jueves, 16 de julio de 2015

julio 16, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Acción enérgica. El huésped del hotel se disponía a dormir cuando se oyeron grandes golpes en la puerta de su habitación. La abrió y vio ante él al jefe de seguridad del establecimiento. Le preguntó el hombre, severo: “¿Hay una mujer en su cuarto?”. Respondió el huésped: “No”. Volvió a preguntar el otro: “¿Quiere una?”. El señor le dijo al médico: “Tengo problemas con mi estómago”. Inquirió el facultativo: “¿Qué clase de problemas?”. Respondió el paciente: “Batallo para abrocharme el pantalón”. En su lecho de agonía don Ultimio le habló a su esposa doña Gorgolota: “Antes de irme quiero hacerte una sincera confesión: te fui infiel con tu mejor amiga”. “Ya lo sabía –respondió ella enjugándose una lágrima–. ¿Por qué crees que te envenené?”. El cliente del elegante restorán advirtió con disgusto que el mesero que le traía el filete lo sostenía en el plato con el dedo pulgar. “Eso es antihigiénico” –lo reprendió. Replicó el camarero: “Más antihigiénico sería que se me volviera a caer”. Narró un individuo: “Hoy corrí un kilómetro. Al terminar de correr dije: “Está bien, señora; tenga su bolso”. El marido le propuso a su mujer: “Salgamos esta noche a divertirnos”. “Me parece muy bien –respondió ella–. Si llegas a la casa antes que yo deja prendidas las luces del jardín”. El jefe de Policía les mostró a los visitantes un aparato. “Es un detector de mentiras. Si alguien dice una mentira el aparato la detecta de inmediato”. “¡Mira! –exclamó un visitante–. ¡Lo mismo que mi esposa!”. En el momento de la boda el oficiante le preguntó a la novia: “¿Prometes amar a tu marido, respetarlo y serle fiel?”. Respondió ella: “No puedo prometer tantas cosas. Que escoja una de las tres”. Dos sujetos entraron a robar elotes en un predio. A fin de pasar inadvertidos se cubrieron con una piel de vaca. De pronto el que iba delante le dijo al de atrás: “Parece que viene el guardia. Aprieta el paso”. Poco después le dijo: “Parece que viene el dueño. Aprieta el paso”. Y luego: “Parece que…”. Lo interrumpió el de atrás, inquieto: “¿Aprieto el paso?”. “Aprieta todo –le aconsejó el otro–. Parece que viene el toro”. Sé bien que opinar sobre los altos asuntos del Gobierno es muy difícil, sobre todo si uno es bajito de estatura. A pesar de esa severa limitante pienso que el presidente Peña Nieto debe tomar medidas drásticas  a fin de mantener a flote su administración, y mantenerse a flote él mismo. Está urgiendo una acción presidencial enérgica que dé a ver a la ciudadanía que el mando no está acéfalo, y que quien lo desempeña es sensible a los reclamos que se escuchan. La remoción de funcionarios de tercer nivel o cuarto –y aun de segundo– no es suficiente en casos como el de la patética y ridícula fuga de El Chapo Guzmán, que ha hecho del Gobierno mexicano objeto de irrisión universal. En esas condiciones Peña Nieto no puede mantener el statu quo como si nada hubiera sucedido. Hacen falta cambios en el Gabinete. No se trata de hacer rodar cabezas con el solo fin de dar satisfacción a ese terrible monstruo, las redes sociales, que pide sangre. (En una función de lucha libre en la Arena “Obreros del Progreso”, de mi ciudad, Saltillo, un individuo gritó a todo pulmón: “¡Quiero ver sangre!”. Le respondió otro: “¡Vete al rastro!”). Aquí se trata de examinar el desempeño de los colaboradores más cercanos del presidente, y hacer los cambios que el país requiere en “la hora actual, con su vientre de coco”. La expresión es de López Velarde, claro, y alude bellamente a una actualidad preñada de acontecimientos graves cuya naturaleza no se puede predecir. El ámbito nacional es tempestuoso. La imagen presidencial está a la altura del betún, como dice una frase popular que se refiere al betún con que se lustran los zapatos. Cambios de primer nivel son necesarios. Darían un respiro a la Administración y harían ver que hay quien ejerce el mando con decisión y conforme al ánimo de los ciudadanos. El presidente debe darse a sí mismo un golpe de Estado, si cabe la expresión, pues hasta ahora él solo está recibiendo todos los golpes. Eso no es justo, y tampoco es conveniente para el bien de la República. En nombre de ella, modestamente, he hablado. Su voz se debe oír, no importa que uno sea bajito de estatura. FIN.