viernes, 26 de junio de 2015

junio 26, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Exprimir los bolsillos. Babalucas le confió a un amigo: “Mi esposa está otra vez embarazada. Tenemos ya cinco hijos, y viene otro. No sé qué hacer para evitar que siga creciendo la familia”. El amigo le aconsejó: “Contén tu instinto. Usa la cabeza”. “¡Oh no! –se alarmó el badulaque–. ¡Podría lastimar a mi mujer!”. (No le entendí). Pepito le preguntó en la calle a un señor: “¿Perdió usted un billete de 200 pesos?”. El hombre simuló que buscaba en el bolsillo y dijo luego: “Sí. Debe habérseme caído. ¿Lo encontraste?”. Respondió el chiquillo: “No. Sólo estoy investigando cuántas personas han perdido hoy un billete de 200 pesos. Con usted ya van 76”… Se ha dicho siempre que las tres mejores cosas de la vida son una copita antes y un cigarrito después. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, se jactó: “Anoche le hice el amor a una chica en su departamento. Se lo hice tan bien que cuando terminamos sentí ganas de fumarme un cigarrito, y todos los vecinos encendieron también el suyo”… ¿Hay alguien que dude todavía de la decadencia de las costumbres en el hemisferio occidental? La moral, lo mismo que el miriñaque, las polainas y el corsé, ha caído en desuso. Prueba evidente de eso es el cuento que verá la luz aquí el día último del mes que corre (y muy aprisa). Tan execrable chascarrillo tiene el dudoso honor de haber sido calificado como el más rojo del primer semestre. Su aparición en esta columneja será una muestra más de la impudicia que priva en nuestro tiempo. ¡No se lo pierdan mis cuatro lectores! ¡Está buenísimo!… Pocas veces los gobernantes son veraces, pero casi siempre son voraces. Quienes nos gobiernan podrán ignorar muchas cosas pero ciertamente no desconocen el espurio arte de exprimir los bolsillos de la gente. Nunca he entrado en las oficinas de la secretaría de Hacienda, pero nada me
sorprendería ver en ellas el retrato de don Antonio López de Santa Anna. Si este señor cobraba impuestos por las ventanas y los perros que hubiera en cada casa, los actuales recaudadores acaban de imponer una gabela a los tacos, tamales y hot dogs que el pueblo compra en la tienda de la esquina. No creo que la recaudación por tal concepto vaya a ser muy alta, pero estoy seguro de que la desatinada medida hará que crezca el reconcomio de la ciudadanía contra la administración actual, que parece empeñada en allanarle el camino de la presidencia a López Obrador o a algún bronco candidato independiente menos gastado y menos desgastado que el tozudo Peje. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado. Comentaba la señora de don Solfamido: “A mi esposo le gusta mucho la música. Tenemos una criadita muy guapa, de cuerpo escultural, y que canta muy bien. Cuando la muchacha se baña suele cantar en la ducha. Y Solfamido, en vez de poner un ojo en la cerradura, pone una oreja”… Decía un tipo: “Fui un niño tan pobre que si hubiera sido niña no habría tenido nada con qué jugar”… El huésped del hotel se quejó: “El cuarto que me asignaron es demasiado pequeño”. Preguntó el de la recepción: “¿Por qué lo dice?”. Replicó el huésped: “Metí la llave en la cerradura y quebré la ventana”… Astatrasio Garrajarra llegó a su casa a las 7 de la mañana. Le dijo su mujer: “Espero que tengas una buena razón para explicar tu llegada a estas horas”. “La tengo –respondió el temulento–. El desayuno”… Doña Pasita, bondadosa anciana, se sintió mal y pidió que le llevaran un sacerdote a su lecho de enferma. Antes de que llegara el padre llegó el médico, que empezó a auscultar detenidamente a la paciente. Doña Pasita le hizo señas a su hija para que se acercara, y le preguntó en voz baja: “¿Quién es éste?”. Le contestó la hija: “Es el doctor”. Dijo doña Pasita: “Ya me lo suponía. Cuando empezó a agarrarme todo pensé que para ser cura se estaba tomando demasiadas libertades”… Las señoras que asistieron al curso de parto sin dolor se tomaron la foto del recuerdo con el instructor al terminar la actividad. Todas mostraban un evidente estado de embarazo. Por su parte el médico, en medio del grupo, lucía una amplia sonrisa de satisfacción. Vio aquello un borrachito que pasaba por ahí y exclamó con admiración y envidia: “¡Uta! ¡Qué semental!”… FIN.