sábado, 4 de abril de 2015

abril 04, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Llorosa, atribulada y compungida Dulcilí le dijo a su mamá: “¿Recuerdas, mami, que mi papá y tú me explicaron todo eso de los pajaritos y las florecitas?”. “Sí, hija -respondió la señora-. Lo recuerdo bien”. Dulcilí rompió a llorar: “¡Pues anoche un pajarito me dio un piquetito!”. Aquel individuo se angustiaba mucho porque tenía la idea de que sus pies eran muy grandes. Supo de un siquiatra en Suiza, famoso por su talento para curar ese tipo de monomanías, y fue a St. Moritz a ser tratado. Diez meses después, y tras gastar una millonada en el tratamiento, el hombre se sintió curado: Dejó de pensar que sus pies eran demasiado grandes. A fin de celebrar la curación invitó al siquiatra a cenar en el mejor restorán de la ciudad. Al llegar le dijo el mâitre: “Tengo una excelente mesa para usted, señor. Pero antes de entrar deberá quitarse los esquíes”. El beisbolista llegó a su casa desconsolado. Lleno de congoja le dijo a su mujer: “Mi equipo me cambió”. “No te aflijas -lo consoló ella-. Cada temporada decenas de peloteros son cambiados por sus equipos”. “Sí -replicó el jugador-. Pero a mí mi equipo me cambió por un bate y tres pelotas”... Cierto señor que practicaba el deporte del motociclismo llevó a su casa a un amigo suyo, norteamericano, motociclista como él, que todavía no aprendía bien el español. Quería mostrarle la nueva motocicleta que se había comprado. Le pidió a su mujer: “Trae los cascos. Le voy a dar un paseo a mi amigo en mi nueva moto”. El visitante se preocupó. Dijo: “Yo necesitar un casco grande y fuerte, y todo mundo decirme que su esposa ser de cascos ligeros”. Una atractiva chica le comentó a su amiga: “Tengo un problema: Creo que soy ninfómana. No puedo rechazar a ningún hombre. Con todos salgo, y siempre acabo teniendo sexo con ellos”. Le dijo la amiga: “Conozco un analista, el doctor Duerf, que te puede ayudar”. La guapa muchacha le prometió que se sometería al tratamiento. Un mes después se encontraron otra vez. La amiga preguntó: “¿Cómo te fue con el analista que te recomendé?”. “Muy bien -contestó la muchacha-. ¡Qué hombre extraordinario! ¡Qué poder de sugestión!”. “¿Te curó?” -inquirió la amiga. “No -respondió la otra-. Pero me convenció de salir juntos, y acabé teniendo sexo con él”. A aquella muchacha le decían “La 10 para las 2”. En esa posición tenía las piernas casi siempre. La estrecha alianza que ha trabado el PRI con el Partido Verde, hoy por hoy el más desprestigiado de todos los partidos, es evidencia de la necesidad que el partido del gobierno tiene de ganar la mayoría en el Congreso. Hay preocupación en la dirigencia priista por la creciente irritación de la ciudadanía, factor que seguramente lo hará perder votos en la próxima elección. Por eso recurre a ese partido, el mal llamado ecologista, cuya insistente propaganda lo ha hecho subir en el mercado electoral hasta convertirse en una fuerza política importante después del PRI y el PAN, y muy cerca ya de superar al PRD. Sin embargo la mala imagen que ese partido tiene, sobre todo después de haber atentado en la forma irracional en que lo hizo contra uno de los espectáculos más entrañables y de mayor historia y tradición, el circo, la mala imagen del Partido Verde, digo, se reflejará en el PRI y lo afectará desfavorablemente. Se va a cumplir el viejo adagio según el cual más vale ir solo que mal acompañado. Doña Macalota pasó frente a una tienda de mascotas y vio en el escaparate un loro cuyo plumaje de vivos colores le gustó bastante. Entró y le preguntó al encargado el precio del cotorro. El hombre se lo dijo, y doña Macalota lo compró. Le informó el de la tienda: “Una cosa debo advertirle, señora. Este perico perteneció antes a un burdel. No puedo hacerme responsable de su vocabulario”. Respondió doña Macalota: “No se preocupe. Si el cotorro dice groserías nos divertiremos más con él”. El hombre puso al loro en una jaula; la cubrió con un lienzo y lo entregó a la compradora. Llegó a su casa doña Macalota y descubrió la jaula. El pajarraco vio a la señora y dijo: “Nueva dueña”. Poco después llegaron las hijas de doña Macalota. Las vio el perico y dijo: “Nuevas chicas”. Llegó en seguida don Chinguetas. “Lo vio el cotorro y dijo alegremente: “¡Hola, don Chinguetitas!”. FIN.