jueves, 25 de junio de 2015

junio 25, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Lección de humanidad. Pepito le dio un abrazo a su papá el pasado Día del Padre. Su mamá se conmovió al ver aquella muestra de filial cariño. El padre, igualmente emocionado, le dijo al pequeñuelo: “Ahora, hijo mío, dale un beso a la que te dio la vida”. “¡Ah no! –se asustó Pepito–. Te besaré en la frente, o en la mejilla, ¡pero ahí no!”. Si alguno de mis cuatro lectores piensa que el anterior chascarrillo es indecente, espere a ver el que saldrá en este mismo espacio el último día del corriente mes. Ése si alcanza el grado extremo de la sicalipsis, hasta el punto de haber sido calificado como “la madre de todas las insolencias” por el reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida. (No confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite el adulterio a sus adeptos a condición de que cada performance no dure más de media hora, incluido el foreplay). Quien lea aquella vitanda narración se explicará por qué K. Man du Lero, el célebre sociólogo gantés, ha dicho en repetidas ocasiones (307, para ser exactos) que “la moral del mundo ha caído en la inmoralidad”. Propongo la mexicanización del Vaticano. En efecto, México acaba de dar una lección de humanidad. La Suprema Corte de Justicia de la Nación, al fallar por quinta vez en favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, sentó jurisprudencia, y de ese modo elevó el matrimonio igualitario a la categoría de norma constitucional. Aun los estados más opuestos a ese tipo de uniones deberán incorporar a sus respectivas constituciones esta disposición que acaba de raíz con una de las modalidades más injustas e irracionales de la discriminación: la discriminación por sexo. Y nadie diga que para aludir a estas uniones no se debe usar la palabra “matrimonio”. Emplear cualquier otra designación sería incurrir igualmente en discriminación. Mientras el mundo moderno lucha por instaurar la justicia y la equidad para todos, la Iglesia Católica se mantiene aferrada a una inhumana y anacrónica doctrina según la cual la homosexualidad es una abominación –”el vicio nefando”–, y a pesar de las tímidas manifestaciones del Papa Francisco no hace nada para cambiar su actitud incomprensiva y de exclusión de las personas de condición homosexual. Con eso falta gravemente al amor que Cristo predicó. Propongo entonces la mexicanización del Vaticano. Eso equivale, en el caso que me ocupa, a proponer su cristianización. Babalucas invitó a su amigo Boborrongo a un bar que tenía un letrero que decía: “Pida un tequila doble y participe en la rifa de una hora de sexo gratis”. Babalucas pidió la copa, y después de apurarla le preguntó al de la cantina como era aquella rifa. “Muy sencillo –respondió el sujeto–. Yo pienso un número del 1 al 10. Si el cliente lo adivina se gana la hora de sexo”. “Muy bien –dijo Babalucas–. Piense el número”. Le indicó el cantinero: “Ya está”. Arriesgó el badulaque: “Es el 5″. “Lo siento –le indicó el de la taberna–. No acertó”. Pidió Babalucas otro tequila doble, y después de beberlo le pidió al cantinero que pensara otro número. Contestó el hombre: “Ya lo tengo”. “El 7″ –dijo Babalucas. “Tampoco acertó –declaró el individuo–. Mejor suerte la próxima vez”. El amigo de Babalucas le dijo al oído: “¿Sabes qué? Me parece que esta rifa está arreglada”. “Oh no –rechazó el badulaque–. Mi esposa la ganó tres veces la semana pasada”. “Abuela: ¿por qué usas tres pares de lentes?”. “Uno para leer, otro para ver la tele, y el tercero para buscar los otros dos”. Un tipo entró en una farmacia y le pidió al encargado un desodorante anal. Dijo el farmacéutico, desconcertado: “No existe esa clase de desodorantes”. “Sí existe –opuso el otro–. Yo tengo uno”. Le pidió el farmacéutico: “Tráigalo”. Al siguiente día el sujeto llevó el desodorante. Decía la etiqueta: “Para usarlo empújelo por la parte posterior”. Tapiana era algo dura de oído. En la merienda una de las invitadas declaró: “Me gustaría ir algún día a la Florida, donde las naranjas son de este tamaño y los plátanos son así”. Y al decir eso señaló con las manos. Tapiana se puso una mano en la oreja y preguntó con interés ansioso: “¿Quién? ¿Quién?”. FIN