miércoles, 24 de junio de 2015

junio 24, 2015
CIUDAD DEL VATICANO, 24 de junio.- La disgregación de una familia a menudo “se derrumba sobre los hijos”, mientras, por el contrario, son ellos los que deben ser protegidos, porque no deben convertirse en “rehenes del papá o de la mamá”. Papa Francisco prosiguió el ciclo de catequesis dedicado a la familia, en vista del Sínodo ordinario que se llevará a cabo en el mes de octubre y cuyo “Instrumentum laboris” fue justamente publicado ayer. La separación, dijo Jorge Mario Bergoglio, en algunos casos es “inevitable” e incluso “moralmente necesaria”, para alejar al cónyuge débil o a los niños de la violencia, de la explotación o de la indiferencia. La Iglesia debe plantearse la cuestión de ayudar y acompañar a las familias en las llamadas situaciones irregulares (“A mí no me gusta esta palabra”).

Papa Francisco sobre las familias irregulares: “A mí no me gusta esta palabra”. Instrumentum Laboris (instrumento de trabajo), el documento preparatorio a la asamblea del Sínodo de los Obispos, que sesionará en octubre próximo,  propone mantener una actitud de cercanía a los divorciados vueltos a casar.

“En las últimas catequesis hemos hablado sobre la familia que vive la fragilidad de la condición humana, la pobreza, la enfermedad, la muerte”, recordó el Papa. “Hoy, en cambio, reflexionamos sobre las heridas que se abren dentro de la convivencia familiar. Es decir, cuando en la familia misma se hace daño. ¡Lo más feo!”.

“Sabemos bien -prosiguió Francisco- que en ninguna historia familiar faltan momentos en los que la intimidad de los afectos más queridos es ofendida por el comportamiento de sus miembros. Palabras y acciones (¡y omisiones!) que, en lugar de expresar amor, lo restan o, peor todavía, lo mortifican. Cuando estas heridas, que todavía son remediables, son descuidadas, empeoran: se transforman en prepotencia, hostilidad, desprecio. Y en ese punto pueden convertirse en laceraciones profundas, que dividen al esposo y a la esposa, e inducen a buscar en otra parte comprensión, apoyo y consolación. ¡Pero a menudo estos ‘apoyos’ no pretenden el bien de la familia! Si el amor conyugal se vacía se difunde resentimiento en las relaciones. Y, a menudo, la disgregación familiar ‘se derrumba’ sobre los hijos. He aquí: los hijos. Quisiera detenerme un poco en este punto. A pesar de nuestra sensibilidad aparentemente evolucionadas, y todas nuestras sutilezas y análisis psicoanalíticos, me pregunto si no nos hemos anestesiado incluso con respecto a las herida del alma de los niños. Entre más se trata de compensar con regalos y dulces, más se pierde el sentido de las heridas (más dolorosas y profundas) del alma. Hablamos mucho sobre disturbios del comportamiento, de salud psíquica, de bienestar del niño, del ansia de los padres de los hijos… ¿Pero todavía sabemos qué es una herida del alma? ¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta el alma de un niño, en las familias en las que se trata mal y se hace daño, hasta romper el vínculo de la fidelidad conyugal? ¿Qué tanto peso tiene en nuestras decisiones (decisiones a menudo erróneas) el alma de los niños? Cuando los adultos pierden la cabeza, cuando cada uno piensa en sí mismo, cuando papá y mamá se hacen daño, el alma de los niños sufre mucho, experimenta un sentimiento de desesperación. Y son heridas que dejan huella en el alma para toda la vida. En la familia todo está entrelazado: cuando su alma es herida en algún punto, la infección contagia a todos. Y cuando un hombre y una mujer, que se comprometieron a ser ‘una sola carne’ y a formar una familia, piensan obsesivamente en las propias exigencias de libertad y gratificación, esta distorsión ataca profundamente el corazón y la vida de los hijos. !Muchas veces los niños se esconden para llorar a solas!”, añadió el Papa, “¡muchas veces!”. “Debemos comprender bien esto. El esposo y la esposa son una sola carne, pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos en la dureza con la que Jesús amonestó a los adultos para que no escandalizaran a los pequeños (escuchamos el pasaje del Evangelio) podemos comprender mejor incluso su palabra sobre la grave responsabilidad de custodiar el vínculo conyugal que da inicio ala familia humana. Cuando el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos”.

El Sucesor de Pedro expresó que “en algunos casos, la separación es inevitable, precisamente para proteger al cónyuge más débil o a los hijos pequeños de las heridas más graves provocadas por la prepotencia y la violencia, por el envilecimiento o la explotación, por la indiferencia. Pero no faltan, gracias a Dios, los casos en que los esposos, por la fe y el amor a los hijos, siguen dando testimonio de su fidelidad al vínculo en el que han creído”. Sin embargo, no todos los separados “sienten esta vocación. No todos reconocen, en la soledad, un llamado del Señor. A nuestro alrededor encontramos diferentes familias en las llamadas situaciones irregulares. A mí no me gusta esa palabra. Y nos planteamos muchas preguntas. ¿Cómo ayudarlas? ¿Cómo acompañarlas? ¿Cómo acompañarlas para que los niños no se conviertan en rehenes del papá o de la mamá. Pidamos al Señor una fe grande, para ver la realidad con la mirada de Dios, y una gran caridad, para acercar a las personas a su corazón misericordioso”.

Al final de la audiencia, el Papa recordó su viaje a Turín, del domingo y el lunes pasados, y pronunció “un sentido agradecimiento a la gente turinesa y piamontesa por su calurosa acogida”. Recordó en particular a los enfermos del Cottolengo y la ofrenda de sus sufrimientos que “sostienen la vida de la Iglesia”. Jorge Mario Bergoglio, de orígenes piamonteses, añadió: “Me sentí verdaderamente a casa, abrazado por su afecto”. (Iacopo Scaramuzzi / Vatican Insider / OEM)