miércoles, 1 de abril de 2015

abril 01, 2015
Gilberto Avilez Tax


Cuando estaba yo en el chicle, recuerdo que iban diferentes personas a trabajar la resina. No de un solo pueblo hay en la Montaña: hay de Yucatán, de Belice, de Tabasco, de Veracruz, de Guerrero y del centro del país. Al terminar las labores del día, se juntan todos en el jato, y mientras unos comen y otros ponen a secar sus ropas frente al fuego que nos da calor y aleja a los animales del monte, otros sacan sus guitarras y cantan sus canciones que saben, y yo canto la que se, y así va aprendiendo uno a cantar las canciones de otros lugares. Este es el corrido que una tarde de día de muertos escuché una vez cantarle a un viejo chiclero campechano:

El lunes por la mañana
me encuentro con un buen zapote
le pego una calada
le meto mi recogedora
y la dejo muy bien forrada.
Más adelante me encuentro con un zapote conchudo,
le pego una calada, le digo “estás muy huesudo”.
El martes por la mañana, temprano,
me voy al jato y me espera la señora
con el frijol en el plato.
El sábado por la tarde
pongo mi paila en la lumbre
 a cocinar mi resina
como ha sido mi costumbre.
Ya con esta me despido,
cortando hojas de hierba,
ya les canté a mis amigos
Los versos de este chiclero.
Si quieren que yo cante de nuevo
sírvanme otra copa de caña,
les seguiré cantando
lo que traje de la Montaña.
Yo traje dientes de un jabalí

y también una chuparrosa que una mañana cogí.