viernes, 20 de marzo de 2015

marzo 20, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Suspiraba don Feblicio: “Mi vida sexual ya no fue la misma desde que me cayó en la entrepierna aquel líquido ablandador de carne”. La joven casada dio a luz una nenita. Le dijo a su marido, terminante: “La niña se llamará Eufrosina, como mi mamá”. A él no le gustó ese nombre para su hija, y rápidamente ideó una estratagema para evitar que fuera bautizada así. “¡Fantástico! -exclamó con simulado júbilo-. ¡Así se llamaba mi primera novia!”. Replicó, mohína, la muchacha: “Entonces se llamará Lupita, como tu mamá”. Doña Taisia le informó a su esposo: “Tu amigo Libidiano me pidió que me vaya con él y te olvide para siempre”. “¡Qué barbaridad! -exclamó el marido, consternado-. Y ¿qué le contestaste?”. Declaró doña Taisia: “Le dije que no, claro. Que por lo menos en Navidad te mandaré una tarjeta”. El doctor Ken Hosanna envió urgentemente al hospital a todos los pacientes que lo consultaron ese día. No fue sino hasta en la noche cuando descubrió que se le había metido una mosca en el estetoscopio. Panoplia de Altopedo, dama de sociedad, estaba tan orgullosa de su coche europeo que no lo lavaba: lo mandaba a la tintorería. Uglicia accedió por fin a darle la llave de su departamento al hombre que le rogaba que se la diera. Sólo que se la pedía no para entrar, sino para salir. Doña Macalota fue al teatro con su hija Gurrumina, soltera y con poca suerte en el amor. En medio de la representación la madre gritó de pronto: “¿Hay un médico en la sala?”. Un hombre joven que estaba cerca se puso en pie y dijo: “Yo soy médico”. Le preguntó con sonrisa sugestiva doña Macalota: “¿No le gustaría salir con esta linda chica?”. Debo ser un ente raro. Veo por todos lados en la red cosas como éstas: “Yo soy #132”. “Yo soy #Carmen”. “Yo soy #43”. Y resulta que yo no soy nada. Lo único que podría poner sería: “Yo soy #yo”. Lejos estoy de ser misántropo. Amo a mi prójimo, y ni siquiera, como hacen algunos, me reservo el derecho de decir quién es mi prójimo y quién no. Pero carezco de espíritu gregario. Jamás, hasta donde recuerdo, he sido de los suscritos que abajo firman al calce de este escrito al pie. Tengo firmes convicciones -aunque reconozco que periódicamente las cambio-, pero no me gusta ir por ahí esgrimiéndolas como bandera. En tiempos de mi primera juventud fui designado portaestandarte de una cofradía religiosa, mas renuncié al cargo cuando después de cinco años descubrí que la piadosa asociación no tenía estandarte. Esa temprana decepción me hizo desconfiar para siempre de los grupos, y me llevó a militar en el individualismo. No soy lobo estepario, no. Eso sería demasiado lujo para mí, que no llego ni a coyote del desierto. Llevo en mí el sentido de la solidaridad, y si se ofrece puedo formar parte de un coro; pero me siento mejor cantando mi propia canción, aunque la melodía sea pobre y desafine yo al cantarla. No me pidan entonces que firme manifiestos o proclamas. Los artículos que escribo cada día son mis proclamas y mis manifiestos. Lo digo porque con frecuencia llegan a mi correo mensajes en los que se me pide mi firma para añadirla a las de ilustres personajes que protestan por esto o por aquello. Con pena y todo declino firmar esos escritos. Mis inconformidades yo las pongo aquí, lo mismo que mis conformidades. Me honraría mucho formar parte del equipo de los abajo firmantes, y más porque casi siempre son los mismos, y forman una especie de familia. Yo soy un modestísimo francotirador. Prefiero equivocarme solo que acertar acompañado. Al baño, al amor y a la muerte se va solo, y lo mismo, creo, se debe hacer en tratándose de la expresión de las ideas. Me disculpo, pues, por no poner mi rúbrica en los manifiestos que se me envían para que los firme. No lo hago por díscolo, sino para no perderme en una lista de nombres todos más conocidos que el mío, y más brillantes. Si quieren puedo poner un chiste en las proclamas, pero como aportación anónima. No me hagan, pues, ser de los abajo firmantes. Yo soy el que arriba firma, solo y su alma. Con eso estoy contento. Pepito y Juanilito descubrieron en la tele un canal porno. Le dijo Pepito a su amigo sin despegar la vista del televisor: “No sé tú, pero a mí ya no me interesan las caricaturas”. FIN.