martes, 17 de marzo de 2015

marzo 17, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Se le entregó por fin una noche sin luna, al filo del aire, en medio de la sombra. Si hubiese sido escritor habría escrito que el amor se cumplió bajo el dosel nupcial del cielo. En las tinieblas ella fue fulgor de llama. Resplandecieron sus ojos de lumbre, y su sinuoso cuerpo de serpiente se volvió paloma. Fue la esclava que se da, sumisa, a su señor. El arrogante orgullo de macho triunfador apenas le dio tiempo a él para asombrarse. ¿Por qué se le rendía ahora, cuando todas las veces que quiso hacerla suya se le había mostrado arisca, desdeñosa? Recordó aquella noche que, ebrio de pasión y despecho, pretendió hacerla suya por la fuerza. Se defendió ella como gata boca arriba; en el pecho llevaba aún la marca de sus uñas. Y sin embargo ahora lo recibía humilde y mansa. Su abandono fue total. Ninguna caricia suya encontró en ella resistencia. Se oían a lo lejos los sonidos nocturnos. Pasó una ambulancia con su sirena gemebunda; el eco repetía el ladrido de los perros. En la distancia las luces de las calles parecían estrellas, y figuraban un cielo constelado que hubiese caído sobre la ciudad. Él no veía ni escuchaba nada. Con la certeza de la segura posesión prolongaba el momento del amor para que aquel instante fugitivo se volviera eterno. Ella temblaba con la ansiedad de quien espera la felicidad que tarda. Arqueaba el cuerpo; lo acercaba a él, ardiente y anhelosa, para que la tomara ya. Dejó escapar algo que parecía un gañido: la queja del deseo insatisfecho. Después de prolongar esa agonía unos momentos más él la acometió por fin, incapaz también de esperar ya. La penetró con violencia, como si quisiera cobrar venganza de su pasada altanería. No supo si lo que oyó fue grito de dolor o de placer. La posesión fue rápida. Tras el orgasmo quedó sobre ella ahíto, con la fatiga dulce que sigue a la plenitud carnal. Ella no se movió. Siguió tendida, quieta. Quiso dejarla así, en silencio, inmóvil. Pero ella no tenía esa languidez que llega cuando el deseo ya no desea más. La sentía tensa bajo él, vibrante todavía. Su corazón latía de prisa; temblaba el pulso de su sangre. Y es que esperaba una segunda posesión. El deseo que sentía la hembra lo excitó de nuevo. La penetró otra vez. Ahora el deliquio se prolongó como un adagio. Él puso en ejercicio todas sus sabidurías; ella lo dejó hacer con la morosa delectación de la hembra que conoce por instinto los ocultos misterios de la vida. Al terminar quedaron los dos hartos de amor. Después de un largo silencio desmayado se separaron igual que se separan los oficiantes de un rito que termina. Ella se alejó sin volver la vista. Se detuvo él a verla: caminaba con lentitud, con el cansancio del amor cumplido. ¿La vería de nuevo alguna vez? Quién sabe. La vida es breve; las horas son oscuras. Una cierta melancolía lo invadió. La tristeza sigue siempre a la pasión. Reposó unos minutos su fatiga. La luna había salido, y entraban las estrellas. En aquel claror la noche era ahora menos noche. Una extendida nube empezaba a pintarse con el color del día. ¿Tanto había durado aquel encuentro que duró tan poco? Sintió que se vaciaba de aquel sentimiento pesaroso que por un rato lo llenó. Volvió a ser el másculo orgulloso que se ensoberbece de sus victorias amorosas. Encaminó sus pasos a la casa. Ahí lo esperaba la mujer, inquieta por no saber dónde había pasado la noche, pero feliz al verlo regresar. Le sirvió un tazón de leche tibia. Era un buen alimento -solía decir- para empezar el día. Bebió la leche a tragos despaciosos. Luego se echó a dormir, cansado y satisfecho. Ya con los ojos llenos de sueño no pudo evitar una especie de ronroneo de placer. La mujer que se creía su dueña le acarició la cabeza, y él respondió, adormilado, con otro semejante ronroneo. Al parecer eso la ponía contenta. Otra vez se estremeció su cuerpo cuando creyó sentir a su lado el de aquella a la que había poseído la noche anterior. El recuerdo de la suavidad de su piel, de la cálida tibieza de su grupa, de su entrega, sus quejos y arrebatos, lo hizo evocar el paraíso terrenal. Entonces el gato de mi historia se sintió, feliz, y se durmió con el sueño sin sueños de los gatos…. FIN...