domingo, 5 de abril de 2015

abril 05, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre 


Simpliciano, joven sin ciencia de la vida, estaba locamente enamorado de una linda muchacha llamada Susiflor. Dejó de verla algunos días, pues ella se ausentó de los sitios que usualmente frecuentaba. El tímido muchacho se armó de valor y fue a buscarla a su casa. Con mano temblorosa tocó el timbre. Le abrió la puerta la mamá de la chica. Simpliciano preguntó, nervioso: “¿Está Susiflor?”. Respondió la matrona con voz grave: “Lleva siete días en la cama”. “¡San Antonio
bendito! -se consternó Simpliciano-. ¿Está enferma?”. “No, -contestó la señora, ahora con una amplia sonrisa-. Hace una semana se casó”. Don Carrascas, hombre de mal genio, estaba comiendo en un restaurante. “¡Mesero! -llamó con impaciencia-. ¡Tráigame una botella de vino tinto!”. Preguntó el camarero: “¿Qué año?”. “¿Cómo qué año? -rebufó con enojo don Carrascas-. ¿La quiero ahora mismo, barbaján!”... Babalucas le contó a un amigo: “Empecé a practicar box en el gimnasio para bajar de peso. En una semana ya he perdido cuatro”. “¿Kilos o libras?” -preguntó el amigo. “Ni una cosa ni la otra -precisó, mohíno, Babalucas-. Dientes”. Cuando la muchacha llegó del trabajo su mamá le anunció llena de júbilo: “¡Tu hermana ya tuvo su bebé!”. “¡Fantástico! -se alegró la chica-. ¿Qué fue? ¿Niño o niña?”. La retó la señora: “Adivina”. “Fue niña” -arriesgó la muchacha. “Te equivocaste -le dijo la mamá-. Fue niño”. “Bueno -dijo la muchacha al tiempo que señalaba con los dedos índice y pulgar-. Me equivoqué por tantitito así”. El galancete le hizo una reclamación a su novia: “Me cuentan que te han visto ir con hombres en sus automóviles”. Ella lo tranquilizó: “No seas tontín, mi vida. Contigo voy al cine, a los antros, al café, a todas partes. Con ellos al único lado que voy es al motel”. Llegó una guapa mujer al consultorio del siquiatra. Iba completamente en peletier, o sea sin nada de ropa encima. Le dijo al analista: “Ayúdeme, doctor . No sé qué me sucede: Siento que todo el mundo se me queda viendo”. Para redondear el presupuesto familiar aquel pobre sujeto se presentaba los fines de semana como luchador enmascarado con el nombre de El Relámpago Púrpura. Un día lo contrataron para luchar con La Bestia Negra, terrible luchador, rudo también y enmascarado. La lucha sería máscara contra máscara: El que perdiera se debería quitar la suya y dar a conocer su identidad. La lucha duró 42 caídas, pues era sin límite de tiempo. Después de combatir más de dos horas. El Relámpago Púrpura logró vencer a su adversario. Sangrando, con dos costillas rotas, cubierto todo el cuerpo de violáceos moretones, reunió sus últimos arrestos y en un supremo esfuerzo logró poner la espalda de su rival contra la lona hasta que el árbitro hizo el conteo final. Cuando La Bestia Negra se quitó la máscara. El Relámpago Púrpura vio el rostro de su feroz enemigo y exclamó lleno de asombro: “¿Usted, suegra?”. A la hora de la verdad el maduro caballero se dio cuenta de que no tenía ya los mismos arrestos amorosos de sus mejores años. Se disculpó con su compañera y fue lleno de tristeza al pipisrúm. Ahí se dio cuenta, para colmo, de que se estaba mojando al hacer lo que hacía. “Oye -dijo muy serio bajando la mirada-. Ya me echaste a perder la noche. No me eches a perder también el pantalón”. En las trincheras el general advirtió que un soldado con rasgos orientales no le disparaba al enemigo, aunque tenía en sus manos una ametralladora. Le preguntó, severo: “Cabo Huang-O: ¿Por qué no dispara usted su arma?”. Respondió el militar: “Está embalada”. El general, a fin de comprobar si en verdad las balas estaban atoradas, tomó en sus manos la ametralladora. “¡Joder! -exclamó al tiempo que la arrojaba, asqueado-. ¡Esta arma está llena de estiércol!”. Replicó el oriental: “Le dije que estaba embalada”. Rosibel, la linda secretaria de don Algón, le dijo muy cariacontecida: “Jefe: le tengo una mala noticia”. “¡Carajo! -se irritó el ejecutivo-. ¿Por qué siempre me recibes con una mala noticia? Con eso me echas a perder el día. Al menos de vez en cuando, por variar, debías darme una noticia agradable”. “Está bien, jefe -se apenó la muchacha-. Entonces le tengo una buena noticia”. “¿Cuál es?” -preguntó, satisfecho, don Algón. Respondió Susiflor: “A pesar de sus años todavía es usted capaz de engendrar un hijo”. FIN