martes, 26 de mayo de 2015

mayo 26, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre
 

“¿Qué llevas ahí?”. La pregunta del loco asustó al niño. Pudo apurar el paso y alejarse sin temor de ser seguido: El hombre estaba encerrado en esa casa, lo único que hacía era asomarse al amplio ventanal de rejas a ver el paso de la gente, acostumbrada ya a mirarlo ahí y a rehuir sus intentos de entablar conversación. Estaba loco, lo sabían todos. Su hermano lo encerró, tras de la muerte de sus padres, en aquella enorme casa, la paterna. Puso en la puerta, por afuera, una enorme cadena y un candado. En los primeros días la cuñada le llevaba la comida. Se la daba a través de la ventana, en un portaviandas. Después de unas semanas dejó de ir, y ya no regresó. Entonces el loco les decía a las vecinas al pasar: “¿Me obsequia un taco por favor, señora?”. Vivía de esa pregunta, que hacía avergonzado. No inspiraba temor. Se le veía siempre con el mismo atuendo: Camisa y pantalón de caqui color café, recios zapatones negros, y en el invierno un maquinof de lana a cuadros. Se tocaba con un sombrero de fieltro que no cuadraba con el resto de su atavío. Siempre estaba escrupulosamente limpio. Saludaba con cortesía, al hacerlo se tocaba el ala del sombrero. Nadie contestaba su saludo: El hombre estaba loco. A ninguno le preocupó jamás averiguar la causa de su encierro. Por algo lo tendrían ahí. Alguien dijo que era cuestión de herencias: Para privarlo de ellas el hermano lo encerró ayudado por abogados rábulas, con el pretexto de que estaba loco. En verdad no lo estaba. Era algo extraño, sí. De cualquier modo, cuando los hijos de los vecinos pasaban frente a su ventana lo hacían alejándose lo más posible de las rejas, siguiendo la instrucción materna. Por eso el niño se sobresaltó cuando el hombre le hizo la pregunta: “¿Qué llevas ahí?”. Le dijo que era el catecismo de Ripalda. El loco se lo pidió, lo abrió al azar y leyó en voz alta: “Muerte, juicio, infierno o gloria”. Dijo: “No creo que haya infierno. La misericordia de Dios es mayor que su justicia”. Esas palabras se le grabaron al niño como si el hombre las hubiera escrito en él. Sintió una temerosa inquietud: El señor cura le había dicho que si faltaba a misa un solo domingo se iría al infierno, lo mismo que si hacía cosas malas. Él no sabía qué cosas eran esas cosas malas. Lo atormentaba el pensamiento de hacer una de ellas sin saber que era mala, pues si moría durante la noche despertaría en el infierno. Eso decía el padre. Y sin embargo el loco no creía que hubiera infierno. En la siguiente clase de catecismo el señor cura repitió su advertencia. Lo hacía cada semana. Si faltaban a misa o hacían cosas malas irían al infierno. El niño se percató, asustado, de que sin darse cuenta había levantado la mano. El sacerdote le preguntó: “¿Qué quieres?”. Dijo él, como si fuera otro el que hablara: “No creo que haya infierno. La misericordia de Dios es mayor que su justicia”. Nunca lo hubiera dicho. El sacerdote lo tomó por una oreja y lo sacó violentamente del salón al tiempo que le decía, furioso, que qué sabía él de esas cosas; que ya vería con sus papás; que de seguro algún protestante le había enseñado esa herejía; que se iba a ir al infierno por decir que no había infierno. Remató la reprensión con una sentencia fulminante: “¡Estás loco!”. Aquello fue un escándalo. En adelante los demás niños se alejaron de él. Aun sus amigos más cercanos dejaron de tratarlo. Decían que se había hecho protestante, que ya estaba condenado. Entonces, sin amigos, se hizo amigo del loco. Por las tardes, al salir de la escuela, iba a platicar con él. El hombre le prestaba libros. Por él conoció a Verne, a James Fenimore Cooper, a Salgari. Leyó “Los tres mosqueteros”, y luego “Nuestra Señora de París”. Aprendió a jugar ajedrez. Memorizó los poemas que su amigo le escribía con una hermosa letra redondilla en su cuaderno. ¡Cuántas cosas supo por el loco! ¡Cuántos caminos se abrieron ante él! Aquella extraña amistad entre el hombre y el niño intrigaba a los vecinos. Empezaron a hablar de “El loco” y “El loquito”. Al loco eso no le importaba. A mí tampoco... FIN.