sábado, 28 de marzo de 2015

marzo 28, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre 


El joven Cordilio era débil de corazón. Sus cardiopatías podían formar todo un catálogo: estaba afectado de cardiamorfia, cardiastenia, cardianeuria, cardiomegalia, cardiataxia, cardielcosis, cardiatelia, cardiomegalia, cardiodemia y cardiopalmia. Su novia, por el contrario, estaba en plenitud de vida; era enhiesta de busto y fuerte de ancas. Se casaron. La noche de las bodas él tomó sus medicinas: elíxires, tónicos, tisanas, sellos, grajeas, pastillas, píldoras, obleas, perlas, tabletas, comprimidos, granulados, cápsulas y magistrales. Se recostó luego en el lecho para descansar de las fatigas de aquel día. Ella salió del baño cubierta sólo por un transparente negligé -ahí sí había transparencia- que revelaba más que cubría los ebúrneos y turgentes encantos de la voluptuosa fémina. Aun a esa mínima prenda renunció Thaisia, que así se llamaba la muchacha. Tras despojarse de ella se abalanzó desnuda sobre su maridito con evidentes intenciones de libídine. “¡Thaisia! -se asustó él-. ¡Recuerda lo débil de mi corazón!”. “No te preocupes, guapo -respondió ella, jadeante-. Tu corazón para nada lo voy a necesitar”. Un sujeto les comentó a sus amigos: “Mi esposa es una gitana”. Inquirió uno: “¿Significa eso que es temperamental, romántica, llena de súbitos caprichos?”. “No -aclaró el individuo-. Digo que es una gitana porque cada vez que llego tarde a la casa me hace ver mi suerte”. Fue en verdad una bella ceremonia. El gobernador Rubén Moreira, el maestro Blas José Flores, rector de la Universidad Autónoma de Coahuila, y el doctor Salvador Malo Álvarez, director de Educación Superior de la SEP inauguraron el nuevo edificio de la Facultad de Ingeniería de la universidad coahuilense. Mientras se hacía el recorrido del magnífico recinto no pude menos que recordar el ya lejano día en que, siendo yo director del Ateneo Fuente, aquel inolvidable amigo que fue Roberto Martínez Cuéllar, director de la recién nacida Escuela de Ingeniería, hombre de extraordinaria calidad humana, fue a pedirme que le prestara dos salones para que funcionara ahí la institución. En uno estarían la dirección y la sala de maestros; el otro sería el aula del único grupo que tuvo en sus principios el plantel. ¡Dos salones! Y ahora veía yo ese espléndido edificio. En aquellos años, recordó el doctor Malo Álvarez, de cada 100 jóvenes mexicanos sólo tres llegaban a una universidad. Ahora uno de cada tres tiene acceso a la educación superior. ¡Y hay quienes dicen, pensé al oír el dato, que este país no ha cambiado nada! Por su parte el gobernador Moreira dijo que en México ningún muchacho pierde por falta de dinero la oportunidad de hacer una carrera universitaria, a diferencia de lo que sucede en otros países, algunos más desarrollados que el nuestro, en los cuales la educación superior es un artículo de lujo que pocos pueden conseguir. Veamos los males de nuestro país, pero veamos también lo bueno que nos da. En el club se celebraba un baile. Era de noche, y el vigilante hacía su acostumbrada ronda por las instalaciones. Oyó ruido entre unos arbustos y dirigió hacia ellos el haz de luz de su lámpara de mano. ¡Sorpresa! Una pareja estaba ahí haciendo el amor. Le dijo el guardia al hombre: “Caballero: aquí no se pueden llevar a cabo actos contra la moral sin permiso de la gerencia”. Repuso el hombre: “A esta hora la gerencia está cerrada. Además este no es un acto contra la moral: la señora es mi mujer”. “Perdone -se aturrulló el vigilante-. No sabía yo que la dama es su esposa” Dice el tipo: “Tampoco yo lo sabía hasta que usted nos echó la luz”. Babalucas le contó a un amigo: “Fui a Japón”. Preguntó el otro: “¿Viste la danza del kimono?”. “Sí -respondió el badulaque-. Pero las muchachas traían unos vestidos muy largos, y nunca se les vio el kimono”. La esposa se quejó con el consejero matrimonial: “Mi marido es un erotómano de marca. No puedo acostarme boca arriba porque de inmediato se me trepa”. Recomendó el terapeuta, perteneciente a la escuela pragmatista: “Pues acuéstese bocabajo”. “Doctor -dijo la señora-. ¡Qué bien se ve que no conoce usted a mi marido!”. FIN.