viernes, 8 de mayo de 2015

mayo 08, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Medio ambiente. El novio de Dulcilí le estaba haciendo el amor a la linda muchacha en el asiento trasero de su coche. De repente sintió un objeto duro y frío en su propio trasero. Volvió la vista, asustado, y vio al papá de la chica, don Dracón, que le había puesto el cañón de la escopeta en el orificio posterior de su cuerpo. (A un general de división lo examinó el proctólogo y le dijo: “Tiene usted una pequeña escoriación en la entrada del esfínter anal”. “¡Querrá usted decir en la salida, señor mío! –protestó con viril energía el militar–. ¡Por ahí no entra nada!”). Cuando sintió en esa vulnerable parte el cañón del arma –era una Magnum .357– el espantado boquirrubio cesó al punto el movimiento de émbolo o pistón que estaba haciendo en compás de 3 por 4, valseadito. Don Dracón le dijo: “Por mí no se detenga, joven. Esperaré sin quitar mi escopeta de ahí a que le proponga usted matrimonio a mi hija”. Lord Ironcock manifestó en el club: “Lo único que aprendían las muchachas en el Oestrus College era a follar como desesperadas”. Al oír eso lord Feebledick protestó vehementemente: “¡Esa es una vil calumnia! ¡También aprendían a bordar, tocar el piano y algunos rudimentos de latín! ¡Le doy 5 segundos para que retire sus palabras!”. “No las retiro” –replicó el otro. Y al decir eso se puso en pie con actitud desafiante. Medía 2 metros de estatura y pesaba 280 libras sin el monóculo, la pipa y el tupé. Preguntó con voz trémula lord Feebledick: “Si no retira sus palabras en 5 segundos. ¿cuánto tiempo necesita para retirarlas?”. “Ninguno –contestó Ironcock–. Y le repito: lo único que las alumnas de Oestrus College aprendían ahí era a follar”. “Mi esposa estudió en ese colegio” –dijo lord Feebledick con voz que apenas se escuchó. Preguntó Ironcock, calmoso: “¿Quién es su esposa?”. Respondió milord: “Lady Loosebloomers”. “La conozco –declaró el pugnaz sujeto–. Y créame: le hace falta un curso de actualización”. Un portugués le dijo a Babalucas: “Soy de Madeira”. “¡Mira! –se admiró el tonto roque–. ¡Como Pinocho!”. Susiflor se quejó: “Capronio es un maldito. Me preguntó si me gustaban los diamantes, y cuando le dije que sí me regaló un boleto para ir al beisbol”. (Nota: y era de tribuna general). Mandilú, muchacha núbil, hizo rendición de la impoluta gala de su doncellez a Libidiano, labioso seductor. ¿Por qué lo hizo? Porque el torpe galán le dio palabra de matrimonio. ¡Ah, cuántas infelices han sido así engañadas, y van después por el mundo recordando un hombre (o dos o tres) y arrastrando un niño! (O cuatro, o cinco, o seis). La seducida joven buscó a su burlador y le dijo: “¿Ya se te olvidó que me juraste matrimonio?”. Respondió Libidiano: “No, Mandilú. Sólo dame un poco más de tiempo”. “¿Para casarte conmigo?” –inquirió, esperanzada, la muchacha. “No –precisó él–. Para que se me olvide”… Tanto hemos descuidado el medio ambiente que ni siquiera nos acordamos ya de cuando era entero. La contaminación pone una sucia nata sobre nuestras ciudades. Al alcalde de Cuitlatzintli le informaron que su pueblo mostraba ya señales de contaminación, y él hizo poner una placa en el edificio de la presidencia: “Con esta fecha, y bajo la progresista administración del C. Etelvino Patané, este municipio quedó incorporado a la civilización”. Civilización. Progreso... Bajo esos sonorosos nombres se oculta a veces la barbarie. (¡Bófonos!). Sonó el teléfono, y don Cucoldo contestó. Después de oír declaró con gran solemnidad: “Caballero: desde la consumación de nuestra Independencia la libertad existe en todo el territorio nacional: en las ciudades, en el campo, en todas partes”. Dicho eso colgó con aire digno la bocina. Su esposa le preguntó, extrañada: “¿Quién era?”. Respondió don Cucoldo: “Un tonto que sin siquiera esperar a que yo hablara preguntó si estaba libre el campo”. El señor fue a trabajar en una mina en la montaña. Su esposa, comprensiva, le envió un mensaje: “La soledad es dura, y débil es la carne. Si no puedes resistir su urgencia recurre a una mujer pública. Yo entenderé”. Respondió el tipo: “Aquí las mujeres públicas escasean, y por lo mismo son muy caras. Cobran mil esos". Replica ella: "No les des más de 500. Es lo que estoy cobrando yo"... FIN