sábado, 20 de junio de 2015

junio 20, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Privilegiados. Alguien abrió la puerta de la calle. Exclamó con alarma la señora: “¡Es mi marido! ¡Rápido, métete en el clóset!”. El hombre, confuso, respondió: “Pero si yo soy tu marido”. “¡Desdichado! -le dijo ella con enojo-. ¿Entonces por qué no vas a ver quién es?”… “Jamás le cuentes a un amigo que tu mujer te está engañando. Podría aprovechar la información para su beneficio”. El consejo es nada menos que de Montaigne, el famoso filósofo francés. Decía él que en su tiempo el adulterio era tan frecuente que el marido cuya esposa no tenía amores adulterinos se preguntaba lleno de inquietud por qué a su mujer los hombres la hacían menos. El vocablo “adulterio” es muy feo. La Iglesia de la Quinta Venida -no confundir con la Iglesia de la Quinta Avenida- permite a sus feligreses cometer adulterio, pero les prohíbe pronunciar la palabra. El adulterio es la segunda causa del divorcio. La primera es la falta de dinero. Yo tengo una teoría que pongo humildemente a la consideración de los sociólogos: el adulterio no existiría si no existiera el matrimonio. El día que el matrimonio desaparezca desaparecerá también el adulterio. Sublata causa tollitur effectus. Suprimida la causa desaparece el efecto. En nombre de la moral, entonces, se debe proponer la desaparición del matrimonio. Pero ¿a qué estas disquisiciones especulativas? Vienen a cuento por lo que le sucedió a don Astasio. El otro día regresó a su casa después de su jornada de diez horas de trabajo como tenedor de libros. Colgó en la percha su saco, su sombrero y la bufanda que usaba incluso en los días de calor canicular, y luego fue a su alcoba a recostarse un rato antes de la cena. No sólo no pudo descansar: lo que vio ahí le quitó el apetito. Su esposa, doña Facilisa, estaba yogando en el lecho conyugal con el repartidor de pizzas, un boquirrubio de nombre Pitorrango. No dijo nada el coronado esposo. Salió de la recámara y fue al chifonier donde guardaba una libreta en la cual solía apuntar dicterios para champar a su mujer en tales ocasiones. Buscó el último que había registrado, volvió a la habitación y le dijo a su mujer: “¡Moharracho!”. Ese voquible es de raíz arábiga, y se aplica a gentuza de poco valer y ningún mérito. “¡Ay, Astasio! -se impacientó la pecatriz-. ¿No ves que estoy muy ocupada? Le pagué al joven la pizza con un billete de 200 pesos, y como no tenía cambio me preguntó si en su lugar podía darme esto. No era cosa de rechazar su oferta: de lo perdido lo que aparezca. Y aquí estoy, recibiendo el cambio del billete. El muchacho ya habría acabado de dármelo, pero en eso llegaste tú. Interrupciones así no ayudan nada”. Don Astasio se apenó bastante. Había pensado que aquello era un acto de lujuria, pero al parecer se trataba más bien de una cobranza. Salió del cuarto y se prometió que cuando su esposa no estuviera tan ocupada la felicitaría por lo bien que cuidaba la economía del hogar… Los mexicanos miramos con rencorosa envidia a los llamados maestros de la CNTE. Viven sin trabajar, y eso es muy envidiable. Mientras los mexicanos comunes y corrientes nos partimos el lomo trabajando en las ciudades y en el campo, estos privilegiados de la fortuna cobran permanentemente un sueldo sin más afán que el de ir de cuando en cuando en autobús de lujo a plantarse en alguna plaza pública, una calle o alguna carretera; dormir por la noche a pierna suelta o hacer cosas mejores; causar las mayores molestias posibles a la gente, y luego regresar a casita a seguir ociando a costa de los contribuyentes. ¡Qué vidorria! Algunos piensan que los funcionarios que contra toda ley, toda justicia y toda razón les entregan el salario a esos malos mexicanos cometen delito de lesa patria. A los de la CNTE eso no les importa ¡Viva la hueva, y más si se cobra por ella!… Don Frustracio dijo con lamentoso acento: “Mi mujer apaga la luz cuando le voy a hacer el amor”. Alguien comentó: “Muchas mujeres apagan la luz en esas ocasiones”. “Sí -reconoció don Frustracio-. Pero ella después de apagar la luz  se esconde”… El joven congregante le preguntó al padre Arsilio: “Señor cura: ¿es malo el sexo antes del matrimonio?”. “Ay, hijo -suspiró el bondadoso sacerdote-. Por lo que he oído es bastante mejor que el sexo después del matrimonio”. FIN.