jueves, 21 de mayo de 2015

mayo 21, 2015
Alejandro Degetau Bolio

Diariamente uso el transporte público en Mérida desde los catorce años. Inclusive, la gente me toma cómo un referente para este tipo de transporte: no son pocas las llamadas que recibo de amigos preguntándome cómo ir de tal lado a otro usando los camiones. Por lo tanto en estos años he desarrollado un par de frustraciones que me gustaría compartir con ustedes. 

La primera es el estigma. Cuando un camión se detiene en una esquina, inmediatamente los coches que transitan atrás empiezan a pitar para apurar a la unidad. Si tuvieran un poco de conciencia, sabrían que cuando un camión para en una esquina, está subiendo o dejando bajar a su pasaje. Claro, no tienen idea porque jamás usan los camiones. Y es que el transporte público de Mérida está relegado en el imaginario colectivo para gente de escasos recursos, así como cualquier otro medio de transporte que no sea un automóvil. Si te mueves en camión, eres pobre, si andas en bici, estás jodido, y si caminas, bueno, eres un marginal. 

¡Estoy harto de ese estigma! Estoy harto de que se quejen de que hay mucho tránsito, de lo mucho que gastan en gasolina, o de lo desesperados que están porque sus papás les cambien el coche por uno mejor. No trato de satanizar al automóvil, pero no tiene que usarse absolutamente para todo. El problema no es el uso, es el abuso. Pero eso sí, todos sus problemas de primer mundo causados por usar el auto no son nada en comparación a lo horrible que sería para ustedes moverse en camión.

Y sí, moverse en camión no es cómodo. Esa es mi segunda frustración. Lo pésimos, arcaicos, peligrosos e incómodos que son los camiones de Mérida. 

Las rutas: muchas están trazadas con base en criterios completamente arbitrarios. Para ir de mi casa a la facultad de antropología, por ejemplo, me tardo una hora y media, cuando en coche hago cinco minutos. ¿Por qué no hay una ruta que rodee el periférico por ejemplo? No, a huevo todas tienen que ir al centro a seguirlo tirando en pedazos. Además, ¡no existe una manera de consultar las rutas! Ya ni siquiera hablemos de aplicaciones para dispositivos móviles o páginas de internet. Hablo de carteles, señalización de los paraderos, etc.

Las unidades: vergonzosas, deplorables, incómodas, peligrosas. No sólo carecen de la más mínima facilidad para personas con algún tipo de discapacidad, ya sea motriz o visual, sino que están literalmente cayéndose en pedazos. Me ha tocado sentarme en sillas rotas, viajar en camiones sin puerta (si te sueltas del tubo te caes a la calle y te mueres), sin amortiguadores (te taladran la espina dorsal por cada revolución de sus llantas), donde el timbre no sirve (el camionero te escucha hasta cinco cuadras después) y de los que más me encabronan: los camiones con aire SIN aire. En primera porque gracias a la magnánima concesión y el lujo de darte aire acondicionado, ¡no te hacen válido ningún tipo de descuento! Y esto ya sería bastante indignante aún si sirvieran los aires. Te cobran por un servicio que no te dan, y además las unidades están selladas herméticamente. Te subes con otros 46 humanos a una lata cerrada a dar vueltas por toda la ciudad bajo el rayo del sol, ¡y tienes que pagar de más! Sudas como unos 5 kilos en cada viaje.

Los choferes: desconozco las condiciones de trabajo de los camioneros, aunque no sé por qué pero algo me dice que no es un dream job. Además de que sus jornadas son extenuantes, el hacerse cargo de esas unidades en tan PÉSIMO estado debe de ser un factor más para hacer de su trabajo una experiencia menos placentera. Por eso no es de extrañar que sean groseros o indiferentes con los pasajeros. Aquí todos perdemos, excepto los concesionarios, claro.

Precisamente los concesionarios son los que ya me tienen hasta la madre, así como todos los demás actores (sindicatos, autoridades, auditores, etc.) que conforman este engranaje de corrupción donde toda la sociedad sale perdiendo. Los choferes tienen un trabajo desagradable, los usuarios padecemos en cada viaje, se contamina la ciudad, se deterioran las vías de comunicación y no se fomenta un nuevo esquema de movilidad para una ciudad en franco crecimiento y en una evidente saturación. ¡Esto no puede seguir así! Y aunque existe gente con el talento para darle solución a estos problemas con propuestas viables para esta realidad y existen los recursos para implementarlas, esto jamás cambiará. ¿Por qué? Porque no existe una fuerza o un poder fáctico que obligue a los responsables de este desmadre a arreglar la situación, porque no existe un compromiso por parte de tanta gente que ha usado y conoce las grandes ventajas del transporte público de otras ciudades pero que se limita decir que el de Mérida es una miarda mientras que manejan sus coches para ir a comprar un chicle al Oxxo de la esquina.

Un transporte público de calidad traería ENORMES beneficios para Mérida, ayudaría a rescatar el centro, a bajarle a la saturación de nuestras mini avenidas, se disminuirían los accidentes viales, se contaminaría menos el planeta y le haría muchísimo bien a la salud de sus usuarios. Pero a nadie le interesa. Por eso me tomé la libertad de redactar esto como catarsis mientras que este panorama no cambie (y dudo que algún día lo haga). Gracias por tomarse la molestia de leerme.