domingo, 8 de febrero de 2015

febrero 08, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


En la máquina expendedora de condones había este letrero: "Si desea la devolución de su dinero inserte el bebé en la ranura". Un hombre llegó arrastrándose al consultorio del doctor Ken Hosanna. Se quejaba de un terrible dolor en la pierna. Al revisar la extremidad del tipo el médico oyó una vocecita suplicante: "¡Deme algo de dinero! ¡No tengo ni para comer!". El facultativo le informó al individuo: "Lo que me temía: su pierna está quebrada". Doña Chalina, mujer dada a chismes y cotilleos, charlaba con una amiga, y pasó junto a ellas la vecina del 14. "¿Te fijaste? -comentó la amiga-. ¡Se le quitaron las arrugas de la cara!". Declaró con sequedad doña Chalina: "Seguramente no se puso brassiére". La señora dijo en la merienda de los viernes: "Mi esposo me compró un anillo que mide mi deseo sexual. Cuando tengo ganas de hacer el amor la piedra se pone azul". Una de las asistentes preguntó: "¿Y cuando no tienes ganas?". Contestó la señora: "Entonces la piedra deja una marca roja en el mentón, la frente o la nariz de mi marido". Pepito le dijo al novio de su hermana: "Anoche vi lo que hicieron en el sillón grande de la sala". "¡Shhh! -le impuso silencio el galancete-. Ten estos 100 pesos y  no les digas nada a tus papás". "Eres muy generoso -le agradeció Pepito embolsándose el billete-. Todos los otros me dan 10 pesos nada más". ¿Por qué las mujeres pagan menos que los hombres por el seguro del auto? Porque los hombres no les hacen cosas a las mujeres cuando ellas van manejando... Una señora se presentó en la sala de tatuajes y le pidió al encargado que le tatuara un pavo en un muslo y unos tamales en el otro. Explicó: "Es que mi marido dice que no le doy nada sabroso entre la Navidad y el día de la Candelaria". Viene ahora un cuento de color subido indigno de ver la luz en un día como éste. Las personas que no gusten de leer cuentos de color subido indignos de ver la luz en un día como éste deben suspender aquí mismo la lectura. Don Poseidón, granjero acomodado, era el orgulloso padre de una hija de nombre Flordelisia. La bella joven había tenido un novio, pero cortó su relación con él cuando se percató de que el muchacho era un grandísimo holgazán que huía del trabajo como de la peste. Hartmann Borns, el célebre sociólogo germano, afirma en su libro "El cálculo de la vagina" que la mujer busca para esposo a un hombre que sea buen proveedor, sin importarle la guapura o talento del galán. No hace eso por ser calculadora o interesada: lo hace por instinto. Sin darse cuenta está mirando por la seguridad de su prole, igual que hacen las hembras de todas las especies. Cosa de biología es ésta, no asunto crematístico, o sea de interés pecuniario. Por tal motivo Flordelisia terminó su noviazgo con aquel haragán que en toda su vida -tenía ya 30 años- no completaba un turno de 8 horas de trabajo, y que acostumbraba dormir hasta avanzado el día, cuando ya había caldo en las fondas, de modo que su anciana madre debía despertarlo a eso de la una de la tarde moviéndolo delicadamente al tiempo que le decía con ternura: "Ya levántate, hijito; se te va a hacer tarde para tu siesta". El rechazado novio -se llamaba Harón- no se resignó a su suerte. Flordelisia era muy bella, y a ese don añadía el din, vale decir el dinero, pues su padre era rico en tierras y ganados, e incluso se decía que era dueño de una gran casa en la ciudad, casa que había hecho pintar toda de blanco, incluyendo las tuberías subterráneas, para estar a tono con la época. Siguió asediando Harón a la muchacha en tal manera que Flordelisia le pidió a su padre que interviniera para librarla del acoso del moscón. Buscó el genitor al individuo -lo encontró en el casino del pueblo, jugando al dominó con sus amigos-, y tras llevarlo aparte le exigió que dejara en paz a su hija, o haría que sus gañanes le midieran el lomo a garrotazos. "Amo a Flordelisia -se justificó el ruin maula-, y pienso que ella me ama también ardientemente, pues me lo demostraba en mucha formas. No sé por qué cortó su relación conmigo". Don Poseidón le respondió en lenguaje llano: "Ella dice que es usted muy güevón". Contestó el desobligado tipo: "No es que yo sea güevón, señor. Lo que sucede es que su hija tiene la mano muy pequeña". FIN.