jueves, 30 de julio de 2015

julio 30, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Todo es dinero. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, estaba yogando con la esposa de un amigo suyo en el domicilio de la pecatriz. En medio de la refocilación sonó el teléfono, y contestó ella. Al terminar la llamada la mujer le dijo a su ilícito amador: “Era mi marido”. “¡Jod...!” -exclamó Pitongo al tiempo que saltaba de la cama y empezaba a vestirse con premura. “No te apures -lo detuvo ella-. Me dijo que está en tu casa jugando al póquer contigo y otros tres amigos”. El conferenciante declaró: “Sólo usamos el 10% de nuestro cerebro”. Preguntó Babalucas: “¿Y qué hacemos con la otra mitad?”. En el bar un tipo le dijo con tristeza a su amigo: “Mi mujer se fue de la casa”. “Entiendo tu pesar -respondió el otro-. Como dice el refrán: Nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ve perdido”. “Es cierto -asintió lleno de pesadumbre el tipo-. La infeliz se llevó mi iPad”. La esposa de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le dijo a su marido: “¿Podría mi mamá pasar unos días en la casa?”. Inquirió, hosco, el tal Capronio: “¿Por qué me pides eso?”. Respondió la señora: “Porque ya la has tenido un mes viviendo en el jardín”. La prostitución es la única profesión del mundo en la cual quienes empiezan ganan más que quienes ya tienen mucha experiencia. Me pregunto si hay ahora ilustres varones en la Iglesia mexicana. En mis tiempos de infante catecúmeno los había aún. Conocí a dos, así haya sido entre el humo de los altares, y los recuerdo todavía, así sea entre el humo de la memoria. El primero, don Jesús María Echavarría y Aguirre, fue obispo de Saltillo. El segundo, don Guillermo Tritschler, fue arzobispo de Monterrey. Solían reunirse de vez en cuando. Al término de la visita el señor Tritschler les decía siempre con tono de compasión a sus acompañantes: “¡Qué viejecito está el señor Echavarría!”. Y el obispo de Saltillo les comentaba invariablemente con expresión compasiva a quienes estaban con él: “¡Qué viejecito está el señor Tritschler!”. A don Guillermo se le atribuye haber dicho sin palabras algo de gran profundidad. Un cierto porcicultor le dijo con orgullo: “En tratándose de cerdos, señor, todo es dinero”. “Sí, hijo -respondió pesaroso el arzobispo-. Y en tratándose de dinero.”. Y dejó en puntos suspensivos lo demás. Este largo proloquio eclesial viene a cuento por lo sucedido con la tristemente famosa Copa Oro que ganó -es un decir- la selección mexicana de futbol. Yo no sé nada de futbol. Al decir eso no estoy presumiendo, simplemente estoy asentando una verdad. Sin embargo aun en mi carácter de profano alcancé a percibir el tufo a corrupción que emanaba de los penales concedidos a México para que pudiera mantenerse en el torneo y llegar al partido final. Sucede que el equipo mexicano es el que lleva gente a los estadios, y eso produce ganancias multimillonarias. Un encuentro entre Jamaica y Panamá se habría llevado a cabo en un estadio semivacío, que es peor que un estadio semilleno. En ese contexto de mercantilismo el otro escándalo, el del “Piojo” y su acertada defenestración, es un prietito en un arroz muy negro que despide olores de hedentina. Numerosos indicios han mostrado últimamente que en tratándose de futbol todo es dinero. Y en tratándose de dinero. El señor le propuso a su mujer que esa noche hicieran el amor doggie style. Preguntó ella, recelosa: “¿Cómo es eso?”. Dijo él: “Como lo hacen los perritos”. “¡De ninguna manera! -rechazó la mujer la proposición-. ¡Eso va contra la decencia, la honestidad, la pudicia y la moralidad! ¡No cuentes conmigo para consumar tal atentado que viola al mismo tiempo la ley divina y los reglamentos de la municipalidad!”. Al marido le sorprendió la enérgica respuesta de su esposa, de modo que no insistió ya. Pero llegó el día de su cumpleaños, y esa noche renovó su petición. Le dijo a su mujer que a modo de regalo por su onomástico le concediera ese deseo, el de hacer el amor doggie style. La señora demandó nuevamente que le dijera en detalle cómo era eso. Precisó él: “Tú te pondrás en la cama sobre las manos y las rodillas. Entonces yo.”. “¡Ah, vaya! -lo interrumpió la señora-. Con eso no hay problema. ¡Cuando me dijiste que lo hiciéramos como los perritos pensé que querías que lo hiciéramos en la vía pública!”. FIN.