martes, 9 de junio de 2015

junio 09, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


El escritor no escribe lo que quiere Sé bien que lo que escribí hoy no debería haberlo escrito. Sucede, sin embargo, que el escritor no escribe lo que quiere, sino lo que sus personajes lo hacen escribir. A ellos, pues, toca la responsabilidad por este texto que algunos encontrarán sacrílego y otros sencillamente truculento. Quienes aparecen en él me lo dictaron. Yo me limité a transcribir su relación. Son tres los protagonistas de la historia: un sacerdote, un asesino y una mujer que por circunstancias de la vida -y de la muerte- se avino a acostarse por una sola vez con un hombre que no era su marido. ¿No es cierto que esos tres personajes se prestan para escribir sobre ellos un relato truculento? Yo no lo escribí sobre ellos: más bien lo escribí bajo ellos, pues me sometí dócilmente a su dictado. Leamos. O, mejor dicho, escuchemos. El sacerdote oficiaba todos los días la misa de 7 en la parroquia del lugar. A esa hora de la mañana eran muy pocos los fieles que asistían: media docena de vejucas, un par de ancianos y algún devoto artesano que después de comulgar se iba a la cantina a hacer "la mañanita". Vacío casi el templo, el sacerdote no pudo menos que advertir la presencia de una mujer aún joven y atractiva que empezó a ir todos los días a la misa. Un mes después se confesó con él. Luego lo hacía cada semana, y le contaba pecados de la carne que lo inquietaban y ponían en él vagos deseos. Una mañana lo buscó en la sacristía al terminar el oficio. Le contó que había llegado al pueblo para atender una cuestión de herencias, y le pidió consejo acerca de la manera en que debía
arreglar las diferencias que por ese motivo habían surgido entre ella y sus hermanos. Al paso de las semanas le rogó que fuera su director espiritual. Cada vez se veían y hablaban con mayor frecuencia. Surgió entre ellos cierta familiaridad que no dejaba de desasosegar al sacerdote: la mujer aún era joven, y él todavía no era viejo. Una tarde lo invitó a merendar en su casa, y luego, una de esas noches, a cenar. Las visitas se hicieron costumbre. Notaba el sacerdote que su amiga se vestía y arreglaba con especial esmero cuando él iba a su casa. Eso lo halagaba, y luego lo hacía sentir remordimientos por haber experimentado tal satisfacción. Acortaré la historia, pues seguramente quien la está leyendo la acortó ya en su pensamiento. Una de aquellas noches bebieron unas copas. La mujer acercó su cuerpo al suyo, y él, sin poder contenerse, la besó. Ello lo tomó de la mano y lo llevó a la alcoba. Ahí lo desnudó e hizo que él la desnudara. Luego hicieron el amor. En el momento en que lo estaban haciendo entró en la habitación un hombre y le clavó al sacerdote un puñal corto en la base del cráneo. El cura se desmadejó como una marioneta a la que cortan los hilos de repente. Murió sin darse cuenta de que lo habían matado. Tal es la historia, y tal es su final. Ahora la mujer me va a explicar la razón de tan tremendo crimen: "Mi hermano y yo éramos pequeños. Nuestro padre, viudo y lleno de vicios, enfermó de gravedad. Cuando se sintió morir nos pidió que fuéramos a buscar un sacerdote. Nos dijo que estaba en pecado mortal: si no se confesaba iría al infierno. Buscamos al joven cura recién llegado al pueblo. Se negó a ir con nosotros: había trabajado mucho todo el día, nos dijo. Estaba muy cansado y ya se iba a acostar. Nuestro padre murió sin confesión; se condenó seguramente. Pasó el tiempo; me casé. Mi hermano se ocupó de carnicero en el rastro. Aprendió a matar reses dándoles la puntilla. A él y a mí nos atormentaba siempre el pensamiento de que nuestro padre estaba en el infierno por no haber tenido a su lado un sacerdote en la hora de su muerte. Así, quisimos mandarle uno que lo acompañara por toda la eternidad. También el cura murió en pecado mortal, sin confesión. También de seguro fue al infierno". Truculenta la historia, y aún sacrílega ¿verdad? Diré en mi abono que yo no la inventé. Tampoco recurriré al fácil expediente de decir que la inventó la vida. Esta historia, que no es de nuestro tiempo, la inventaron sus propios personajes en su tiempo. Y los personajes de una historia son capaces de inventar cualquier cosa con tal de aparecer en ella. FIN.