sin apoyos.

Parece que le salen de corazón esas improvisaciones que suelen complicar la vida a los periodistas, especialmente aquellos que no conocen bien el español. Pero ha sido la tónica desde el principio.

En ese discurso de bienvenida, ya citado, Bergoglio afirmó que los hermanos más frágiles y las minorías más vulnerables “son la deuda que toda América Latina todavía tiene”. Inmediatamente después le aseguró a Correa que podrá contar con la colaboración de la Iglesia, “para servir a este pueblo ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad”.

También el lunes, durante la misa multitudinaria en el Parque Samanes de Guayaquil, contó una anécdota sobre su madre para hablar del valor de la familia. Recordó que una vez le preguntaron a su mamá a cuál de sus cinco hijos amaba más y ella respondió: “como los dedos, si me pinchan este me duele igual que si me pinchan este”. Estableció que cada madre quiere a sus hijos como son y, en una familia, los hermanos se quieren como son, porque “nadie es descartado”.

Improvisaciones mezcladas con bromas. Como cuando, en el Santuario Nacional de la Divina Misericordia de Guayaquil, aclaró que estaba de paso para la misa y por eso iba a dar la bendición a los fieles que abarrotaron el templo.

“Les doy la bendición, pero ..no, no les voy a cobrar nada...pero les pido por favor que recen por mi. ¿Me lo prometen?”, señaló, desatando la risa generalizada. Todos estos gestos, que algunos llaman “bergogliadas”, son aquellos que mayor aceptación tienen entre la gente sin pretensiones. Los fieles de a pie, que entienden perfectamente el estilo de su pastor.



Inclusión, diálogo y encuentro. Tres palabras clave para Ecuador. Sólo así se podrá dejar “en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertades”. Lo dijo el Papa, la tarde de este martes al reunirse con exponentes de la sociedad civil en Quito. Un discurso que dejó en claro cómo Francisco está consciente que aún resta mucho trabajo por hacer para la política ecuatoriana, no obstante reconozca los cambios profundos impulsados por el gobierno de Rafael Correa.

Tras un recorrido en papamóvil, la tarde de este martes, el pontífice llegó hasta la iglesia de San Francisco. Antes de ingresar, recibió las llaves de la ciudad de manos de Mauricio Rodas Espinel. Luego escuchó los testimonios de laicos empeñados en labor social, quienes contaron sus experiencias.

Al tomar la palabra reconoció que el Ecuador, como otros pueblos latinoamericanos, experimenta hoy “profundos cambios sociales y culturales”, pero también nuevos retos que requieren la participación de todos los actores sociales. Entre ellos mencionó a la migración, el consumismo, la crisis de la familia, la falta de trabajo, las bolsas de pobreza producen incertidumbre y tensiones que constituyen una amenaza a la convivencia social. “Las normas y las leyes, así como los proyectos de la comunidad civil, han de procurar la inclusión, abrir espacios de diálogo, de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertades. La esperanza de un futuro mejor pasa por ofrecer oportunidades reales a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, creando empleo, con un crecimiento económico que llegue a todos, y no se quede en las estadísticas macroeconómicas, con un desarrollo sostenible que genere un tejido social firme y bien cohesionado”, insistió.

Jorge Mario Bergoglio inició su mensaje confesando sentirse “como de casa”, por haber recibido poco antes las llaves de la ciudad. A partir de ahí desarrolló una profunda reflexión sobre la justicia social, la pobreza, la exclusión y la explotación de la naturaleza. Aseguró que la sociedad gana cuando cada persona y cada grupo social, se siente verdaderamente de casa; como ocurre en una familia donde los padres, los abuelos y los hijos son de casa, ninguno está excluido y si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; porque su dolor es de todos. “¿No debería ser así también en la sociedad?”, se preguntó. Pero constató que, en realidad, las relaciones sociales o el juego político muchas veces se basa en la confrontación y en el descarte. “Mi posición, mi idea, mi proyecto se consolidan si soy capaz de vencer al otro, de imponerme. ¿Es ser familia eso?”, ejemplificó. Destacó que, por el contrario, en las familias todos contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo sino al contrario, lo sostienen, lo promueven. Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por todos. “¡Eso es ser familia!: si pudiéramos ver al oponente político, al vecino de casa con los mismos ojos que a los hijos, esposas o esposos, padres o madres. ¿Amamos nuestra sociedad? ¿Amamos nuestro país, la comunidad que estamos intentado construir? ¿La amamos en los conceptos disertados, en el mundo de las ideas?, ¡Amémosla en las obras más que en las palabras! En cada persona, en lo concreto, en la vida que compartimos. El amor siempre tiende a la comunicación, nunca al aislamiento”, añadió.

Según el líder católico, asumir que la propia opción no es necesariamente la única legítima es un “sano ejercicio de humildad” y al reconocer lo bueno que hay en los demás, incluso con sus limitaciones, se puede ver la riqueza que entraña la diversidad. Defendió que los hombres y los grupos tienen derecho a recorrer su camino, aunque esto a veces suponga cometer errores. Asentó que en el respeto de la libertad, la sociedad civil está llamada a promover a cada persona y agente social para que pueda asumir su propio papel y contribuir desde su especificidad al bien común. Precisó que el diálogo es necesario, fundamental para llegar a la verdad, que no puede ser impuesta, sino buscada con sinceridad y espíritu crítico. “En una democracia participativa, cada una de las fuerzas sociales, los grupos indígenas, los afroecuatorianos, las mujeres, las agrupaciones ciudadanas y cuantos trabajan por la comunidad en los servicios públicos son protagonistas imprescindibles en este diálogo”, ponderó.

Advirtió que lo que cada uno es y tiene ha sido confiado para ponerlo al servicio de los demás, y la propia tarea consiste en que fructifique en obras de bien porque “los bienes están destinados a todos, y aunque uno ostente su propiedad, pesa sobre ellos una hipoteca social”. Constató que así se supera el concepto económico de justicia, basado en el principio de compraventa, y se sustituye por el concepto de justicia social, que defiende el derecho fundamental de la persona a una vida digna. Pidió que la explotación de los recursos naturales, tan abundantes en el Ecuador, no busque el beneficio inmediato porque ser administradores de esa riqueza recibida compromete con la sociedad en su conjunto y con las futuras generaciones, a las que no se podra legar este patrimonio sin un adecuado cuidado del medio ambiente, sin una conciencia de gratuidad que brota de la contemplación del mundo creado. “¡Nosotros hemos recibido como herencia de nuestros padres el mundo, pero también como préstamo de las generaciones futuras a las que se lo tenemos que devolver!”, exclamó.

Y estableció: “De la fraternidad vivida en la familia nace la solidaridad en la sociedad, que no consiste únicamente en dar al necesitado, sino en ser responsables los unos de los otros. Si vemos en el otro a un hermano, nadie puede quedar excluido, apartado. También la Iglesia quiere colaborar en la búsqueda del bien común, desde sus actividades sociales, educativas, promoviendo los valores éticos y espirituales, siendo un signo profético que lleve un rayo de luz y esperanza a todos, especialmente a los más necesitados”.

Tras despedirse de la catedral, abordó de nuevo el papamóvil y afrontó otro baño de multitudes. El entusiasmo se desbordó por las calles de Quito, en su recorrido hasta la Iglesia de la Compañía, que visitó en privado para rezarle a la Virgen Dolorosa, imagen recordada porque lloró y parpadeó ante estudiantes del Colegio de los Jesuitas de San Gabriel, el 20 de abril de 1906. (Andrés Beltramo Álvarez / Vatican Insider)